Vivir el propio espectáculo

De siempre me ha gustado escuchar a las personas mayores, que no tienen prisa para contar una historia, que parece que van a contar la historia de todas las historias. Es ir a la casa de alguien que tenga 80 años, es encontrarse con alguien, en el banco de alguna plaza, tener dos o tener tres horas por delante para poder contar, a la sombra de los árboles, una buena historia.

Es fácil que yo me sienta a gusto en la compañía de alguien, pero con quienes más fácil me siento es con quienes viven su vida, sin alterarse. Es decir, hay dos formas de ver la vida. Una es la forma de vivir como si estuviéramos aquí eternamente y fuéramos a seguir eternamente. Entonces hacemos las cosas de siempre, las de todos los días. Otra segunda forma es vivir como si fuéramos turistas de la vida, vamos fotografiando todo, tomando apuntes de todo, estudiando todo, analizando todo, pero desde la perspectiva del turista que vacacionalmente viene a pasar un tiempo de turismo, del que no es aborigen o nativo y por tanto pertenece al ramo de los que van de paso.

Esto produce fenómenos curiosos. Imaginemos en puntos tan dispares del planeta, donde el turismo se ha convertido en una fuente importante de negocio y de ingresos, por un lado los turistas que pagan para ver espectáculos costumbristas, para comprar artículos también costumbristas. Entretanto, en sus pequeños talleres o en sus lugares de diversión, los nativos saben que ellos son el espectáculo, que lo importante no son esos turistas que dejan dólares y euros en las cajas metálicas sino el golpeteo en la piedra, en el bronce, la pincelada en la artesanía, el toque musical en el instrumento autóctono, dando lugar a la primera chispa del espectáculo de vivir, pero donde, repito, que hay dos formas, bien tú estás entre el público o bien tú estás en el escenario, viviéndote tu propio espectáculo.

Yo me pondría en el escenario más próximo a mi realidad de sencillez, en la acción y en la creación. Si tuviera un taller de artesanía, fabricaría cántaros, botijos, cacharros. Si tuviera una tierra, plantaría un huerto. Si tuviera unas docenas de ovejas o de cabras o de vacas, las sacaría al campo. Y podría decir luego en un libro que mis días han sido exprimidos al máximo. No porque has buscado muchas ni grandes cosas por hacer, sino porque eran las propias, las que tenían que ser.