Depredadores de energía

Hay personas que no la pueden evitar (la mirada sexual). Desde mi punto de vista, el gran problema es que se ha convertido en una especie de moda social. Una moda social que deja un paisaje humano bastante pobre de autenticidad. Con esto, mi reflexión personal es estar atentos, y ser un poco distantes frente a situaciones desconocidas. Pero no por esto creo que debemos cerrarnos. Cerrarse a compartir es declararse muerto, cadáver. Pienso que, en el conjunto del comportamiento humano, podemos llegar a ser demasiado peligrosos. 

Existe el amor sexual, que va en relación con el cómo y de qué forma es cada cual. Y existe el amor en general, que es algo mucho más íntimo, y también aplicable al ámbito sexual, y que va también en función de cómo es cada cual. Mente podrida, da pensamientos podridos, emociones podridas, acciones podridas. Puede ser el galán más encantador, pero por lo que sea o fuere, su relación con esa persona te empobrece, te reduce, te limita, te empequeñece. Eso no es amor. Te envuelven el amor en finos lazos de colores y es pura explotación emocional, depredación pura y dura de los ánimos, del puro deseo de vivir. Desgraciadamente, también en el espacio emocional, somos depredadores. 

Esto era algo que resumía bastante bien la filosofía de un antropólogo que dijo haber estudiado comunidades indígenas del desierto de Sonora, en el noroeste de México. Aquel antropólogo se hizo un best seller en la década de 1960 y, aunque era un mentirosillo, la verdad es que dijo algunas verdades, y yo, años después, conociendo a una antropóloga de verdad que había estado más de diez años en el desierto de Sonora, pude comprender que sus verdades eran verdades ciertas, había un fondo de verdad. El fondo de verdad del primero de sus libros, las enseñanzas de don juan, en donde el viejo indio de la etnia yaqui, Don Juan, decía claramente que somos depredadores de energía, huevos luminosos y depredadores de energía. 

Una filosofía chamánica, enraizada con lo natural, a medias entre el animismo y el dar carácter mágico al aire, la tierra, el agua, el fuego, y a medias con la religión primitiva monoteísta de un Dios Inteligente, Invisible, inserto en la semilla de todo espacio vital o vivo, también en el propio planeta Tierra y en todo lo concerniente al espacio de vida, y también la especie humana. 

Vivir en el siglo XXI, urbano, cosmopolita, globalizador, demócrata, con los usos y costumbres de esta actualidad, y al mismo tiempo ver o intentar ver la naturalidad de lo auténtico, lo terrestre, el viento, el agua, el día, la noche, es una tarea un poco contradictoria. Pienso que vivimos en un mundo muy loco, confuso, contradictorio e inhumano. Aceptarlo y saber sobrevivir en ese espacio de vida es todo un reto. Sin lamentaciones. Al mismo tiempo desarrollar una religión personal, sin banderas, sin biblias, sin dogmas, del corazón, interna, formando parte de la naturalidad, de la esencia, de la sustancialidad de la vida es… un aprendizaje continuo, diario. No hay que fijarse en cómo son los demás, sino en cómo eres tú mismo.