Cuando miro mi propia vida
Recuerdo mentalmente escenas y también imágenes de aquel tiempo, cuando yo era un joven de veinte años. Despiertan sensaciones interiores de ver que quizás el hombre que ahora soy es quizás el hombre que he sido siempre, salvo que hoy tengo más experiencia, además de nuevas circunstancias.
Sin embargo, en un repaso general, que yo hago ahora, pesa más lo que yo pienso que la realidad. Quiero decir, es algo subjetivo la transcripción de mis palabras. Es algo subjetivo porque es el resultado de una emoción, de una actitud personal.
Quizás, para mí, haciendo un repaso general de la vida, saco conclusiones positivas donde igual otra persona ve hechos desagradables o negativos.
Digo así que hablar de uno mismo es subjetivo. Es como uno se ve a sí mismo, además de cómo es, en la viva realidad.
Hacer un repaso integral de la vida es verla con distintos enfoques o distintos ángulos de visión, frente a una misma realidad. Cada ángulo de visión, cada ventana desde la que observamos la realidad, ofrece un fragmento de vida real.
Yo no sé cómo se puede ver o mirar a una vida. Es algo íntimo, personal, subjetivo. Es algo que enraíza con el valor, actitud, valores, e incluso coraje o fuerza de voluntad que una persona tiene y despliega, en su práctica vital.
Hoy vivimos en la cultura del éxito y del crecimiento rápido, como la cocacola que se destapa y rápidamente espumea y echa burbujas. Queremos un crecimiento rápido, automático.
Sin embargo, en muchos tiempos pasados y en muchas culturas pretéritas, la vida ha corrido por ritmos más lentos, que podían también ser expresivos de una vida de gran plenitud, libertad, o grandes hechos o realizaciones.
La cultura de éxito en la que hoy estamos asentados, ve a un humilde zapatero o relojero o un artesano, ve a gente estúpida que no sabe ganar dinero rápido, que no sabe invertir en el mundo global, que no sabe estar a la altura de las circunstancias.
La nueva moda, la cultura del éxito, de la globalización, que incluye a viejos y a jóvenes, no es la cultura de la paciencia artesanal y del trabajo excelente, con excelencia. Es la cultura del estilista que no quiere ser peluquero, es la cultura del publicista, es la cultura de tantos istas, supuestos especialistas, cuando en realidad su característica principal es ser mediocres, inaptos, en un mundo de mediocridad.
Cuando miro mi propia vida veo unos rasgos que me gustan más, otros que me gustan menos y otros que me gustan nada.
Por supuesto que me hubiera gustado otra vida que no hubiera tenido las lecciones desagradables o muy desagradables de la presente existencia. Sí, es verdad que me gustaría no haber conocido lecciones que sí he conocido, pero el paquete me ha venido completo. Lo malo me ha venido asociado con lo bueno, inseparable, indisociable.