En horas de siesta

Mi pueblo sigue en su sitio. Un pueblo sin ruedas. Un pueblo de tantos. España tiene más de 5000 pueblos. Éste es uno de ellos. Y no hay nada destacable que contar. Nunca hay nada destacable por contar en un día de junio como hoy, que no se ve un cristo por la calle.

Los veranos por estas tierras son secarrales. No aguantan ni las moscas. Todo el mundo busca el cobijo de una sombra. Pero salgo al campo y veo vida por todas partes. Me salen mariposas al paso, de distintos colores. Veo la vida que crece, en tal o en cual árbol: la aceituna que comienza a engordar y que hace verdad el refrán que dice “si ves una aceituna por San Juan, verás cien aceitunas por navidad”. Refranes de agricultores que guardan una enseñanza sobre el medio que trabajan.

La noguera junto al camino que ella sola destaca un amplio espacio de sombra, un pequeño hábitat para distintas especies, el conejo que sestea, el mirlo, el gorrión, la golondrina, la paloma torcal o paloma del campo, todos allí reunidos. Y más mariposas.

Y algún almendro que ya tiene almendras que verdean dentro de la cáscara y comienzan a tener sabor a almendra más que sabor a verde, a puro vegetal. Y esto es el camino de la Juan Jordana, que discurre paralelo a un arroyo seco y que baja de las partes altas del pueblo, encajonado entre un valle surcado de olivos. Y al llegar a lo alto, un gran descampado que llaman Los Llanos y donde hace muchos años había un improvisado campo de fútbol, con piedras de portería, donde se celebraban partidos entre gentes de varios pueblos.

Y calor, mucho calor en un paisaje de tierra roja, de olivos, de retama, de tomillo, de campanillas que crecen, blancas y azules. Y mariposas a docenas en las sombras de una pequeña encina. Y a lo lejos montañas azuleando en el horizonte. Y nadie, absolutamente nadie por el campo, nada más que un loco como yo que le da por salir a caminar en horas de siesta.