Mi amigo Mohammed

Mi visión personal de cuál y cómo es la naturaleza humana y en consecuencia cómo se definen nuestros puntos de partida conductuales, es una visión ecléctica; es el resultado de aquello que he considerado cierto o veraz o verdadero, en muy distintas fuentes, escritas o no escritas.

Soy tan preciso y tan no preciso como lo era un amigo que tuve hace unos cuantos años; un amigo impresionante; de esos amigos que jamás en tu vida puedes olvidarte de ellos.

Mi amigo era un señor desconocido, que viajaba en el tren, de gratis; y al que el revisor le ordenó se apeara en la siguiente estación.

Esta estación era Salamanca; cogió su pequeña tienda de campaña y su saco de dormir y comenzó a caminar por la ciudad; con tan buena fortuna que se encontró casualmente con un campamento de tiendas instalado en un parque, por un grupo de oenegés y muchas chicas y chicos jóvenes, que estaban haciendo una sentada.

Esta sentada pedía el 0,7 por ciento del PIB a favor, de ayuda para el desarrollo de países pobres; Mohammed, con su mochila y su saco de dormir, vio una excelente oportunidad de instalar su pequeña tienda y construirse una casa por unos días o semanas, hasta que el Infinito Gran Dios quiera otra cosa distinta.

Yo, un hombre anónimo, normal y corriente, con sus 30 años, su éxito profesional y personal, su mentalidad de hombre directo, preciso, contundente, hombre de la calle, en sus trabajos de prensa, me aproximé también por aquel campamento.

Allí vi por primera vez a Mohammed; y me dio mala pinta; mi prejuicio se antepuso; un hombre alto, metro ochenta y mucho o quizás metro noventa, pelo blanco completamente blanco con melenas que le cubren los hombros, barba blanca, también larga, un así una pinta de hombre sabio; yo no quiero cuentas contigo tú me descontrolas; yo vengo aquí de hombre normal y corriente, a buscarme la vida y tirar fotos para mi periódico, y porque esto que pasa en este campamento a mí me interesa; yo veo que tú eres un espontáneo de la vida y no te conozco de nada y estás aquí como podrías estar en otra parte; por tanto quince días o los días que vengo a este campamento apenas hablo contigo; así fue mi comportamiento con Mohammed hasta el último día; y tenía que ser, como no podía ser de otra forma, el último día.

El último día se vio desesperado; levantan el campamento coños; y él que no me hablaba porque es un tío que va a su bola, ahí lo tengo; hablaré con él, “una sigaretta”; “otra sigarretta” y ya me estoy yo oliendo qué va a pasar aquí, que yo, el filantrópico y altruista de siempre que tengo que refrenar mis instintos altruistas, en un sentido u otro voy a acabar liado por ti, en tus asuntos, preocupándome más de tus asuntos que de los míos propios; toma Mohammed “una sigaretta”; qué pasa colega.

Se van tus amigos; ya veo colega; sí, ellos piden mucho tercer mundo y tú estás aquí y como bien dices tú eres el tercer mundo, pero no te hacen caso Mohammed; te ignoran; te desconocen; y te tienen miedo; qué me quieres contar; sí, yo anhelo saber lo que tú sabes pero no quiero ser como tú eres para conseguirlo; qué te pasa estás solo; mira se van a tomar unas birras, venga vámonos con ellos y nos tomamos tú y yo una birra; ah vale, que tú eres un hombre que buscas un diamante; te comprendo Mohammed, estás como la pata de la cabra, más pallá que pacá hasta que te vuelvas a encontrar a ti mismo; un naufragio por alguna razón; tranquilo y vamos a tomar esa birra; estamos en la zona estudiantil de Salamanca; muchos amigos pero Mohammed esa noche no tiene donde dormir.

Yo soy el hombre listo; Mohammed es el hombre tonto; y yo ayudo a Mohammed; pero al final fue él quien me ayudó de verdad a mí; o sea, un tén con tén; un compartir; porque como dice esa frase que no sé autora o autor: compartir es vivir.

Sigo con Mohammed; estamos en que busca un diamante; éste hombre se había leído algo de los griegos, cambió el “hombre verdadero” de Diógenes por “busco un diamante”; ah majete a mí no me mires, yo no quiero ser más duro que el diamante, déjame ser humano mientras puedo, mira para otro lado.

Mohammed… aquella noche y las siguientes pagué su pensión; le busqué y encontré trabajo en una casa de turismo rural y después en una granja escuela; le conseguí papeles; le di dinero, ropa mía nueva, mi amistad, y casi todos los días iba a verle; su amistad tenía el inconfundible sabor de lo familiar y entrañable; Mohammed te ayudaba a soñar despierto y te ayudaba a darte cuenta que tú y tus sueños podías ser uno y vivirlos en la realidad; solamente tenías que desearlo o quererlo de verdad y luchar por ellos (tus sueños) con tus mejores fuerzas.

Mohammed es el hombre más raro, extravagante, extraño, misterioso, que yo jamás he conocido en toda mi vida; hace igual doce años que no le veo; me da igual; su experiencia es imborrable.

Su aspecto, como salido de una foto de India, un tío dándole a la flauta, encantando a una cobra, o un tío subido encima de una cama con pinchos.

Alto, piel ligeramente morena, ojos muy negros, muy vivos, penetrantes, pelo blanco, barba blanca, ademanes de una finura y una exquisitez que te cagas, inteligente que lo veías y decías: cojones este tío cuando yo voy él ha ido ha vuelto ha vuelto a ir y está otra vez aquí.

