Humanidad e inhumanidad
Dos caras frente a la gran y compleja realidad que vivimos, en lo más inmediato y en lo más global, en lo más mediático.
Desde niño estoy acostumbrado a ver y oír a mucha gente que, primero, se echan flores. Mucha gente. Es como un deporte muy extendido. Si eres pequeñín, los grandotes son todos mucho mejores que tú, pero también lo son sus hijos y sus nietos. Ya van tomando posiciones en el juego del mundo. Cuando te haces grandote, el juego es más de lo mismo. En los trabajos, todo el mundo se las da de un gran trabajador, pero no en base a sus propios méritos sino a los descalabros de los demás. Todo ese conjunto de pequeñas costumbres es lo que realmente marca a una persona.
Mucha gente vive un cuento dentro de sus cabezas, de una incoherencia flagrante. Se parece un poco a mis juegos de recreo, en primaria. Iba con mis canicas a jugar. Y siempre perdía. Hasta que dejé de jugar a las canicas con los otros chicos. Me había cansado de perder canicas. No había juego limpio. Sus palmos eran palmos más grandes que el de todos los demás, y encima de perder teníamos que aplaudirles las trampas. Me parece tonto e infame.
Existen dos formas de ver las cosas. En bueno y en malo. El ejemplo de la botella medio llena o de la botella medio vacía. Cuando somos felices, parece que todo el mundo tiene que ser felices con nosotros, y desprender amor por todos los poros de su piel. Pero llegamos a la calle, y comenzamos a entrar en distintas miradas. La una que parece que lleva la vida a rastras, el otro que se trae una cara de mala leche que no puede con ella. Pero todos tienen motivos para estar así. Es la precariedad del empleo, los precios altos de los alquileres o de la hipoteca, los desengaños de la vida que cada uno ha ido llevándose, y el sentimiento generalizado de desconfianza y de vivir en un mundo amenazado, donde ellos, a poco que se cuiden, también pueden estar amenazados. Es un paisaje un poco desagradable. Y por eso creo que tiene que existir la denuncia social, como el servicio de la limpieza, tirar de las sábanas, meterlas a la lavadora y ponerlas a secar, a pleno sol del día. Y así no criaremos piojos ni garrapatas en la intimidad de las camas.
Ejemplos de pensar en positivo, los tenemos a miles. Dicen también que, pensando en positivo, invitamos a la buena suerte, y que la buena suerte es más una técnica que un factor aleatorio del destino, que te la buscas y te la encuentras tú mismo, en parte también pensando en positivo.
Ejemplos de pensar en negativo, también a patadas. Y a veces con retroalimentación. El que se mete en una tristeza, se da un baño, y parece que pilla adicción por la tristeza y por ver las cosas grises tirando a negro.
Pero yo digo que la verdad tiene una sola línea. Muchos matices. Pero el día es día, y la noche es noche. Y si hacemos una filosofía de los minutos de tránsito entre el día y la noche, es como quitar la verdadera sustancia al tema, porque el día sigue siendo día y la noche, noche. De la misma forma, pienso que la convivencia y la relación entre las personas, desde lo inmediato hasta otras esferas más colectivas, es como una cuerda. Y la cuerda solamente tiene dos formas de ser. O existe, o no existe. Si la cuerda no está rota, existe. Si está rota, no existe.
En la misma forma, la sociedad, nosotros también, somos una cuerda, cuerdas entre unos y otros, por las que conseguimos comunicarnos, y somos dueños y responsables cada uno de nosotros de nuestra propia comunicación.
¿Qué diríamos de una cuerda que no está rota, que sigue funcionando, pero que tiene hilos rotos, y amenaza a veces con romperse?. ¿Existe la cuerda o no existe?¿no tendríamos también en cuenta el propio devenir de la cuerda, si vemos que progresivamente va rompiéndose?.
Yo pienso que la cuerda de la interrelación personal se está rompiendo, y se está rompiendo para crear cosas nuevas. Se están viniendo abajo estructuras tradicionales, como la familia, y también la propia identidad de la pareja. Se están viniendo abajo las clásicas relaciones de utilidad y vecindad que muchos pueblos de España tenían, hace apenas unas décadas. Se vienen abajo muchas cosas, pero dan otras nuevas. A veces, con violencia. A veces, afortunadamente, sin violencia, como un proceso silencioso que, al cabo de unos años, provoca transformaciones radicales.
Y qué destaco. Destaco el cambio. Que vivimos en una sociedad de constantes cambios, y no solamente en lo técnico sino en nuestra forma de ser, en nuestra personal integración social. Por tanto, no sé decir si tenemos la botella medio llena o medio vacía, y tampoco sé decir si es bueno o es malo que la cuerda esté rompiéndose.