Hacer amistad

No podemos caer simpáticos a todo el mundo. Yo desisto de intentar conseguirlo. Es más, ya a estas alturas de mi vida, no lo consigo.

Vale, que me veo comentarios agradables, pues bueno está, los prefiero antes que los comentarios injustos, pero no sé, no hago las cosas por el comentario de nadie, ni por ser simpático a nadie. Hago las cosas por mí y por todos, que no sé bien quiénes somos todos, igual los que estamos aquí, los que vendrán, los que ya se han ido. El caso es que hago las cosas para tener tranquilo, relajado y medio feliz a mi corazón.

Yo no puedo forzar una amistad. Nunca lo he hecho, tampoco quiero aprender a hacerlo. Aunque supiera cómo hacerlo, no lo haría. No me siento capaz de forzar a nadie, ni forzar los ritmos de nadie. Todo lo contrario, ver a una persona forzada me es lo mismo que ver a personas remando en galeras.

Soy abierto, sí, no digo que no soy abierto, sí lo soy. Pero hay cosas que a mí no me gusta compartirlas con nadie. Hay cosas que yo las veo tan de puro íntimas que es como decir si uso ropa interior de éste o de aquel color. Soy sociable, sí, vale, pero con cada persona sabes cuánto y adónde puedes llegar. Igual no se ve el primer día, pero sí se ve en los días siguientes.

En realidad, en la amistad, todo se ve sin ninguna prisa, nada es forzado, sino que todo fluye con naturalidad, como ya sucede en la naturaleza: la primavera es primavera porque llega su tiempo, el otoño es otoño porque llega su tiempo. No hay prisa de hacer el viaje de la amistad porque los amigos se encuentran en cualquier estación o vagón cuando quieren encontrarse.