Temporada de aceituna
De de la lluvia no pienso hablar.
Y no hablaré.
Pero me sonrío al escribir estas palabras porque recuerdo a cuatro personas alrededor de un árbol. La pendiente es inclinada, barrizosa, los olivares de mediano a gran tamaño. Unos mantones de 8×15 metros, gelatinosos. Podemos ver también que un hombre (yo mismamente) está clavado, con las botas hundidas en el barro, intentando inútilmente hacer avanzar un mantón, con aceituna. Vemos a otros dos hombres, que están haciendo intento de dejar sus herramientas, para correr a ayudarle. Vemos también a una chica que suelta su vara, para atrapar los pliegues traseros del mantón.
Estamos en el paraje que se llama El Charratite, a unos 2 kilómetros, al este de Terrinches.
Día de trabajo en un barrizal, fangoso, imposible, que hace que vayas cubierto de barro, de los pies a la cabeza, aceptándolo como un hecho inevitable. La tierra, anegada, cubierta, convertida en un humedal.
Temporada de olivar, en El Pardo, en el Campillo, en días donde crees que vuelves seco, a casa, pero vuelves mojado, con los calcetines empapados de agua, el pantalón chocolatoso, las huellas de unos mantones de barro, en tu espalda, en ese movimiento repetido de arrastrar la aceituna, hasta su vaciado, por las distintas olivas.
Me ha dado, esta temporada de olivar, una prueba de ponerme al día, físicamente, una demostración de estar activo, unos ingresos adicionales, pero, además, y lo que más destaco, una viva humanidad y contacto, con muy distintas personas, que antes apenas conocía y de cuyo trato ha ido naciendo una creciente confianza, afecto y amistad.
Es, en este sentido, una aceituna positiva, como positivos han sido todos los días que he necesitado hacer algo, con otras personas. Experiencias que dejan un sabor agradable y positivo.
Son ratos que van forjando instantes de compartir vida humana, de estar callados durante largos minutos, solamente atentos a la producción del trabajo y, por espontaneidad, pasar a nuevos ratos donde no solamente aprendemos a trabajar juntos sino a convivir juntos, en el rato del almuerzo, de la comida o del regreso a nuestras casas.
Creo que siempre he valorado esos buenos momentos, de intercambio humano, de humanidad, pero creo que estos tiempos lo valoro con una medida creciente, dándole un valor de algo valioso, incalculable, fuera de toda magnitud, infinito.