Socialmente hablando

Desde el principio de nuestra sociedad, gobierna la mentira en asuntos tan importantes y principales cómo lo son cuál es nuestra naturaleza y cómo se comporta ésta, en nuestro devenir diario.

Desde los pueblos primitivos a la actualidad, pongamos que a partir de la sedentarización humana y la revolución que significó el uso de la piedra pulimentada (el Neolítico), hemos asistido a la organización de una cultura global, progresiva, representada en sistemas de organización social inflexibles con cuál y cómo es nuestra naturaleza y composición. O sí o sí, cada individuo que ha habitado una sociedad, ha tenido que someterse a sus normas de conducta globales; dentro de este régimen de conducta, existen una serie de temas tabú, que solamente pueden ser ejercidos por los maestros-as de ceremonias, instituidos por esa misma sociedad que somete a sus habitantes.

Un sometimiento constante, bajo la apariencia paternalista y protectora; es decir, dentro de un engaño manifiesto que ataca en primer lugar al sistema perceptivo de cada persona.

Ni siquiera es un sometimiento o una domesticación, bajo la apariencia de socialización, que se desarrolle puramente en la escuela; se desarrolla en todos los espacios de vida de una persona; en un continuo y permanente adoctrinamiento; ¿consecuencia? el embotamiento y autolimitación perceptual de nuestros horizontes reales como seres humanos, nuestras capacidades innatas para ser felices y libres y vivir con plenitud.

O sea, esclavos en nuestro núcleo central de decisión: nuestra inteligencia. Una inteligencia esclava no es una inteligencia; es otra cosa; un cuarto o una media de inteligencia pero no es una inteligencia entera; una inteligencia integral; equilibrada, que armoniza con el conjunto de la realidad, tanto nuestra propia realidad como el conjunto de la realidad que nos rodea.

De la misma forma que en las primeras sociedades se dejaban los asuntos “espirituales” en manos del hombre-medicina o chamán o el brujo del poblado, con posterioridad todos esos mismos asuntos han ido dejándose en las manos de los especialistas y expertos que dicen conocer sobre dichas materias; y junto a ellos todo el andamiaje político-jurídico-represivo-propagandístico.

¿Quiénes son los expertos que están a la vanguardia del conocimiento humano?; son, por hacer un resumen rápido, todas aquellos que tienen la profesión de sacerdotes y científicos; es decir los que entienden de las cosas espirituales y los que entienden de las cosas materiales; su vanguardia intelectual o inteligente es la que después legitima o justifica un sistema político-económico-sociocultural; son, digo, por englobarlos en un nombre, quienes viven y practican la teología, o sea los curas de las muy diversas religiones y creencias; y son los científicos, entendiendo por científicos a todos aquellos que practican una disciplina científica, sea cual fuere, incluso todas estas nuevas disciplinas sociales que se han inventado en los últimos decenios y que, desde mi punto de vista, queriendo especializar el conociendo, consiguen el efecto contrario.

Desde esta organización que estoy exponiendo, el ser humano se ha visto sometido, explotado, en su intimidad, su intimidad mental; han variado los nombres de esa explotación o manipulación, pero el fondo o asunto nuclear sigue siendo el mismo, con distintos nombres, con distintos decorados, pero siempre con el mismo fondo.

Es de esta forma que, desde mi punto de vista, se ha dejado la explicación del ser humano inacabada, un mediohacer de una forma parcial, incompleta y sesgada; la definición que hoy tenemos sobre la especie humana es una gran incoherencia; se dice que somos la criatura más inteligente del planeta, pero al mismo tiempo la realidad nos pone de manifiesto que somos una de las criaturas más desgraciadas de este mismo planeta; en consecuencia, engaño y verdad se funden, en una tempestad de confusión; el desconcierto.

