Una relación normal

Actualmente, vivo una relación normal, la normal de dos personas que no se conocen con anterioridad y comienzan a conocerse. Ha sido la normal de dos personas que viven distantes entre sí y de personas que comparten también diferente perspectiva de los planteamientos de vida.

Es una relación normal en lo que ha tenido de normalidad. Al mismo tiempo es una relación excepcional, por los muchos instantes de excepcionalidad, de excepción, con los que ha contado también la misma relación, a lo largo del tiempo.

Es una relación sujeta, aprisionada, limitada por el propio punto de vista de ella, que ha sido quien desde un primer momento ha llevado el peso de la acción y ha querido después seguir su dirección cinematográfica, haciéndome participar en el guión, sin conseguirlo, hasta que ha presentado rendición y paz hace escasas fechas, en una nueva tregua.

Es una relación normal, pero ha sido también una relación al límite, al límite incluso de su propia energía. Ha sido también la expresión de algunos actos temerarios, sin explicación de ninguna clase, que me han hecho serias preguntas de cómo somos las personas, de cómo son nuestras reacciones vitales, de lo complejo que podemos transformar lo simple.

Es también una relación intensa e intensiva, una relación de las que puede ponerte al borde de un ataque de nervios, como la comedia del manchego Pedro Almodóvar. Ha tenido de todo. La verdad es que ha sido una relación completa, como entrar en una feria y subirte a varias atracciones y al final, pedir un helado y sentarte en una silla, a descansar de tanta acción y de tanta aventura. O sea, de nuevo a la palabra clave de esta historia, a tanto amor.

Esta relación que tengo o que no tengo, es una relación que tiene una despensa variada de ingredientes. Tiene amor, atracción y afinidad, además de tener la sorpresa, cada cierto tiempo, de un nuevo conflicto o ruptura, a cuyo resurgir viene a ser como dar un paso adelante en una relación que no sabes si avanza por sus días buenos o si también está avanzando por sus días malos. Se convierte así en algo y mucho más que una simple experimentación del hecho de amar o del hecho de entenderte con una persona, de establecer un diálogo. Pasa ya a otros planos personales, que, tanto da si estás de acuerdo o en desacuerdo, te está mostrando una diferente perspectiva a la tuya propia, una diferente forma de vernos a las personas y de ver el mundo.

Es decir, que viene a ser como si el conjunto de la historia o relación, forma también un todo, un cuerpo de aprendizaje donde bien y vale, te estás viviendo una historia de amor pero también estás viviéndote una prueba de vida, el cómo tú mismo reaccionas en esta situación concreta y frente a esta concreta persona. Entonces te ves a ti mismo en hechos que ves por primera vez y es también la primera vez que pones respuesta a cómo o de qué forma es tu reacción personal.

Es decir, al mismo tiempo que significa un ponerse a prueba, en hechos vitales, supone también un ponerse a prueba, en conocerse a sí mismo, en saber qué o cuáles son nuestros límites, qué o cuáles son nuestras reacciones frente a hechos que estamos desacostumbrados o que tienen disonancia con nuestra forma de ser. Ha sido, podemos decir, como las capas que encontramos de la superficie al interior de la tierra, donde cada capa de ser terrestre se están viviendo una diferente historia, en cada piel de la tierra.

O ha sido como si analizamos la vida en las distintas capas de la piel de un ser vivo, viendo el desarrollo diferenciado que tienen esas distintas capas de la dermis.

Podemos también contar esta historia como la proyección de un largo y apasionante viaje, por ejemplo al Tíbet, que no llega más allá de algunas manzanas más de casas, porque los participantes en el viaje se la pasan discutiendo si echan el flotador o si echan el paracaídas.