Estar en las musarañas
El callejón donde vivo es una selva amazónica de biodiversidad y de vida, de criaturas y especies muy distintas.
Cada centímetro de la calle está sabiamente ocupado por criaturas que desarrollan la vida y la savia vital que es normal por estas fechas que nos corren, primavera, mayo, el mes de las flores. Es de esta forma que las hormigas, los insectos, los pájaros, gorriones, golondrinas, mirlos, los gatos que maúllan, los perros que dan paseos y, por si faltara algo, hoy he tenido el delicioso encuentro de una camada de pequeñas musarañas que ha sido el remate de vida que le faltaba a esta pequeña calle.
Toda acción auténtica y sincera, progresa y prospera en mayor autenticidad. Esto es una ley visible, de norte a sur, de levante a poniente. Nosotros, los inteligentes seres humanos, de esto que yo ahora estoy escribiendo, de autenticidad y sinceridad, decimos ser los primeros, los más grandes, los más fornidos y robustos, en neurona, en intelecto y en raciocinio.
Pero yo digo que no somos los primeros ni tampoco los más grandes, en autenticidad y sinceridad. Vamos de listos por la vida y debiéramos aguzar un poco más el oído y ver que no estamos solos. A veces un humilde pájaro o una humilde musaraña, de dos centímetros de longitud, tiene algo que enseñar a la inteligencia que se concentra un metro setenta de hombre.
A mí hoy, unas pequeñas musarañas me dan valiosas lecciones de vida. Por ejemplo, a no estar en las musarañas. Hoy he visto qué significa la frase porque no he visto criaturas más tontas en no proteger su vida. Diminutas, minúsculas, con unas pequeñas trompetas, haciendo cricrí como los grillos, sin importarles ser aplastadas, movidas por la curiosidad, sin miedo al pico de los pájaros, felices de tomar el sol, a diez centímetros de los pequeños agujeros por donde entran y salen de la calle.
Musarañas, tenían que ser musarañas para estar en las musarañas. Por bien de su vida, espero que la madre se haya llevado a las crías –tres- a lugar más seguro. Estoy recordando ahora, con una sonrisa, la valentía o curiosidad o temeridad de una pequeñina, capaz de moverse rápidamente, pero que se sentía atraída al trozo de papel con el que yo quería llevarla adentro, evitando así que, por estar en las musarañas, dejara de ser una musarañita. Nunca había visto ninguna. Perdón, sí, en el yacimiento de arqueología, lo había olvidado.
En contrapartida, los pájaros creo que cada día son más. A primera hora de la mañana ya los tienes cantando, te levantas y abres la ventana; ¡hala! pedazo silbido de buenos días que te da don mirlo, no te queda otra que sonreír y decir bendito es el gran Dios del Universo entero que hace que al abrir mi ventana saluden los pájaros como si yo fuera alguien que ha hecho algo reconocido e importante en la vida, cuando no hago salvo echarles cuatro migas de pan que ni siquiera las necesitan porque tienen miles de formas distintas de buscarse mejor alimento que los pequeños trozos de barra de pan que yo les puedo echar, desmigados, a diario, repartidos junto a la pared.
Sí, me han enseñado muchas cosas estos buenos amigos. Es bueno tener a diario la amistad de unas criaturas que no te piden nada y te dan todo lo que ellos son y toda la alegría que ellos tienen.