Un poco de biografía musical
Las cosas musicales no son cosas que un día se enciende la bombilla creativa y te sale algo bueno para compartir con quien pueda estar escuchándote.
No creo en los milagros artísticos y creo que tampoco existen los milagros en la música.
Pienso que las cosas son resultado de miles y miles de horas de esfuerzo que finalmente se hacen simples, después de haberse perdido en los infinitos detalles.
Aprendí a tocar la guitarra, de oído, y tomando notas sobre un cuaderno donde apuntaba las tonadas a aprender para el día siguiente, comenzando con una rondeña, los campanilleros y una media granaína.
Con toda sinceridad, entonces con mis doce años y muchísimos años después, todas esas cosas me sonaban a solfa, a pesar de que las estás tocando. Yo notaba que a lo mío le faltaba algo, pero no sabía el qué.
Le faltaba la emoción. Todas las falsetas las hacía correctamente, una nota detrás de otra nota, los ligaos y los tiraos y todas las técnicas del pulgar y la guitarra, pero seguía faltando aquello que era sustancial, la emoción. Entonces no la encontré en el flamenco. Sí, años después.
Me sonrío. Mi primera actuación de un músico que nunca quiso ser músico, quizá porque veía poca seriedad en el género musical.
Estaba en las fiestas de Santo Tomás de Aquino, primero de BUP, salón de actos del instituto, actuaciones de los alumnos, me he apuntado con un rockabilly a lo Elvis Presley.
Escenario, micro, silla escolar y alumno con guitarra, inicia la actuación; se va pegando unos buenos berridos con ritmo, ejecuta unos pasos de baile, el público va entrando a la canción y, en aquellas, el zapato me salió disparado en dirección al público. Segundo o microsegundo de sorpresa, sigo adelante y termino. No me había recuperado del susto y tengo a un chaval de mi pueblo que sube corriendo al escenario a darme un abrazo, y, enfebrecido, con sonrisa de oreja a oreja me dice: ¡coños, cañero, qué bien lo has hecho, hasta lo del zapato, qué bien preparao! Y le digo: no, te equivocas, no estaba preparao.
Superar la timidez en un escenario. Caramba, no es nada fácil. Sin embargo, en otros momentos, superar esa timidez es algo instintivo. Por ejemplo, recuerdo una ocasión de los tiempos que hacía la mili en Madrid, tomaba el metro para luego coger el autobús hacia el sur, hacia Ciudad Real y la casa de mis padres.
Paso por el metro, veo un grupo tocando y, en uno de sus descansos, tengo tantísimas ganas de tocar la guitarra que la pido. Me la entregan, me voy entonando mis cantes, voy sintiendo que se me va haciendo grande el estómago y las hechuras del cuerpo, y veo que casi todos los que pasan sueltan dinero, incluso billetes. Yo me quedé sorprendido aunque, estaba tan a lo mío, que ni prestar atención pero, el grupillo de chavales que tocaba, se quedó con la copla el rato que estuve con ellos. Y yo también, me dije, no estaría mal que te dedicaras a esto, total, la acústica es fabulosa. No sé si erré el camino al hacer unas oposiciones y meterme a funcionario público. En realidad no se canta en el metro por dinero; es como cantar en una iglesia o en una cueva con acústica. La experiencia es tan intensa que el platillo del dinero se queda en un lugar secundario. No se hace buena música motivado por el dinero de caja.
A la música le debo muchos buenos momentos, pero nunca he ejercido de músico, salvo alguna vez por encargo y compromiso.
Creo que la principal aportación de la música no es hacer cada día mejor música o ser un mejor músico con cada nuevo día de aprendizaje. Creo que la música nos va enseñando a ser personas, en la forma y medida que la música expresa sentimientos, emociones, el corazón de las cosas que se llevan dentro.
Las personas que yo he conocido, que se dedicaron a la música, que me enseñaron el tiempo que pudieron hacerlo, eran personas de un gran valor humano, en especial los diferentes maestros de guitarra que fui teniendo y a quienes posiblemente no aproveché con toda su hondura.
Antonio de La Sagrario, en mi pueblo, maestro de cifra y pulgar. El hermano Apolonio, un señor mayor adonde los haya, que apenas podía moverse de la silla de enea en la que se sentaba, en su casa de Puebla del Príncipe. Allí me llevaba mi padre, en el atrás de una mobylette, guitarra a la espalda, los nueve kilómetros de mi pueblo a La Puebla del Príncipe, a verme con Apolonio, antiguo concertista por cabarés. Una persona deliciosa.
En fin, esto es un poco de mi mundillo musical, en el cajón personal del tiempo.