Tenía una misteriosa seducción; su voz, su caminar, todo; encantaba a todas las personas, pero no iba de encantador por la vida; y conmigo, por lo que fuera me tomó como: “aquí te vas a enterar, tú quieres alguien que te cuente las verdades del barquero y yo te las voy a contar”.

Un maestro sin ser un maestro; un profesor sin ser un profesor. Por azares, se veía como un vagabundo; hasta que Infinito Gran Dios así lo quiera.

“Ah pues Mohammed ¿tú sabes tu destino?”; “sí lo sé”.

En la casa de turismo rural, a mi amigo Víctor le llamaba Vitorio; Vitorio tú no hombre bueno; tú mira ese pobre viejo; tú haces trabajar mucho a él; tú malo Vitorio.

“Llévate a este tío de aquí que me vuelve loco”.

Vale, Víctor, perdona, me lo llevo; a ver, dónde puedo yo encontrarle un curre a Mohammed; ah, en la granja escuela Lorenzo Milani, a 4 kms de Salamanca, que trabaja mi amigo José Luis.

Ya está Mohammed instalado, su casita, su trabajo, unas pelillas, y entretanto tranquilo Mohammed, te vamos consiguiendo los papeles.

Una granja escuela, muchos niños, unos curas que dan clase; y mi amigo que no es cura, es padre de un niño precioso y está casado y es el capataz agrícola; y currante como él solo; un tío de primera; haré lo que pueda con Mohammed; te lo agradezco, Jose.

Llega el momento de presentar a Mohammed a todos los niños, unos cien, el comedor, le presentan: niños aquí ha venido fulanito de tal que es un señor que viene de fuera y que ahora lo conocéis, trabajará con nosotros, todo bien; vale, llega un niño y levanta la mano y pregunta. Mohammed, ¿tú tienes alguna religión?; y va Mohammed con su deje característico, se toca la barba blanca, se da unos segundos para responder y dice:

“Ma yo creo en todas las religiones cuando creo en una religión… y ma no creo en ninguna religión cuando no creo en una”.

Se quedó el niño….

Me quedé yo….

Ya ha acabado el acto; Mohammed tío, no digas esas cosas que no te entienden; pero lo piensas y dices, joder a preguntas tontas respuestas inteligentes qué coños, deja a este hombre que diga lo que le salga los cojones porque además es que está diciendo la verdad, tiene razón y nos hace pensar positivamente a todos.

Ya tenemos al vagabundo Mohammed trabajando en la granja; integrado; ningún problema con nadie y trabajador.

Pero hace unas cosas mu raras; me dice José Luis; “tío tu amigo hace unas cosas mu raras”; pues ¿qué hace?; me dice Jose Luis: “se pone a bailar a la luna, de noche, haciendo unas cosas raras con el cuerpo, sin música ni nada, haciéndose él solo sus canciones”.

Luego se pone a cantar a las vacas y desde que ha llegado él, están dando más leche.

Luego se ha puesto a cuidar un cuervo o una urraca o un pájaro que tiene un ala rota.

Ea, pues nada, si Mohammed es así qué le vamos a hacer.

Amigos, nadie, ninguno.

Novias, ninguna, nada.

Y allí estuvo dos meses, en la granja escuela lorenzo; y un día levantó el vuelo; desapareció; dejó una nota: “el pájaro ha volado y yo tengo sus alas”. Y me dejó una espada de Toledo.

A mi amigo David, El Pájaro Bobo, le dejó otro regalo.

Uno o dos años después nos enviaba una estilográfica Montblanc desde Francfort.

¿Qué haces tío?¿Qué haces Mohammed?¿qué es de tu vida?

Vivo en un castillo en francaforte (Francfurt)

Ah. Pues yo sigo con los periódicos.

Pues yo soy amigo del dueño de la agencia Reuter.

Pues voy a verte ahora mismo; y nos vimos en Franfurt.

Y después volvimos a vernos en Salamanca. Creo ahora que está viviendo con una chica que tiene un circo, una chica francesa; no sé nada más de él.

Mohammed quién era o quién es; nació en un pueblo de Turquía, nieto de un pashá; se crió en tiendas de campaña nómadas; su padre, uno de los generales del mariscal Tito; su madre, árabe; él fue espía, leía los labios, para el servicio secreto de Mijail Gorbachov; militar de inteligencia; tuvo también una escuela de verano para hijos-as de militares; fue también ladrón (consentido) de obras de arte; tuvo mujeres y amores como él solo; dinero a punta pala; le gustaba el lujo y todo el oropel que da el poder y lo fastuoso y todo ese mundo; y un día se declaró la guerra en Yugoslavia y se vio que, o mataba a unos o a otros, y decidió hacerse vagabundo; y fue un vagabundo del mundo, por seis años; mitigando su propio dolor de ver su tierra o su hogar arrasado por la guerra.

En Munich, naturalmente no vivía en un castillo ni era íntimo del propietario de la agencia Reuter; tuve que pasarle dinero para pasar los días siguientes y supe que había sido internado después en un psiquiátrico hasta su total restablecimiento; era padre, tenía dos hijas; y estaba perdidamente enamorado de una mujer; y había cosas de su vida de las que no se sentía muy satisfecho; a mí me llamaba Mr Smiley porque decía que yo era un espía y quería saberlo todo.

Y a mi amigo David, estudiante de medicina, decía que era Bobo, el Pájaro Bobo, porque ponía cara de no entender; David y yo nos hicimos amigos gracias a Mohammed; los dos, independientemente, sin saber el uno del otro, le estábamos ayudando y así coincidimos, y después David y yo tuvimos una buena amistad.