Un edificio de dos plantas

Quizás podemos ver la vida como un edificio de dos plantas. En la primera, tenemos dos grandes habitaciones, la que es nuestra naturaleza individual, nuestros rasgos individuales, personales, nuestra forma de ser. La segunda, nuestras circunstancias, tanto las particulares como las generales. Estos son los dos marcos básicos o fundamentales de nuestra vida. Con ellos dos tejemos la experiencia.

En la planta superior o segunda planta, encontramos la suerte y encontramos el destino. Eran conceptos que no sabíamos si existían, pero que sí podemos percibirlos en el transcurrir o en la experiencia de la vida. Podemos vivir erráticos, sin rumbo, sin destino y sin norte. Podemos vivir con un destino, un destino de libertad, libremente elegido por nosotros mismos.

Es fácil o es difícil; en cada vida, en cada ejemplo es diferente.

Mirar esto es mirarlo sin las grandes palabras de los libros. Quiero decir, no deseemos cosas que nos provocan más perjuicio que beneficio. Existen veces en la vida que vamos detrás de cosas insanas, de cosas que nos son perjudiciales aunque estamos convencidos que va a ser tener dichas cosas y ser más felices. Es solamente un engaño en nuestra mente.

El problema infantil, el complejo que transcurre en la persona adulta y sigue vigente, en su comportamiento. El desamor acumulado, la incomprensión acumulada, los complejos y los traumas acumulados.

La naturaleza individual en la primera planta; los cimientos de la vida, experimentándose en la calle. Y esto teje la suerte y el destino.

Hay personas que tienen suerte y otras que no la tienen. Es explicable. La suerte es algo que nace dentro de nuestras mentes. Los pensamientos sombríos, grises, enturbian la suerte.

Las circunstancias en la segunda planta; el mundo que existe en cada persona que encontramos por la vida, el mundo de cada día que nos vamos viviendo, de cada experiencia, de todo lo que va conformando nuestro caudal de carácter, de personalidad, definiéndonos en el vivir diario.

Es esta aventura diaria y esta experiencia, la que realmente pone palabras, la que va diciéndonos qué o quiénes somos, de nuevo regresando a esa matriz fundamental del cuál es o cómo es nuestra naturaleza personal, en definitiva cómo somos. Pero, sin duda, el edificio nos ayuda a conocernos, siempre y cuando no le busquemos más plantas al edificio.