Contrastes mayúsculos

¿Somos felices las personas?. Podríamos ser mucho más felices y, en todos los casos, somos menos felices de lo que realmente desearíamos todos.

Una cosa es ser felices y otra cosa es ser amargados. Entre ambas cosas existe un amplio territorio de acción, un amplio equilibrio.

Yo digo que vale, que sí, que nuestra civilización humana ha traído buenísimas cosas a nuestras vidas, cosas que nos ayudan a vivir más años y quizás a explorar nuevos horizontes humanos, nuevas formas de seguir habitando este planeta. Pero, al mismo tiempo, ha traído todo un conjunto de abusos, engaños, disparates insanos, que hacen realmente difícil vivir de una manera normal.

Podemos entristecernos en la vida, por motivos triviales, tópicos, que no corresponden con una visión saludable de la vida, que no corresponden con un entrenarnos para ser felices.

Podría ser el caso de ponerse triste porque en el otro extremo del mundo, unos niños pasan hambre o amplia población muere por el virus del Ébola. Ponerse triste por lo que puede estar sucediendo en Bombay, en China, en Guatemala, en México, lugares donde la libertad es un lujo innecesario.

Cuando los motivos de estar tristes, descorazonados, se multiplican, tienes que detener el motor de la tristeza y adoptar actitudes nuevas. La tristeza no es algo lejano sino que es algo que convive, en la misma calle, en el mismo barrio, en la misma ciudad. Es alguien que recoge basura de un contenedor. O alguien que acepta un trabajo precario porque es lo único que tiene para sobrevivir. O alguien que acepta vender engaños, pero es también la única forma que tiene para poder alimentar a su familia.

Es el tópico también de que todo esto lo trae que somos un mundo superpoblado, muchas bocas que alimentar. O que son los daños colaterales de un sistema gracias al cual gozamos de vida, progreso, bienestar y desarrollo humano.

En realidad, no son esos los motivos. No hay nada que justifique o legitime que la sociedad humana cuente con tantas tristezas por metro cuadrado. No sucede por necesidad, sino por egoísmo e intereses egoístas, muy egoístas.

Es posible o probable que, dentro de 200 años, muchos de los problemas que hoy existen, hayan dejado de hacerlo. Es posible que hayamos conseguido terminar con éxito esta democratización estructural y social que parece llevarnos al progreso.

¿Es todo esto necesario?¿es necesario superar todo este camino de transición humano?. Sí, yo creo que sí.

Somos muy poderosos, demasiado poderosos, desde hace menos de un siglo. Y el mundo, por pequeño que nos puede parecer, es un mundo grande, de grandes extensiones y geografías.

En las actuales circunstancias, ni el mundo humano ni el planeta pueden permitirse una guerra global de una especie que se declara la guerra. La cantidad de daño asociada causa un daño irreparable, no solamente a la propia especie humana sino al conjunto de la vida, animal y vegetal, en el planeta.

A partir de la II Guerra Mundial, se fijaron los marcos del actual sistema global. Y con todos sus defectos e imperfecciones, sostiene un día a día de Humanidad, imposible de concebir en una guerra global o en un mundo atomizado, de intereses que se han declarado la guerra total o global.

En este contexto, el paisaje humano es muy amplio, variado, de grandes y graves contrastes, en un tiempo de grandes transiciones y de grandes cambios. Casi deja de tener sentido el pensar que la Humanidad puede o podemos ser felices. Y sin embargo, es el inexcusable deber de todos los días con nosotros mismos.

Y sí, los contrastes son mayúsculos. Es el contraste del esfuerzo respetable de aquellas personas que trabajan por la paz, que trabajan por la sostenibilidad de un mundo, que son capaces de no perder la calma durante las crisis y los momentos críticos de la Humanidad. Dígase del esfuerzo por organismos internacionales donde todas las naciones tienen un asiento para expresar sus ideas y opiniones. O dígase del esfuerzo de unir a 28 naciones o Estados, en una nueva Unión Europea.

Es el esfuerzo que, en pequeño, nos indica que los niños al nacer, tendrán asistencia sanitaria, un trato humano, con independencia de su raza, credo, nacionalidad. O es el esfuerzo que nos hace que los libros no sean armas de guerra sino instrumentos de educación y de paz. Los libros no fabrican asesinos y en todo caso los asesinos construidos por los libros fueron porque no supieron leer la verdad contenida en los lenguajes y en las letras. Ni la música es para matar, ni ningún lenguaje es para matar.

Qué quiero decir, que en el fondo de cada comportamiento va su propia definición. Y la definición es la misma para un bandido con pistola, en México, que se dedica a cobrar un impuesto a los comerciantes para “protegerles”, o el secuestrador que amenaza con cortar dedos u orejas si no pagan un rescate por la persona secuestrada. Es el mismo fondo de comportamiento que existe en quien envenena las aguas de un río o quien realiza una actividad de alto coste ambiental y de alto coste en la salud de las personas. O es el mismo coste de quien monopoliza la economía de un lugar, de quien quiere convertirse en el jefe del pastel y quiere ver a las personas como numeritos que sirven al jefe. El mundo es demasiado grande como para dejarlo en las manos de cabecillas, jefecillos, bandidos y mafiosos. Se necesita más responsabilidad que todo esto.

En este contexto, pues claro que es normal que las personas llevamos nuestro grado de infelicidad, de insatisfacción. Sea donde sea el lugar del planeta Tierra desde el cual divisemos esta cuestión. Para el caso de España, qué podemos decir de estos siete años de crisis, de un desempleo brutal, de un conjunto de recortes de servicios públicos indecentemente brutal, de intereses que intentan sacar provecho de la crisis, de profundas desigualdades de quien no tiene ni para pagar la luz ni para el mínimo de alimentos en su casa, con quien ha estado viviendo del lujo de la corrupción.

La corrupción en España ha asombrado hasta a los propios españoles. O mejor dicho, creo que ha asombrado al mundo entero. La corrupción siempre asombra, se produzca donde se produzca. Puede ser la corrupción de un alcalde mexicano y su esposa, que ordenan presuntamente la ejecución de 43 estudiantes. O puede ser la corrupción sin delitos de sangre, pero que si estafas a un hospital y a unos enfermos, estás igualmente matando a las personas, con la diferencia que no les pegas un disparo en la cabeza sino que les matas no dándoles aquello que necesitan para su supervivencia.

Ahora, en este 2015, se puede decir que España ha salido con bien de un momento muy crítico. Hemos estado al borde de la quiebra, con todo lo que eso hubiera significado. Afortunadamente, toda Europa estamos superando esta crisis del 2008 y no se ha venido abajo ningún país del sur mediterráneo, ni Portugal, ni España, ni Italia, ni Grecia, ni Chipre, ni Irlanda, ni Islandia.

A nivel social, así están las cosas. Luego, en lo individual, cada persona tenemos una reacción diferente ante un mismo problema. Y en ocasiones, surgen cuestiones frente a las cuales nos creemos completamente desarmados, indefensos, sin capacidad de respuesta, incluso dándonos por vencidos, cuando la realidad, después de la propia experiencia, nos ofrece que hemos vencido y que la vida sigue, continúa. A veces arrancando los motores de la felicidad y otras poniendo combustible a la fortaleza.