El amor y las personas
El amor no es una entidad abstracta. Es como si decimos que los valores humanos y los principios son entidades abstractas. A mí esto no me vale, el amor no es una filosofía y tampoco son una filosofía los valores humanos. Para mí, ver, sentir, pensar, es algo muy parecido. No veo oposición entre el sentir y el pensar. No veo conflicto en esas cosas. Por esto puedo ver desde la irracionalidad que puede tener el corazón (yo no lo veo irracional) y desde la sensatez o inteligencia que dejan ver los pensamientos (que no son tan fríos y tan intelectuales como se dice).
Quiero con esto indicar que el cerebro no es una masa compacta de números y cifras y pensamientos y citas intelectuales. El cerebro es una máquina vital de emociones y no se sabe cuántos gramos de emoción tiene un pensamiento determinado porque tanto ellas (las emociones) como ellos (los pensamientos) forman parte de una misma realidad, que no se puede desligar una de la otra. No se puede pensar sin sentir y no se puede sentir sin pensar. Cuando ambas partes de ti mismo están en armonía con tu persona.
Estos últimos veinte o treinta años, especialmente en nuestro país, hemos jugado mucho a relativizar las cosas y a probar nuevos experimentos de vida, desde mi punto de vista con exceso de soberbia y con falta de inteligencia y humanidad. Esto ha sido al punto que ahora hablamos de amor, quizás más que nunca, e igual hablamos de otras muchas cosas. Hablamos más de las cosas cuanto más las carecemos.
Por esto es que no podemos engañarnos, el paisaje es brutal. No digo ya por la mala fé de nosotros, las personas, sino porque las circunstancias son enormemente confusas, en una especie de hipermercado de la felicidad. No es verdadero todo ese mundo multicolor y publicitario. Es un mundo de anuncios, un mundo de intermedio en las películas televisivas pero no en la vida real.
Ahora bien, sin andarnos con exageraciones, el paisaje de las relaciones humanas es turbio, digo que es turbio sin exagerar y decir que es desolador. No es desolador pero sí es turbio, baja con las aguas turbias. Y en esa turbiedad, se agradece mucho más la claridad, que en el fondo, ahora entrándonos en términos espirituales, es la claridad del alma.
Si tu alma tiene paz de conciencia, tu mente y tu corazón tendrán paz de conciencia. Pero mirar mucho por el cuerpo y mirar nada por el alma, resulta un bastante contradictorio. El alma no se limpia en las azoteas, tejados y montañas. No es necesario subir al Himalaya para purificar el alma. Ni entrar a las iglesias y pasarse allí siete rosarios.
Es algo tan simple como que si algo o alguien necesita tu atención, se la estás dando. Y es algo tan simple como confiar en quien tu ser interior te está pidiendo confiar. Es ser humano, fuera de las sinagogas y de las iglesias, pero no ser humano para que te quieran más o para ganar una parcela o un chalé en el cielo, sino simplemente porque estamos aquí para ser eso, humanos, ganarnos en nuestra propia humanidad y experimentarnos en la realidad de la vida, el tiempo que tengamos de vida. Es así de sencillo, sin más vueltas, sin más historias. A partir de aquí es donde continúa el hilo de la vida y entramos al espacio cotidiano de cómo somos cada persona.
E igual en lo que nos vivimos de amor y con otras personas. El asunto viene a ser el tener dentro de nosotros mismos el menor grado de contradicción. La realidad de las personas ya es por sí misma bastante contradictoria; si nosotros añadimos nuestras propias contradicciones, los juicios y valoraciones que podamos hacer serán obtusos, torpes, incompletos. Por esto digo, es bueno cuidar nuestras propias contradicciones.