La agricultura

Me parece fantástico vivir de la tierra. De acuerdo que no vivimos en el planeta multicolor de la abeja maya, pero caramba, este planeta es un paraíso de vida, seamos sinceros y reconozcámoslo. Vale que nos da unos sustos de la leche, por ejemplo el volcán de Pompeya que los dejó a todos fritos en un abrir y cerrar de ojos, pero reconozcamos que el planeta es un sinfín de vida, en todas las latitudes y regiones, hasta en los polos habita gente que se busca la vida y vive de las focas y se fabrica casas de hielo.

Y ves la biodiversidad animal, vegetal y humana del planeta y exclamas un ¡¡¡¡¡¡cooooñoooss, qué extraordinario es todo esto!!!. Y la vida es una sorpresa a lo bestia. Y nosotros formamos parte de esa vida. Una semilla y germina una planta. Y la planta da frutos.

Y podemos dialogar con las plantas y con los árboles y facilitar su crecimiento, podando tales o cuales ramas. Y hemos aprendido a vivir con la tierra y de la tierra y un día nos hicimos más sedentarios, hace unos miles de años y cruzamos de la Edad de la Piedra a la Edad de la Piedra Pulimentada, del Paleolítico al Neolítico.

Y aprendimos a cultivar y a domesticar ganado. Y nunca hemos conocido trabas para nuestro progreso. Viendo tal generosidad, con el sudor de nuestra frente, por parte de la tierra, contrasta con la ambición de quienes querían más y más y muchísimo más, para construirse palacios, pirámides, catedrales y no sé cuántas obras más de supuesta inteligencia que yo veo como estupidez.

Agricultor. Es quien trabaja y ama la tierra.

Los agricultores que conocí de niño y adolescente eran de la vieja escuela. Agricultores de boina, blusa negra, pantalón de pana con remiendos, a veces con abarcas y gruesas polainas. Agricultores de yunta de mulas, de trillo. Gentes muy nobles, con gran conocimiento, práctico, genuino, de las artes de la tierra.

Las siguientes generaciones tenían los elementos técnicos de la anterior, pero carecían de su misma ética. Eran los que mecanizaron el campo, los que echaban fertilizantes, los que querían más y más producción y los que se apuntaron a todo tipo de subvenciones. Los que no levantaban una pared salvo que la producción así lo demandase. Seguían llamándose agricultores, pero el diálogo con la tierra lo habían perdido por completo.

Y, sí, la lista es larga de agricultores. Yo mismo he sido un agricultor cuando me tocaba ir a las vendimias de tantos lugares y pegarme algún que otro corte en las manos. Y unas cuantas aceitunas, con el manto de escarcha aún en el árbol, el viento soplando que te mueves o te quedas tieso.

La agricultura es una actividad que siempre he respetado, pero además he podido ver evolucionar el valor de ese diálogo hombre-naturaleza, gracias a elegir vivir en un pueblo, durante unos años.

Es tremendo ese mundo, el de vivir en un pueblo. No tiene nada que ver con una ciudad. Una nevada puede significar un hecho crucial en la vida de una persona mayor, en un pueblo. Es como la necesidad de crear un mayor vínculo de vecindad, de cuidarse unos a otros.

La vida en los pueblos es dura. No es tan idílica como el pensar de que las vacas se ordeñan solas y los tomates nacen por su propio instinto. En ocasiones se hace verdad el dicho mexicano de pueblo chiquito infierno grande. Las rencillas en los pueblos duran y duran y duran familias y generaciones. Y en ocasiones, da gusto de ver cómo los vecinos, por supervivencia e inteligencia, se llevan bien y cooperan y eso les hace ser más fuertes y llevar una vida mejor, pacífica, digna, sin grandes lujos pero también sin necesidades.

Yo creo que todos tenemos algo de agricultores. En las ciudades, es una suerte poder serlo mientras plantamos unas flores y construímos un pequeño jardín.