Hemos avanzado en conocimiento; la ciencia ha dado un gran salto; pero el uso global de ese conocimiento sigue prisionero de estos tabúes y esclavitudes; desde el punto de vista de autopercepción, la realidad global de los siete mil millones de criaturas humanos que hoy poblamos Gaia, deja la realidad parecida a la de un grupo de siete mil millones de seres fragmentados, incompletos, inexplicables e inexplicados, que caminamos por la vida con la sensación de insatisfacción, de sabernos que nos falta algo, que no sabemos qué es; pero que nos falta.

Somos mucho mejores de lo que nosotros mismos llegamos a pensar; nuestra autopercepción está “herida” por los continuos envites energéticos que tenemos, en nuestra vida cotidiana.

Toda criatura viva reaccionamos con dos tipos de estímulos, positivos o negativos; la vida es una mezcla de ambos, como un torrente sanguíneo que lleva la vida y la muerte contenida en sí mismo, circulando por unas mismas arterias y venas; o como un cuerpo que lleva su doble naturaleza, masculino-femenino, o el ying y el yang de los orientales, la doble cara de una moneda que ambas conforman la realidad última y definitiva.

Vivimos en una sociedad violenta, conflictiva, que también usa el engaño y la astucia como uno de sus tantos sistemas y métodos violentos; esto significa que, en el día a día de nuestras vidas, convivimos con estos hechos, que no nos son ajenos y que en definitiva vienen a decir que vivimos en un mundo en paz pero que la realidad diaria siempre tiene su carga de dinamita o violencia; no es una paz completa; y este hecho en algún sentido condiciona nuestras propias vidas, nuestro grado de satisfacción, e incluso la búsqueda de nuestras fórmulas personales para compatibilizar ese contraste o contradicción entre la realidad que es y la realidad que nos gustaría que existiera y no existe.

En este contexto, si nuestra sociedad fuera menos violenta, más respetuosa con los derechos básicos de la vida y de las personas, nuestros conflictos y problemas serían infinitamente mucho más pequeños que los que sí existen, bien porque vivimos en un mundo extremadamente competitivo e individualista, bien por el rodillo de la globalización, bien por todo un conjunto de factores mucho más complejos que unas palabras sueltas como las que estoy diciendo.

En resumen: si estuviéramos en una sociedad libre, independiente, amante de la paz, de la evolución saludable, del buen gobierno y de la libertad y respeto por todas las criaturas, no existiría la contradicción que resume nuestra forma de vida actual y que se conjuga en todo un amplísimo conjunto de contradicciones y otras incoherencias que perfilan numerosísimas pautas de nuestro vivir diario y de nuestras formas de pensar, sentir y percibirnos a nosotros y al mundo que existe alrededor nuestro.

En este contexto de conformismo, de sometimiento, de espaldas corvadas; o más adecuadamente, de inteligencias agachadas, encorvadas, escondidas, adormecidas, los seres humanos hemos de ignorar muchos espacios de nuestra verdadera naturaleza, so pena de no poder convivir con la tensión que existe dentro de nuestras sociedades.

De la misma forma que para un nativo del desierto del Kalahari, o para una persona acostumbrada a vivir en espacios libres, le puede ser horrible visitar una gran ciudad y todo su enjambre humano, corriendo a todas partes, también para una persona natural que quiere vivir conforme a los principios naturales de la humanidad y de la vida, le resulta difícil y contradictorio el tener que coexistir y convivir con unos semejantes completamente desconocidos, con los que yo por lo menos no me identifico; donde para más cachondeo, estamos todos mezclados en un caos bestial; como un conjunto de garbanzos dentro de una olla exprés; donde paja y grano venimos unidos y, en el día a día, hemos de estar prevenidos y alertas contra cualquier agresión; vivimos en un mundo extraordinariamente violento que, además, una de sus características es ensañarse con los débiles, indefensos, o simplemente pacíficos; tener miedo y recibir agresiones viene a ser casi y prácticamente la misma cosa.

