Soledad por quién preguntas

La verdad es que es algo bien curioso. Yo me sentía bien despierto cuando vivía en Salamanca. Había partes de mí que las tenía ciegas, sin ver; partes emocionales y por tanto emotivas. Pero me sentía despierto; comprendía todo a la primera y me sabía manejar. Era como navegar en un río que te dejas llevar por la corriente; en mí y en mi espacio de alrededor siempre estaba la convicción “esto me saldrá bien”, y fijo que sale bien, más bien incluso de lo que piensas que te va a salir. Así años y años, en Salamanca.

Bien, me adormezco, me apago, como un fuego que se queda en una lucecita débil. Y venga a encender otra vez el fuego; y venga a despertarse; pero ahora me despierto porque es que o despiertas o te mueres. Y pasa tiempo y tiempo y vuelves a caminar, como si nada ha pasado.

Tiempos de crisis, de tempestad, de naufragio, el náufrago en la playa; no puedo; “que se levante, don náufrago”; el siguiente día ya te levantas porque las tripas hacen cruá cruá. Y buscas unos piñones, unos dátiles, un pescaíto, un trozo arena que echarse a la boca.

Estos años de soledad rural me han ayudado y me han enseñado a ver con ojos nuevos y a vivir creo que con ritmos nuevos; en palabras castellanas: estoy mudando la piel.

Han sido estos meses muy distintos de lo vivido por Salamanca. Allí siempre estaba con compañía, siempre acompañando o siempre acompañado o ambas cosas a la vez. Siempre con personas. Siempre tenía algo que pensar, hacer, decir. Hablas de algo porque se te escucha y se considera tu opinión.

Qué libre me siento ahora cuando no tengo que dar ni siquiera una opinión, porque nadie me la pide.

Ausente, forastero, invisible, extranjero, y además, hete lo mejor, extraordinario. La soledad de estar en un pueblo donde llegas a ser practicante de la ciencia del silencio. Hablar menos que los espartanos; muy, muy parcos en palabras. Es como hablar con una pared, que te rebota el eco de tu propia voz.

Ser invisible a pesar de ser las 24 horas del día visible, es uno de mis milagros (o sea las oposiciones para hacerme santo); estoy practicando; entrenando. Son tres (digo los milagros por hacer).

En Salamanca llegaba a un sitio, hale, ha llegado el tío éste a darnos a una charla, todo el mundo callado, hablo y hablo veinte minutos, sigue todo el mundo callado, van diez minutos más y termino con unas palabras de cierre, y venga aplausos, y vamos con el turno de opiniones y ruegos y preguntas y el debate y ¡qué bien! y me vuelvo a mi casa y creo que he hecho algo positivo y grande y en realidad no he hecho sino buscar mi autoafirmación y hacer el cómico, el comediante.

Qué marcos vitales tan diferentes, el antes y el ahora; y qué sensación tan curiosa de saber que aquello que viviste era aquello que tenías que vivir, y que esto que estás viviendo es lo que tienes que vivir; y que aquello fue bueno y esto también; y cierto.

Creo que muchos momentos vividos, por plenos, por ricos en satisfacción o en felicidad, no tienen comparación con momentos de aquellos años en Salamanca. Sucede que sigo sorprendiéndome de haber ganado espacios de desarrollo personal que creía inactivos o dormidos o con pereza.

Yo no busco encontrarme un mundo perfecto; sé que es lógico equivocarnos porque equivocarse es de humanos; un mundo medio perfecto, tampoco me lo espero encontrar; pero sí por lo menos unos básicos, unos mínimos.

Antes creía en el conjunto de las personas; todas para mí tenían un valor único e incalculable; y todas podían ser mucho mejores si se lo proponían; corriendo el tiempo me he dado cuenta de que pensar eso es como pensar que los pingüinos aprenderán en las próximas semanas a cantar por sevillanas y que el año que viene se harán la romería del rocío. Conclusión, hay personas que son como son y siempre serán como son.

Esta la gente y está la soledad como un sentimiento que yo tengo cuando estoy con un ser humano y veo que no tenemos nada que decirnos; nada; no me interesa nada de esa persona; es más, al minuto de estar con esa persona comienzo a sentirme tenso y quiero marcharme.

Es bien curioso que inicié con la soledad y he desembocado en las personas, las gentes, la humanidad o inhumanidad que me encuentro cada día.