Rutas de un día

Hacía tiempo que yo no daba una vuelta por las geografías rurales, fronterizas, entre España y Portugal, por las provincias de Salamanca y Zamora. Una parte de la frontera.

El tema central de estos viajes cortos, de un día, ha sido siempre el tema de los cursos o caminos de agua, de cómo las poblaciones asientan la vida junto a la vida preexistente en cursos de agua, en riqueza natural que sustenta la vida.

En Salamanca, es el Tormes el único cauce fluvial. Creo que Salamanca no sería la misma sin el río Tormes, salvo un secarral en mitad de una llanura. El río es una parte fundamental de la ciudad.

El Tormes viaja hacia el oeste de la provincia, sirviendo de frontera natural entre las provincias de Salamanca (al sur) y Zamora (al norte). A lo largo de unos 60 a 80 kilómetros, sigue viajando hasta encontrarse con el río Duero, no sin antes dejar una estela de uno de los pantanos mayores de la península, el Pantano de Almendra, que en algunos puntos llega a tener 6 kilómetros de anchura.

El paisaje que el río ha conformado en ambas riberas, su encuentro con el Duero y, a su vez, la frontera también fluvial que el río Duero va realizando, entre Portugal y España, han sido los motivos principales de estos viajes de un día.

Conocer el río Tormes, en sus accesos a la ciudad de Salamanca, viajar por una carretera paralela al río y comprobar los efectos que va dejando en todas las poblaciones ribereñas. Llegar a Ledesma, primera gran población con historia, pudiendo tomar un mayor espacio de comprensión de cómo conviven los ríos y las poblaciones humanas, con puentes y caminos (Ruta de la Plata) que ya dejan paso a un cambio geológico en la geografía, en el último tramo del río, hacia Portugal.

Ledesma es una población bonita. Y con rincones muy agradables. Tiene un estupendo mirador, a la entrada. Dos enormes puentes medievales. Y otros rincones escondidos que he tenido la agradable sorpresa de descubrir, como el Puente Mocho, a unos 4 ó 5 kilómetros de la población, por un camino de tierra. Es un rincón de lo más pacífico y tranquilo, en especial antes de la llegada del calor veraniego. El agua embalsada de un saliente del río, ha dado lugar a numerosas charcas que son un paraíso para las aves y para las ranas, que han encontrado un Edén en ese escondido lugar. Caminos romanos, de la antigüedad, convertidos después en caminos de comerciantes, peregrinos, arrieros.

Otros días, también en otros viajes cortos, la ruta ha sido más lejos. Por ejemplo, siguiendo la carretera en dirección oeste, que corre prácticamente paralela al río Tormes, hasta llegar a la presa que limita el Pantano de Almendra, con las aguas apresadas del río, cuyas crecidas y bajadas están en función del caudal, del clima y de las necesidades eléctricas.

Contrasta el paisaje idílico de algunas zonas ribereñas y el paisaje lunar de otras, que no se acostumbran a las crecidas y bajadas de las aguas, dejando detrás un paisaje arenoso, de playas artificiales, de un pantano que incluso anegó a todo un pueblo de Zamora, el pequeño pueblo de Argusino. La historia del pantano de Riaño, pero en versión zamorana. Se anega un pueblo de Zamora y se da al pantano el nombre de un pueblo de Salamanca. Curiosidades.

Me gustó mucho, en esta ruta de Salamanca a Ledesma y de Ledesma al Pantano de Almendra, encontrarme con un pueblo muy tranquilo, muy típico, muy lejos de los vaivenes de las grandes capitales, en otra historia vital. Es el pueblo de Monleras. Sus pobladores han construido un anfiteatro de piedra, han recuperado sus viejas moles de piedra, sus verracos prerromanos, tienen el pueblo con la mayoría de sus casas construidas en sillares de piedra y, en las inmediaciones, el río da vida a multitud de rincones de gran belleza paisajística, con una rica variedad ornitológica.

Siguiendo hacia el oeste, dejando atrás la presa de Almendra, con toda su impactante mole de hormigón y su enorme masa de agua, es como entrar a un mundo muy lejos de todo. Un mundo de grandes bellezas naturales, pero un mundo muy lejos de todo. En el cual, aún hoy, es posible encontrar rincones escondidos e inaccesibles. Villarino de los Aires, Pereña, Aldeadávila de la Ribera, puntos clave de esa ruta. Son impactantes los miradores sobre el río Duero. Podemos creer que todos son iguales, porque todos es ver a un río que se pierde en la lejanía, pero en realidad ninguno se parece a otro. Y menos aún, según la estación del año en la que hagamos la visita o viaje.

La verdad es que hay puntos de impacto auténtico. Que la naturaleza te inspira respeto, mucho respeto, cuando estás sobre un acantilado, de una altura de 200 a 300 metros, con el sobrevolar de los buitres y con los nubarrones negros de una inminente tormenta que ya comienza a soplar. Da un poco de glups, qué potencia salvaje tiene la naturaleza. Y, de fondo, una de las mayores presas de Europa, con una importante producción hidroeléctrica. El terreno muy accidentado no ha sido suficiente para combatir al progreso humano, que ha diseminado obras costosas, en dinero y en vidas humanas, presas hidroeléctricas y cientos de torres de alto voltaje que ponen su nota extraterrestre a un paisaje de alto valor natural.

Salamanca y alrededores fluviales. Ledesma y comarca de Ledesma. La vida del río Tormes en este último tramo de río, de casi 100 kilómetros, sirviendo de frontera natural entre dos provincias, tan cerca y tan lejos una de la otra. Y finalmente, cómo ese marco fluvial queda conformado por otro gran río, el Duero.

El Duero por tierras portuguesas, es como el río que se ha quedado tranquilo, muy tranquilo, después de atravesar grandes y profundos acantilados, en su línea de frontera con España.

Todo ese marco de acantilados, barrancos, cascadas de agua, lugares inaccesibles, son una de las características más representativas de esas geografías de frontera, que no comprende solamente a los cursos fluviales de estos dos grandes ríos, el Tormes y el Duero, sino a otros muchos pequeños ríos, menos conocidos, que extienden el territorio de una orografía muy rica en bellezas visuales, en magníficos miradores naturales.

Una geología granítica y un microclima especial hace el resto, encontrándonos a chumberas y casi cultivos tropicales en el norte peninsular, gracias a que, en determinados lugares, estamos casi al mismo nivel que el nivel del mar. En verano, lógicamente, las temperaturas son infernales en muchas de esas tierras, en muchos casos cultivadas, junto al río Duero, a su paso por los acantilados que dan también nombre a una de las comarcas salmantinas, Las Arribes del Duero.

Han sido solamente unas pocas visitas, cortas, de ir y volver en el mismo día. Y también han sido potentes, no solamente por los recuerdos vividos en esos lugares, sino por ellos mismos.