El Teléfono

Yo no soy amigo de los inventos actuales que usamos las personas para comunicarnos; prefiero el voz a voz antes que la videocámara, el teléfono, el chat, cualquiera de los nuevos inventos. Creo que una pantalla de plasma gigante es incapaz de reflejar todo el calor de las emociones de un directo entre dos personas. La técnica no sustituye a la biología.

Al mismo tiempo, comprendo que los tiempos actuales son más propios para la comunicación a distancia. Todos tenemos muchos compromisos y muchas cosas por hacer, en diferentes lugares, que nos impiden estar en todas las partes adonde nos gustaría estar. Y en algún sentido, el correo electrónico, las cartas de siempre, el teléfono, los chats, es un estar en varios lugares al mismo tiempo. 

O sea, que si no existiera el servicio de correos y no existieran estos medios, muchas personas nos pasaríamos diez, veinte, treinta años de nuestras vidas, sin saber nada o prácticamente nada de otras personas, sin noticias de ninguna clase. Puede que a las personas de hace mil, dos mil, tres mil años, disponer de satélites de internet y cables de teléfono y ondas hertzianas de la radio les pareciera uno de los más grandes inventos de la Humanidad. 

El tartésico de Sevilla hablando por teléfono con el fenicio de Tiro. Fulano, que me mande usted un barco lleno madera de esos cedros tan buenos que tienen ustedes en el Líbano. Va pallá la semana que viene, va al mando el Pirata vikingo Mengano, le pagáis y hasta la próxima. Y qué fácil es la cosa. De paso podían preguntarse por la familia, qué tal el tiempo por ahí, quién es el rey ahora, cómo os lleváis con los persas, cómo va el palacio del rey Midas, qué tal se están portando los griegos. La de cosas que podían preguntarse pero ni se hablaban ni se conocían ni existían los actuales medios de comunicación.

Que existan estos medios no significa tampoco que existe calidad de comunicación o podemos decir que autenticidad. Los seres humanos somos dados a la tertulia, el hablémonos como una forma de comunicarnos, cuando estamos fuera de otras obligaciones. 

Se nos enseña a no hablar en clase. Oiga es que mi amiga tiene cosas importantes que contarme; pues las contáis fuera de la escuela. 

Guardamos los tiempos de las confidencias para los parques juveniles, los lugares donde por barrios, ciudades y pueblos, los jóvenes transitan, con poco dinero en el bolsillo, contándose o no contándose sus cosas, que son diferentes a las cosas que se cuentan de mayores. Pero siguen contándose sus cosas. 

Está claro que no vas por el mundo dejándote contar cosas por todo el mundo; si estás en el metro, esperando tu vagón, no dejas que el primero que pasa te comience a hablar de su vida. Oiga, qué me dice usted. Que me compre estos pañuelos. No, gracias. Se ha terminado la conversación. Dentro del vagón, una voz en off tiene más comunicación con nosotros. Próxima parada, Sol, el mensaje va dirigido a nosotros, nos apeamos en esa parada. 

Nosotros elegimos cuándo, cómo, con quién comunicarnos. Si podemos. El mundo es un universo de comunicación. Elegimos de entre millones de estímulos unos cientos, unas docenas, son nuestro micromundo personal. Oír o escuchar a este mundo significa no dar tiempo a otros mundos. 

Pero en realidad todos sentimos una necesidad de comunicarnos con todos. Y en realidad muchas personas quisieran comunicarse más y quisieran comunicarse mejor de lo que lo hacen. Y ahora, regresando a la base principal, no es el diálogo por teléfono o directo, o los minutos que estás o no estás. Es la actitud real, la actitud de corazón que muestras en eso que haces, porque realmente no lo haces sola o solo sino que lo haces en compañía de otra persona. 

Es algo a dos. De acuerdo, no estás viendo los ojos de quien te está hablando, pero sigue siendo un diálogo activo. Si ahora entráramos a la física íntima de los medios de comunicación actuales, teléfono y directo son muy parecidos, el poder de la voz. 

Que no sucede lo mismo en las palabras que transmite un chat o una videoconferencia, que deja de ser simultáneo; esas décimas de segundo son vitales porque conectan o desconectan; el teléfono es un directo de voz y tanto me da si es voz o si fuera imagen, es lo más próximo al vivo, directo y presencial del tú a tú.

También es verdad que un teléfono puede ser intenso, si se quiere dar intensidad. No es el color del teléfono ni la marca sino qué o quiénes son y qué hacen las personas que se comunican al teléfono. 

El teléfono no da vida a las conversaciones sino que son las conversaciones y por tanto somos las personas quienes damos vida al teléfono. Lugares, personas, instantes, paisajes del mundo personal y de su referencia actual, son recogidos, registrados, vivenciados por la voz al teléfono.

Y con todo esto quise decir que sigo sin ser amigo de los inventos actuales que usamos las personas para comunicarnos, pero reconozco que cuando se ha de dar la comunicación, es un gran avance que ahí esté el teléfono, si no está la persona receptora.