Mi barrio en Salamanca
Cuando llegué a este apartamento, era un barrio tranquilo, muy tranquilo. Barrio periférico, residencial, de nueva construcción, edificios en su mayoría de tres plantas, amplios espacios ajardinados. Un 50 por ciento de las viviendas deshabitadas. Sin parada del autobús. Y al otro lado de una calle autopista, el cementerio municipal. Y el punto más alto de toda la ciudad, donde corre y sopla el aire, en invierno, en lo alto de una loma, en el noroeste de la ciudad. Era un barrio tranquilo, con poco ruido, donde se podía grabar sin molestias disonantes.
Dejó de ser un barrio tranquilo, cuando el Ayuntamiento tuvo la feliz ocurrencia de utilizar la parada que tengo al otro lado de la calle, uno, dos, tres autobuses, a veces al ralentí. La percepción de silencio, sonidos, música, ruidos, ya es otra cosa, desde entonces.
Disfruto de cada cosa o situación, en su momento. Si ahora toca parada del autobús, la llevo disfrutando unos buenos meses. De una forma pacífica, me está diciendo que me vaya a vivir al otro extremo de la ciudad, más cerca de mi trabajo, donde tendré mucho más tiempo libre, donde no tendré que darme las grandes caminatas y paseos de ahora, donde tendré más silencio y más posibilidades de grabar música, canciones, ensayos, quizás alguna historia en sonidos, algún audiolibro.
Le he tomado cariño a este barrio. Ha sido mi primera entrada en la ciudad y me he sentido muy bien bienvenido. En el barrio y en el conjunto de la ciudad. La verdad es que, en conjunto, la vida y todas las geografías y todas las gentes, me tratan estupendamente bien. Y creo también que, en parte, se debe a características de mi personalidad, que me hace natural el tener facilidad o acceso de hacer que los espacios a mi alrededor sean positivos, agradables, pacíficos, constructores de vida.