Despidiendo el año

Un año intenso este 2013. Seguimos aprendiendo de todo, de la ciencia, del arte, de la política, de la economía, de la psicología humana. Seguimos aprendiendo.

La aventura de vivir es apasionante, pero está marcada y trucada de numerosos claroscuros. Más allá de las grandes decisiones que se toman en las grandes bolsas mundiales y en los grandes centros de poder, yo me pregunto por los seres humanos, individuales, de uno en uno, en estos comienzos del siglo XXI.

Respuesta, en Japón contratan indigentes, por 70 euros diarios, personas sin techo para limpiar Fukushima.

Muchas veces no queremos darnos cuenta de qué pasa a nuestro lado; tenemos orejas para solamente aquello que queremos escuchar.

Yo no sé si a esto podríamos llamarle educación. Una educación que además de vivirse en las escuelas y en las familias, tiene que arraigarse en la mente de cada persona. Es la educación tan simple y tan sencilla de oiga usted, háganos el favor de no sembrar vientos o huracanes que después nos vendrán a todos – o a algunos de nosotros- en formas de tempestades y tormentas.

La vida es una gran aventura y una experiencia emocionante, no lo pongo en duda. Sin embargo, contiene numerosos y diversos espacios de “convivencia” que me son incomprensibles, alejadísimos de mi mente. Son próximos porque los veo y los vivo en la realidad. O los he vivido. Sin embargo, siguen permaneciendo a años-luz de mi mente.

Nos sería incomprensible ver esta realidad que ahora voy a escribir. Imaginamos un pueblo o una ciudad y un grupo de niños que, todos los días, van a jugar a un hermoso parque, junto a las orillas de un río de limpias aguas. No hacen daño a nadie, solamente juegan. Ese lugar es su lugar de juegos.

A lo lejos, el dueño de una gran fábrica, siente envidia de aquellos pequeñajos que son felices sin necesidad de complicarse la vida tanto como ese señor o señora tan importante, que observa la vida como un gran rey, desde sus cristales ahumados.

Pensó cómo fastidiar la vida a todos los pequeños que iban a jugar a ese bosque de ribera. Si lo hacía abiertamente, se ganaría el desafecto de sus conciudadanos. Por tanto, lo hizo más fácil. Soltó una plaga que alejó a los niños de un lugar que incomprensiblemente se había vuelto insalubre. Y él o ella, el bienhechor de la ciudad, decidió allí donar dinero para que se limpiara la plaga, se talaran los árboles y, en su lugar, se construyera un hermoso parque de hormigón, cemento y árboles artificiales, al que naturalmente los niños nunca regresaron a jugar.

Cuál es la moraleja de todo esto. ¿Es importante un tipejo que se atreve a luchar contra las ilusiones de unos niños indefensos, por pura envidia?. La realidad diaria del mundo humano se parece mucho a esta moraleja. Cuando no es el yo te envidio pero te finjo que no te tengo envidia, es el yo quiero destruirte porque anhelo aquello que tú eres o aquello que tú tienes. O juego contigo, sencillamente porque para mí, no importas. Eres un numerito, nada más.

El fenómeno del comportamiento humano es tan racional y al mismo tiempo tan incomprensible que aceptar la realidad de la vida no es un asunto tan fácil. Mientras lo malo es algo que sucede a otros, nos sentimos seguros en nuestro mundo personal. Cuando nos toca a nosotros, el asunto cambia.

En algunas sociedades, que ya han alcanzado un grado de diálogo razonable, hablar y dialogar ideas tiene sentido. Pero en aquellas sociedades que manifiestamente toman el camino del error, la disfunción, el abuso, la trampa, es prácticamente inútil el tener diálogo salvo para hacerse la fotografía o la forma del diálogo, sin contenido de ninguna clase.

Y, asimismo, en algún sentido maravilla cómo la Humanidad podemos seguir avanzando, desarrollándonos, también multiplicándonos, a pesar de los gravísimos y violentos actos que hemos ido construyendo, en la historia de conjunto del mundo y también en la historia de todos los grupos humanos e incluso de las propias vidas individuales.

En fin, me he puesto un poco ético, por poner palabras a las cosas que pienso. En lo concreto, sé tú mismo, si puedes ser tú mismo, en aquello que hagas, en la actividad que desarrolles en tu vida. Pero no tienes un manual donde se te enseñe a ser tú mismo. Porque tú mismo eres tu propio manual de instrucciones. Evolucionas.

Seguramente pensarás y sentirás las mismas cosas, pero tu percepción cambiará con la experiencia y con el conocimiento. Pero es indudable que si antes eras un niño pacífico, es más que posible que ahora eres un hombre pacífico. Y si eras una persona buena o respetuosa, seguirás siéndolo. De nuevo, tú mismo eres tu propio manual o tu propio molde en evolución.

El ser estrecho o abierto de miras y horizontes, el respetar otras formas de ser y otras formas de vivir, no es algo que suponga ningún esfuerzo económico. Es gratis, absolutamente. Sin embargo, eso que se llama ganas de vivir, mucha gente se lo toma por el plan demasiado competitivo del yo soy el mejor. Vale oiga, nos parece bien, pero es una estupidez que gane uno y que pierdan todos los demás. Y encima que le demos un premio.