Causalidad en la historia

Quiero ver la vida sin estrés, pero no es fácil; hay situaciones que te superan, que son como si fueras un barco y una gran tormenta te dejara convertido en cuatro maderos esparcidos por las aguas, llevados por las olas, un náufrago que en medio de la noche espera encontrar tierra firme, un milagro de tierra firme, al llegar el amanecer de un nuevo día.

Personas y circunstancias no somos lo mismo. Las personas nacemos en unas circunstancias, pero las personas somos algo y mucho más que simples circunstancias; las personas no somos circunstanciales y las circunstancias son siempre efímeras, puras circunstancias que tienen el valor del tiempo que ellas viven, pero las personas viajamos por todas las circunstancias que nos acontecen en una vida.

Llegando a la palabra circunstancia, tengo que recordar al filósofo Ortega y Gasset, que hizo célebre la frase aquella que dice: yo soy yo y mis circunstancias.

Las personas somos nosotros mismos; somos cada uno de nosotras y de nosotros como somos, por nosotros mismos, con nuestra personal identidad o naturaleza o esencia; es con esta identidad que vamos conformando un cuadro vital de comportamiento que es en definitiva quien nos dice qué persona somos y qué persona no somos.

Y además de esto, están nuestras circunstancias.

Creemos que las circunstancias son aleatorias y casuales.

Por mala práctica o mala praxis de vida, por mal autogobierno, por mala educación, hasta por mala costumbre de tener ordenadas nuestras mentes y nuestras emociones equilibradas, por todo esto creemos que las circunstancias que gobiernan la vida de este mundo, de los 7500 millones de criaturas humanas que hoy somos, son aleatorias y casuales. Creemos esto, pero no es verdad ni se aproxima para nada al conjunto de la verdad o de la realidad verdadera de la vida humana.

¿Casual? Es posible que nada sea casual, nada de lo que ocurre y sucede en este planeta Tierra y en todo el conjunto universal, fuera de este planeta. ¿Casualidades? Yo no me creo que es una casualidad que este planeta tiene forma casi esférica, flota en el espacio, a una velocidad de 29,8 kilómetros por segundo, que estamos hablando de mucha velocidad de la cual nosotros no percibimos nada; la vida no es la repetición aleatoria y casual de fenómenos casuales que propician y ayudan a la creación y continuidad de la vida.

Nuestro mundo está lleno de espacios que tienen nada de casualidad y nada de aleatoriedad; son cosas tan poco casuales como lo es la fuerza de la gravedad, el magnetismo terrestre o la combinación de gases de nuestra atmósfera, entre un amplio conjunto de no casualidades que hacen posible que llevemos vivos, por esta bendita tierra, hace más de 2 millones de años, desde los tiempos aquellos tan lejanos del Homo Erectus.

No es casual; nada es casual; o dicho con estas otras palabras, todo tiene un porqué.

Todo tiene un porqué, tanto lo grande como lo pequeño. Y si nos acercamos a nuestras vidas cotidianas, vemos también que en ellas subyace, existe un fondo de porqué, de sentido a todo lo que ocurre, ha ocurrido y ocurrirá.

En estos porqués, pequeños porqués de nuestras vidas, muchas veces nos dejamos pensar con que la vida es un castigo, una desigualdad, una injusticia que interviene casualmente o aleatoriamente. Esto no es verdad ni para la realidad que podemos ver en los grandes números, en los grandes telediarios, en las grandes portadas de periódicos que nos señalan que este mundo, la mayor parte de este mundo, vive en la pobreza, la ignorancia, el conflicto, la violencia, el abuso, la explotación.

Esto tampoco es casual en la realidad cotidiana de las personas que conocemos de nuestras respectivas vidas. Y dónde parte esto. De la naturaleza humana. La misma naturaleza humana que participa de los grandes fenómenos y de los pequeños fenómenos, la que hace realidad los grandes y los pequeños números de la realidad humana o de la verdad humana.

Por esto, creo que hay que saber diferenciar cuáles son las causas externas o socioculturales que nos impulsan a ser perversos y cuáles son las causas propiamente personales, escritas o dibujadas en nuestra propia naturaleza o identidad, que nos impulsa a ser como somos: egoístas en exceso.

Este mundo sería bien distinto si las personas fuéramos un poco más responsables, con nosotros mismos y con las personas con las que hacemos realidad el ejercicio práctico de coexistir y de convivir.

En las razones socioculturales de porqué la Humanidad somos como somos, existe una fragua o una talla histórica que ha sido la que ha ido construyendo nuestro devenir; éramos cuatro gatos hasta hace nada; hace dos mil o cuatro mil años éramos apenas un puñado de millones esparcidos por todo el globo terrestre. Nuestro crecimiento exponencial de población se ha producido relativamente hace poco, dentro de las distancias de tiempo de nuestro planeta, que no son distancias cortas precisamente, porque la vida no se ve en un cortísimo espacio de tiempo sino a larga distancia, con largos o grandes o extensos horizontes.

Dentro de las razones socioculturales de porqué somos tan perversos, artificiales y corrompidos como somos, existe un peso histórico relevante, muy relevante, que son todo un conjunto de causas sociales y culturales, que acompañan a la especie humana, prácticamente desde el inicio de nuestras sociedades.

Esto viene a decir que una persona de la Edad Media piensa como era propio de aquel tiempo, con sus prejuicios, con sus clichés; vemos a una persona de entonces pegando gritos para que quemen a las brujas en la hoguera y pensamos qué barbaridad de gente tan condenadamente perversa que fabrica enemigos que quema en la hoguera, en ejecuciones públicas, para escarmiento de todos.

La pregunta que viene es qué diferencia a una persona de la Edad Media de una persona del siglo XXI. Nada, salvo la educación. Es la educación que no nos permite y no nos deja ver que se está apilando leña en una plaza pública para quemar a una persona porque se le llama bruja o hechicera o lo que sea. Es la educación.

Es la educación que ha hecho que miles de personas hayan dado su vida para conseguir derechos humanos, reflejados en leyes, en parlamentos políticos; es la educación que, a pesar de los desmanes y altibajos de la sociedad, ha estado siempre presente; es la educación que hoy nos permite expresarnos con tranquilidad, en un sistema legal, que está obligado, por ley, a defender y proteger los derechos humanos.