Amor en gestos cotidianos
A pesar de los contrastes y contradicciones que la vida presenta –que enseñan una ingenua o idílica visión de la vida en la imagen estereotipada de los enamorados, junto a la más realista visión del amor, en todo tiempo, edad y circunstancia–, creo que en esta amalgama o reunión sigue siendo necesario para la vida seguir pensando en el amor y seguir sintiendo con amor.
Que nuestras emociones conduzcan un poco de amor por las venas y vean al amor como algo más que una emoción pasajera, juvenil, circunstancial, efímera.
El amor tiene también fiestas, puede ser la fiesta de San Valentín, o puede ser la fiesta anónima que dos personas que comparten sentimiento, se dan la una a la otra, como un mutuo regalo, en una celebración privada.
Una fiesta privada donde el amor tiene puerta franca para entrar y salir por todas las ventanas. Y qué poder tiene la publicidad que se instala en las vidas humanas, quedándonos más –en el recuerdo colectivo- con los hechos publicitarios que con los gestos verdaderos y humanos que dan fondo real al sentimiento.
Amor, hermosa palabra.
El amor que ni siquiera necesita aprender o conocer un idioma porque se expresa por mímica, por la fuerza de los gestos, el amor visible en el dibujo de un corazón sobre la tierra, sobre la arena, en la corteza de un árbol o grabado sobre la piedra.
O es el amor de dos seres de hace 20mil años o de hace 100mil años, o incluso hace un millón de años. Una mujer, un hombre, un campo inmenso e infinito, un día normal y cualquiera.
En mitad del campo, con o sin caminos, se ven, no hablan el mismo idioma, no importa. El hombre o la mujer toman una pequeña rama de un arbusto y escriben sobre la tierra un círculo y hacen un gesto que significa que este círculo eres tú.
A continuación un nuevo círculo, junto al primero, con un nuevo gesto que señala el yo.
Este círculo soy yo, dice la misma persona.
Y por último un gesto de unión, universal, a modo de un aspa sobre el propio pecho que simboliza un abrazo.
Este símbolo somos nosotros.
La realidad del amor ha tomado nacimiento, ha cobrado vida. Ya tenemos el amor entre una mujer y un hombre, una unión y también una realidad y un símbolo. Es el lenguaje del amor.
Lo que hubiera dentro del corazón de aquella mujer y de aquel hombre de hace 10mil, 100mil, un millón de años, sigue latiendo en una mujer y en un hombre de la actualidad. Nuestra naturaleza esencial sigue siendo una esencia de convivir, de vivir con, de ser y de vivir unos con otros.
Todos participamos de un conjunto de características universales o comunes, pero, en el desarrollo individual, cada persona da tejido a una propia vida, la suya personal.
Una propia vida y una forma también propia o personal de sentir el amor en el amplio sentido de la palabra, y en el sentido más humano, de amor entre humanos y especialmente de amor entre una mujer y un hombre.
Podemos agrupar las vidas por patrones que clasifican u ordenan o hablan todos ellos con las mismas palabras, pero creo que, con esta misma medida, la escritura de una vida personal o particular sobrepasa las escrituras universales.
Es decir, creo que en la vida real sucede mucho más que cuanto es escrito por común de todas las vidas.
Cómo se explica esto. Yo pienso que podemos encontrar en la vida real muchas cosas que están poco, o nada, escritas en libros y enciclopedias. Podemos encontrar muchas experiencias en la vida real que apenas tienen palabras en los libros. Podemos ver esto cuando están abiertos los sentidos. Oyes, ves, escuchas, sientes el mundo que vive dentro de ti y el mundo que vive alrededor tuyo.
A mí la vida me ha enseñado mucho, pero es que cada día me enseña algo nuevo, algo sorprendente, algo que es capaz de tumbar y echar por tierra todo mi andamiaje de creencias anteriores. Y, es más, lo importante de lo que yo conozco de la vida no me lo han contado los libros. Lo importante es importante porque lo he vivido. Los libros no han necesitado contármelo. Ha sido, es mi propia experiencia la que ha escrito ese libro vivo de vivencias o de vida.
La práctica o experiencia de la vida y con ella de todos los sentimientos humanos, tomando el amor como primero de todos ellos, creo que me ha enseñado mucho más que si me hubiera leído una enciclopedia de la vida humana y del amor.
Los grandes hechos están muchas veces en gestos cotidianos, anónimos, cuya valía es la valía del propio instante. El amor entre una mujer y un hombre pasa desapercibido para el resto del mundo. O no. Pero el hecho de que esas dos personas celebran una fiesta de amor no lleva aparejado necesariamente que todo el mundo debe participar de su convite o fiesta.
En el mismo sentido podemos también hablar de un corazón feliz, alegre, contento. Siente el mundo más radiante a su alrededor, las flores sonreír, los árboles canturrear con el sonido del viento. Ahora bien, no seamos tan optimistas y pensemos que porque nosotros vayamos con el corazón radiante, en un vagón metropolitano atestado de personas, esto quiere decir que los otros están también felices.
En grandes líneas, el amor y la propia vida son, para mí, una especie de leyenda que se resume en las palabras de “piensa y siente con el Todo y vive con tu propia percepción”.