Modelos de democracia

Vayamos hoy a la cuna de la democracia. Occidente estamos vendiendo al mundo que somos el modelo a seguir. Bueno, está bien, pero en Occidente tenemos unos rollos que vale, mucha banderita, mucho escudo, mucho himno, pero oiga, ¿aquí cuándo comemos?

España y otras democracias somos democracias de segunda, porque nunca nos hemos tomado en serio a la democracia. Nunca. Ni siquiera después de la muerte de Franco, en 1975.

Por tanto, el hecho de ser hijo de un obrero, de un jornalero, de un campesino, poder aspirar a desarrollar tu oficio, libremente, dentro de una sociedad libre y con valores, esto está muy bien para desarrollarse en equis países, los más avanzados, los que afortunadamente, a fuerza de errores y aciertos, han ido tomando conciencia que la democracia, tal y como ya la conocemos, es necesaria.

Sin embargo, ya no es lo mismo en esas democracias que, en estos años pasados, han pegado un bufido de hundimiento económico.

Ahora, España y las democracias del sur de Europa, somos otra cosa. No podemos decir que no somos democracia, pero tampoco podemos decir que somos verdaderamente democracia. Somos, a medias. Como cuando se “bautiza” la leche con agua, que ni es leche ni tampoco es agua, pues algo así.

En España hemos tenido nuestras luces y nuestras sombras. Decir que hemos sido una democracia modélica es insensato y falta a la verdad.

Llevamos, en esto de la democracia, desde 1978. Yo creo que es un tiempo más que notable para aprender, quien por supuesto quiere aprender.

Los años guais, los años de la bonanza económica, vamos por ejemplo a decir de 1980 en adelante, a lo largo de toda una generación, fueron años donde en apariencia todos teníamos las mismas oportunidades, cuando la realidad no era así. Unos partían con ventaja, con mucha ventaja. Y evidentemente, siempre llegaban los primeros a recoger los premios. Esto era tremendamente válido para la cultura, para la educación, para cualquier actividad no gubernamental y también para la actividad creadora de la literatura y en específico de los medios de comunicación.

Han pasado muchos años desde aquella bonanza socioeconómica de España, tal que donde supuestamente no había fracturas sociales, hoy sí existen fracturas sociales. Digamos que irreconciliables. Donde antes podía servirnos una aspirina para combatir un problema, en la actualidad no nos basta con seis cajas de antibióticos. Ni existe quizás fármaco en el mercado a algo que no era una epidemia y que quizás hoy ya sí lo es. La cuestión es no seguir apretando las tuercas. Tener a un país con la mitad de los jóvenes en el paro y con más de un 25 por ciento de la población que quiere y necesita trabajar –y que no tiene trabajo- es inaceptable y es de locos.

La España de hoy, nada o poco tiene que ver con la España de hace una década. Menos aún, con la España de hace dos décadas.

La de hace una década era una España de postín, sobredimensionada, sobre-crecida, que parecía tener el límite u horizonte de desarrollo en el infinito y más allá del infinito. No había nada que pudiera resistirse a ese tirón imparable del progreso español, novena potencia del mundo, según nos decía una de las glorias presidenciales.

Yo digo que en lo malo y en lo bueno, no es comparable la España de hoy con la España de hace una década, aunque la España de hoy es hija de la anterior, lleva el ADN de la España anterior, pero es también verdad que las lecciones vivas que se está llevando la España de los últimos seis o siete años, son la puñeta. Es increíble. Te hacen una película y te lo cuentan y dices anda ya, qué me estás contando, eso no es posible. Pues sí, de verdad, la realidad ha superado a todas las películas posibles.

Pues esto quería decir, los muchos cambios en la España de estos últimos años.