Gente común y corriente

Ladrones y piratas convertidos en gente común y corriente. No se distinguen. Puede ser tu vecino, tu amigo, tu compañero de trabajo, alguien incluso de tu propia familia.

Cuál es su rollo. Quieren hacerse ricos rápidamente. Pueden ser por ejemplo un señor con bigote que conocí en Salamanca, que trabajaba conmigo y que quería embolsarse cantidades descomunales por un simple pedido de camisetas publicitarias. Hombre, no seas tan ansias. El más más más más. ¿Para qué quieres tanto dinero?

Vi lo que era aquel hombre cuando un día nos vimos, un pequeño grupo de expedicionarios por el campo, en un terreno abrupto y difícil. Trabajábamos en abrir nuevas rutas, nuevos espacios para el turismo, también nuevos recursos de inventarios naturales. Íbamos a una cueva con pinturas rupestres, un terreno escarpado e inaccesible. El susodicho escapó a la primera dificultad, nos dejó solos.

El pastor que era nuestro guía, se adelantó más de un kilómetro al grupo y le perdimos la pista.

El marido de la alcaldesa, afortunadamente llevaba una soga al hombro. Gracias a esa soga me salvó la vida cuando un mal paso me llevó a una roca. Y me pegué a ella como se pega un animal en su última agonía.

Me iba poco a poco hacia abajo, quedando fuera del alcance de la soga. Y a dos o tres metros debajo mío, unas zarzas. Y después un precipicio de unos cincuenta metros de altura. Hubiera quedado hecho bicarbonato, reventado.

Y aquel hombre, que no recuerdo su nombre y sí perfectamente sus facciones, me echó la soga y gracias a su fuerza izó de mí y pude salvar la vida aquel día.

Por entonces me ganaba la vida con microprogramas de desarrollo rural para pueblos emergentes, que quieren abrirse a una forma sostenible de hacer turismo.

Me trabajaba lo que hacía y no me ganaba el dinero en balde. Me querían donde iba y hacía bien mi trabajo al punto de jugarme la vida, como en esta ocasión o en otras ocasiones. En otra, en Fariza de Sayago, vi la muerte de cerca. Solo. Mis dos guías habían desaparecido. Tengo un precipicio a mis pies de unos ochenta metros y tengo por encima mío una pared colosal de tres metros de altura que no puedo subir.

Estoy colgado en una pared vertical, solo, una mochila con material fotográfico a mi espalda y pienso que tengo uno o dos minutos de vida, cuando este sol que calienta con fuerza me quite las fuerzas y catapúm caiga por este precipicio. ¿Qué piensa un hombre en estas circunstancias? No lo sé, yo después de unos segundos de verdadero acojone, no se me ocurre mejor cosa que hacer una llamada de teléfono. Vaya, no tengo cobertura, acojonante.

No sé cómo lo hice, se me pusieron los pelos de punta y de tres zancadas llegué a la cima.

Y sí, claro que hice excursiones a aquellos pueblos. Yo las promovía y las dirigía. Y nunca tuve ni un solo accidente. Pero claro, hay que trabajarse la ruta con antelación. En esos tiempos conocí a gente de gran corazón, y también a ladrones y piratas convertidos en gente común y corriente.