De cómicos y artistas
Un día me pasó algo que no olvidaré. Estaba en un pueblo de la provincia de Salamanca, Mieza de la Ribera, a orillas del Duero. Había ido a dar una charla audiovisual sobre posibilidades de desarrollo comarcal.
El alcalde era amigo, el salón estaba lleno de personas, comencé la exposición, serio, encorbatado, exponiendo la riqueza paisajística, natural, humana del pueblo. A continuación de las diapositivas que yo mismo había realizado del pueblo y de la exposición, abrimos un diálogo. Interesante, participativo, con distintas opiniones contundentes, que dieron realce al acto, positivo, algo más que palabras, estimulador de energía en aquellas personas que querían que su pueblo fuera a más.
Bien, acaba el acto, un señor de unos 80 años viene lanzado a mí, lloroso, feliz, haciendo aspavientos con las manos, me abraza, un abrazo largo, yo acojonado, ay qué me quiere decir este hombre. Me suelta el abrazo y me dice con lágrimas en los ojos: ¡Gracias! ¡Yo de niño quería ser como usted!
¿Cómo yo?¿Pues qué soy yo?, le digo, con sorpresa.
¿Usted? ¡¡¡Usted es un comediante!!! ¡Un artista! Ay Dios aquel hombre vio en mí a un artífice que improvisa, a ver qué hay por improvisar, un teatro de desarrollo local, hágase, pero despertemos emociones, hemos llegado los titiriteros, la gente del circo, del teatro, la gente que estamos vivos porque recorremos, con nuestros carromatos, el mundo mundial.
Aquel hombre fue feliz aquel día y yo no puedo olvidar su abrazo.
Vio en un hombre serio el alma del artista puro, que ahora se dice “en estado puro”. Y vio la verdad. Vio con los ojos del corazón. Y yo sentí su abrazo también con estos mismos ojos.
Ser cómico en cosas serias, hace gracia. Pero cuando el arte es real, los resultados también son reales. Hay que hacer un discurso, hágase. Serio, bien, hagámoslo serio.
El espectáculo es un arte para recrear dentro del espectáculo, pero fuera me gusta la sencillez y que esto sea la normalidad, sernos personas abiertas, accesibles, humanas…