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Mostrando entradas de diciembre, 2010

Navidades tranquilas

Cuando en días como hoy – o cualquier día – nos lamentamos porque nuestra cesta de navidad estuvo delgada, porque papa nöel no nos ha traído el ultimísimo modelo de teléfono inteligente, me pongo en la situación de las miles de formas diferentes de transcurrir unas fiestas. Y no hay formas mejores o peores. Sigue siendo un momento especial, dáme igual si es el hemisferio norte o en el sur, en los trópicos o en los polos, tirando petardos o pasando la noche entre animales salvajes. Es curioso lo de las fiestas. Bueno, es curiosa la supuesta cultura televisiva que hoy poseemos, que sabemos de todo y que nada ya nos sorprende porque ya lo hemos visto en televisión. Con mis respetos para la televisión y para todas esas fiestas donde todos hacemos lo mismo y al mismo tiempo, en las mismas horas, minutos y segundos, montarse la fiesta es algo que no tiene porqué ser lo mismo para un aborigen australiano, un siberiano, un islandés y un patagónico. Y todas son buenas formas de mon

Insolventes made in Spain

El lector que ahora asome a estas líneas, y yo, tenemos algo en común. Este mismo código de signos, que unos llaman castellano, y otros, directamente español. De no ser por este idioma común, vámonos a casa. El diálogo, en este escrito, acaba de cerrar las puertas.  O acabamos de abrirlas, cuando nos hacemos conscientes que somos hijos adoptivos o naturales de un mismo idioma, rico, histórico, evolutivo. Muy malo no debe ser, cuando, en cantidad y calidad, tantas lenguas hemos aprendido vocabulario de este buen amigo que ahora compartimos. Usted puede ser británico, palestino, sudafricano, portugués o mexicano, y algunos de ustedes, son, como yo, españoles; han nacido aquí o han adquirido la nacionalidad española. Y especialmente a esos lectores me dirijo. Ustedes y yo tenemos algo más en común que un idioma. Tenemos un Estado. Tenemos una misma Constitución que define claramente nuestras libertades y derechos. Los asuntos públicos y los privados, están normativizados en e

Los hilos del mundo

Somos un pueblo que teníamos unas características diferenciadas, propias. Éramos España. Nuestra historia había terminado en 1939. El militar del Ferrol hizo la siguiente historia. Luego vinieron unos chicos que decían ser de derechas, y otros chicos que decían ser de izquierdas, cuando realmente no eran de ningún lado sino de unas peregrinas ideas de cuál debía ser la idea de Estado español. El boom llegó cuando nos hicimos europeos. Bendita Europa, sin la cual no seríamos nada, ni tan siquiera estaríamos peleándonos entre nosotros, a modo de reinos de taifas, previos a la Isabel la Católica y el Fernando.  Ahora somos europeos y la octava potencia del mundo. Éramos una pandilla de botijeros y señores de bigote, cara al sol. Con nuestro secular orgullo, y como siempre, desde que nos hicimos una, grande y libre, allí por el 1492, éramos señores y señoras de pelea entre nosotros. Conseguir sociedades tan organizadas como las que tienen en la Europa del Norte, para nosotros es pedir

Relaciones tecnológicas

Es fácil que las sensaciones tecnológicas sustituyan a las sensaciones naturales. Y es fácil que causen un estrés por pedirle a la tecnología más elementos de los que la tecnología nos puede ofrecer. Estos elementos quedan desdibujados en cualquier relación tecnológica. Y con todos mis respetos por las relaciones tecnológicas, la información vital nunca es la misma, en un correo electrónico, en un chat o en un Messenger, en un Skype o en un teléfono que la viva realidad de vivir e incluso de convivir con una persona. Las relaciones a través de las nuevas tecnologías tienen su lado bueno y también tienen su lado malo. Yo creo que el estrés no es bueno o malo. Es una fuerza que se desata en instantes especiales. Puede ir relacionado con la inseguridad, pero no tiene porqué. Simplemente, por las propias circunstancias. El estrés es tan natural como es el respirar, el alimentarnos, el orinar o el defecar, procesos completamente naturales. Solamente que el estrés está para

La criatura humana

Los seres humanos somos una criatura deliciosa, de una extraordinaria belleza, en donde el fenómeno natural de la inteligencia ha aflorado por evolución natural. A diferencia sobre lo que se escribe de la inteligencia, mi opinión es distinta de la que se recoge en los manuales y enciclopedias; la inteligencia no es lo que se dice; pero si las naciones dijeran la verdad sobre la inteligencia entonces tendríamos que realizar poderosos y drásticos cambios sobre nuestra sociedad y eliminar muchos status quo fabricados sobre la iniquidad y la mentira; evidentemente, no están por la labor; ni lo estaban los pueblos primitivos con su pobre tecnología. A lo que ha ido viéndose hasta ahora, tampoco están por esta labor quienes hoy llevan las riendas y el destino de nuestro mundo; o está por ver. Todas las criaturas de este planeta somos vulnerables; la vida es vulnerable, por principio; es esta vulnerabilidad la que nos hace débiles ante el abuso de otras criaturas que no quieren a

Activismo social

Activismo social; yo creo que es algo que se lleva en la sangre, en el código genético, en la identidad, en el adentro de quienes somos activistas porque no podemos ser otra cosa. Soy activista desde que he nacido; no puedo decir que comencé a ser activista con 14 años, en el instituto, o que comencé a ser activista, con 18, en un sindicato, comisiones obreras; comencé mucho antes, desde niño; en cada instante de activismo, que podía ser el llevar la cesta de la compra a mi madre o que podía ser enfrentarme a unos sujetos que por ser más en número piensan que pueden cortarnos la cabeza o rompernos los sesos a la minoría. Mi activismo es de antes de los tiempos del instituto y de sus representaciones teatrales y sus actos “revolucionarios”; y mi activismo viene también de antes de formar, en este pueblo, una experiencia sindical que jamás ha vuelto a producirse; fue un oasis de tres años, en información y derechos de las personas trabajadoras de este pueblo. El activismo so