Conjugando la historia

Suerte, Destino, Naturaleza Individual, Circunstancias de una persona. Cuatro grandes palabras que se conjugan en la historia de cada uno de nosotros, mujeres y hombres. Todos.

La vida, como decía un sabio griego, Solón, no se mide por un trozo del trayecto sino por todo el conjunto y, como decía sabiamente, se mide cuando un hombre está muerto, no se puede ver antes porque hasta la misma muerte no se ve cómo ha sido la vida de una persona.

Era un tipo sabio aquel señor, el Solón. Se encuentra con un rey que le preguntó su opinión. Solón ¿qué piensas tú de mí y de la vida que llevo? Y responde el sabio: No se puede, gran rey, examinar la vida de un hombre, hasta que ésta ha concluido, para afirmar si ha tenido o no ha tenido una nueva vida. ¡Solón, impertinente, cómo te atreves a decirme esto! Años más tarde, aquel rey fue hecho cautivo, prisionero, esclavizado, trabajaba duramente y vio a Solón. ¡Ay, Solón qué razón tenías al decirme aquello que me dijiste!

Dejemos a ese rey y vayamos con los mamelucos, temidos guerreros turcos. Qué bellas páginas de sangre (es un decir lo de bellas) escriben aquellos guerreros leales hasta la muerte. Bien, no quedó uno solo de ellos. Ni uno solo. Es como decir que quien con sangre juega acaba perdiendo la suya propia.

O veámoslo con este nuevo ejemplo. Atila, rey de los hunos, que decíase que no crecía la hierba por donde pisaba su caballo. Vemos que la hierba ha seguido creciendo después de Atila. El mundo sigue. Y el ser humano no es tan poderoso como creía.

Creíamos poder cambiar el curso de los ríos y la salinidad del mar. Y el planeta fue más inteligente que todos nosotros y nos echó un buen volcán de Pompeya y cuando vimos las orejas al lobo dijimos: ¡Oh Solón qué razón tenías!

Cada criatura humana tiene una vida. Nadie podemos vivirnos la vida de nadie. A lo mejor esto no se ve cuando venimos al mundo, pero si ponemos atención creo que sí se ve.

Es verdad que las circunstancias generales pesan en la vida individual. Es cierto. Pero creo que tienen mucho más peso las circunstancias genuinamente personales. En lo que es el destino individual de una persona, creo que es lo que esa persona es lo que finalmente determina e influye en su destino.

En los libros, damos por excelentes y modélicas muchas vidas que desde mi punto de vista no lo son. Creo que morir en la hoguera no es un buen final de vida. Creo que morir veinte años en una mazmorra porque has escrito algo que alguien poderoso consideró inadecuado, no es tampoco un buen final de vida.

La historia tiene estos retratos, en un sinnúmero de historias que a mí por lo menos me quitan todas las ganas de ser humano.

Me niego a ser el compañero de un loco como Napoleón. Ayer leí que este pobre desgraciado, al que calificaban de un genio de la estrategia –boba mentira- en su campaña por Oriente Próximo, el muy canalla dejó abandonados a sus soldados. Incluso a su propio general. Qué bellaco. Con razón decía uno de sus generales, que había sido su protector: ¡promocionemos a éste o se promocionará a sí mismo!

Y ahí tenemos el Arco del Triunfo, en París, que nos recuerda la campaña de Napoleón Bonaparte en el Oriente Próximo. Que lo digan sus 4mil soldados muertos, abandonados, enfermos. Que lo digan sus soldados que le abucheaban. ¡Cuántas cosas enseña la historia!