El grado de violencia de una sociedad configura también el grado de violencia individual de las personas que conformamos esta sociedad; hoy tenemos más violencia que nunca, en el sentido que hoy somos más poderosos que nunca antes lo habíamos sido y por tanto nuestras formas de violencia son más amplias.

Hemos llegado a un nivel de depravación invisible, socialmente admitido, pero oculto, donde no queremos verlo ni mirarlo, negando su existencia; en parte ha sido movido por todo el conjunto propagandístico que hemos recibido en los últimos cien años; yo tengo una teoría sobre esto: el hombre natural y el hombre artificial.

La depravación es necesario para el mantenimiento del viejo establishment, del viejo sistema socioeconómico y político; es la lucha del todos contra todos; es el ser capaces de introducirse dentro de las estructuras de unas y otras naciones, cambiando los hábitos mentales de las personas y por consiguiente adquiriendo un control o un poder sobre ellas, valorado en su capacidad de trabajo y su capacidad de consumo; o sea, viéndonos simplemente como un mercado global; el mercado de las hortalizas; tú eres una lechuga, yo soy una patata, mi vecina es una zanahoria y mi amigo es un tomate. Es completamente ridículo pero se asemeja a nuestra forma hoy de pensar.

Ese rodillo globalizador que está expresándose con especial rotundidad desde la terminación de la 2ª Guerra Mundial, ha cambiado profundamente los esquemas de toda la humanidad, de todos los pueblos, de todas las naciones y culturas. De todas las individualidades o individuos/as que habitamos esta corteza terrestre.

El viejo espacio social y el nuevo espacio social, nos estamos encontrando ahora, en este principios del siglo XXI, en un punto de inflexión, de grandes cambios, profundos, que están fabricando un antes y un después en nuestra forma de ser y vivir.

El cambio climático, la economía global y la crisis financiera que hoy sacude los principales mercados, la crisis de valores, los enfrentamientos religiosos, la superpoblación, el auge de la violencia, la industria nuclear, las sombrías caras y rostros de la humanidad de estos últimos 50 años, no peor que las anteriores; pero ahora podemos verlo; los desastres de este último medio siglo no han sido peores, pero han sido más próximos gracias a nuestros televisores.

La televisión, los medios de comunicación, nos acercan la realidad de lo que pasa en el extremo del mundo; encendemos el televisor; no es un libro que haya escrito Aristóteles o Maimónides; es algo real; es un terremoto que ha sacudido un país, al otro lado del Atlántico; y son hordas de personas robando entre la basura, entretanto otras personas se juegan la vida para salvar otras vidas.

No podemos hacernos los ilusos o mirar para otro lado; porque un día u otro día la realidad nos toca a nosotros; sucede en el cambio climático, sucede en las normas de confianza financieras, sucede en todos los ámbitos de la existencia humana; es una ley de acción y reacción o un efecto boomerang donde aquello que haces sirve para tu provecho o sirve para tu autodestrucción.

En mi opinión creo que es peligroso que relajemos tanto nuestro sistema de valores que nos da igual que el sol salga por el este o por el mediodía; creo que es asunto de supervivencia pero es también un asunto de eso que ahora se habla tan poco y que es tan necesario: la dignidad.

La dignidad no tiene precio; es un cheque en blanco que ningún banco del mundo puede comprar; va asociada con el respeto mutuo; en realidad debiera llamarse libertad; pero por no pedir lo que es nuestro, pedimos nada más que dignidad; pura y simple y llana dignidad; solamente dignidad; la libertad ya somos nosotras y nosotros quiénes para saber buscárnosla, pero la dignidad es el elemento básico, el soporte de cualquier camino de vida.

Hemos tenido ratos y momentos de dignidad. Somos una especie de vida que tenemos el honor, la suerte, también la prueba o el desafío, de probar las mieles de la inteligencia; y soportar un largo periodo de oscuridad; ¿hasta cuándo? No sabemos, el futuro no está escrito.