Las dos caras de la felicidad

El ser humano pierde la felicidad por no querer ser sencillo, por no querer ser verdadero. En la naturaleza, la montaña no lucha contra el río ni tampoco el castor pelea contra el caballo. La naturaleza sabe cómo sobrevivir.

Nosotros, las criaturas humanas, recibimos una educación donde los otros son diferentes y peores a nosotros, debemos matarlos, explotarlos, reducirlos para demostrar nuestra superioridad. Llevado esto a los extremos en la vida cotidiana, tenemos el largo suma y sigue de contradicciones, que van desde las competencias, las rivalidades, los celos, las intrigas, las envidias, etcétera etcétera. Y la verdad, qué triste y qué infeliz que es todo ese mundo, un mundo oscuro, sombrío, donde nada nace.

Toca hacer un pacto de verdad con la vida, aunque sea por sobrevivir; hacerse aliados y amigos de nuestras propias vidas.

Porque, en verdad, la vida en conjunto está llena de existencias truncadas, rotas, aniquiladas por las malas artes y las malas prácticas de que está lleno el mundo humano. Si no es un accidente de tráfico o una enfermedad incurable, es la crisis y el desempleo y las facturas que no se pagan y las familias desahuciadas. Y cuando no es ninguna de las causas anteriores, es una guerra o una catástrofe o similares.

Sí, bien, es verdad que la vida está llena de desgracias y de personas desgraciadas. Es cierto. Pero también es verdad que la vida está llena de felicidad, incluso a grandes intervalos o en grandes tiempos. Es decir, que la felicidad no es algo efímero y tampoco es algo por lo cual haya de pagarse castigo o un durísimo precio.

Al contrario, el ser humano gana en esa felicidad que no puede comprarse con nada, en las cosas sencillas que le dejan ser verdadero.