Nuestra salvaje inteligencia
¿Qué le está ocurriendo, a la vida humana?
Esta pregunta me hace entrar en palabras como metafísica, ética, ciencia, verdad, sabiduría, etc. O palabras puramente como inteligencia y valor que tiene la vida humana.
Si hacemos un análisis de la historia humana, veríamos que lo que ahora ocurre, en este siglo veintiuno, es lo que ha estado ocurriendo a lo largo de toda la Historia Humana, no solamente la historia más reciente, de estos últimos 100.000 años, sino una historia tan lejana que nos lleva a hace 1,9 millones de años, en tiempos del Homo Erectus, o incluso más lejos, en tiempos de nuestros predecesores, los primates.
Ocurre hoy, pues, lo que lleva ocurriendo, desde siempre.
Tenemos una idea errónea, equivocada, de cuál es el mecanismo principal que el mundo tiene.
Es comprensible la postura de apostar por un mundo mejor, de apostar por la contribución personal de todos los que venimos a este mundo, de dejar, a nuestra partida, un mundo mejor que el que nos hemos encontrado. Puede ser muy noble esta actitud y sentimientos, pero la realidad es otra cosa. Y sin embargo, esta postura sigue siendo realista.
Esta pregunta es una pregunta normal, muy normal. La podría hacer, tanto un niño de 7 años, como la puede hacer un hombre de 87 años.
Qué está pasando en el mundo para que todos y todas andemos tan revolucionados, tan fuera de nosotros mismos, como si nos hubiera picado un mosquito estimulante, que a diario nos envenena en vivir una vida que nos parece normal y que, en muchas personas, también en muchas parcelas o espacios vitales, por más que queramos dibujarla como normal, no deja de ser una anomalía, una anormalidad.
Es verdad. He hecho mi pregunta sobre bases y razonamientos éticos. Llevado por mis propias y humanas emociones.
Yo quería preguntar por qué el mundo humano se está degradando a pasos agigantados, como si tuviera prisa, no ya por destruirse como especie, sino por hacernos la puñeta a todos los que somos de su misma o de distinta especie.
Veo, de acuerdo, un poderoso avance tecnológico, industrial, social, que se ha consolidado, en estos últimos 200 años, que marca un nuevo referente o un nuevo norte humano, pero que es, en definitiva, el norte humano de siempre, o sea, asentado en la ley del más fuerte, la ley contra el más débil, el abuso, la explotación, la ausencia de respeto a las bases mínimas del respeto y de la convivencia pacífica.
Es, dentro de este sentido, que me da igual ver a un hombre de hace 1,9 millones de años, con sus rasgos primitivos, blandiendo un hacha de sílex o de cuarcita, que ver a un hombre contemporáneo, con todos nuestros actuales recursos tecnológicos. Es el mismo hombre, nada ha cambiado. La única diferencia es que sus herramientas y mecanismos de abusar, explotar, son más sofisticados y admiten también un mayor número de posibilidades.
Qué buena posibilidad sería un mundo con personas pacíficas, que se hacen preguntas inteligentes, sin querer estar por encima ni por debajo de nadie. Un mundo con personas de las que aprender humanidad, digo humanidad de la buena, buena humanidad. Personas que pueden ser viejos o jóvenes, calvos o con pelo, pero todos tienen unos rasgos nucleares que les identifican, que es principalmente el amor activo por la paz, por convivir pacíficamente, con inteligencia, todas las criaturas que aquí somos.
Es difícil de tener una respuesta a la pregunta inicial, o de tener una explicación, así con unas pocas palabras. Es también una cuestión o un tema muy abierto, que admite muchas opiniones diferentes.
La pregunta de qué es lo que está pasando, qué esta ocurriendo, con esta Humanidad que hoy somos, por este 21º siglo, creo que tiene respuesta en lo siguiente:
Hace millones de años, se produjo uno de tantos milagros que se producen, dentro de este hogar que conocemos y al que hemos dado el nombre de Planeta y de Tierra. Otros lo llaman también Gaia.
El fenómeno supuestamente milagroso, que yo concibo como un fenómeno natural de la evolución, fue el salto de una nueva especie, surgida de los grandes primates, que dio lugar a una nueva forma de vida.
Esta forma de vida que dio lugar desde entonces a la criatura humana, fue, ha sido, sigue siendo, una forma de vida dominante sobre todo el reino animal y vegetal, existente sobre la superficie terrestre. O dicho con estas palabras, el instinto básico de la criatura humana, desde entonces, ha sido el de poseer, conquistar, ser dueño de todo lo que existe, viéndolo como recursos alimenticios, o sustitutivos de primitivos recursos alimenticios.
En el conjunto de la vida terrestre, vemos un juego de depredación, a gran escala, que compone el ciclo vida y muerte, de todas las criaturas, de todas las especies.
Este juego depredador es violento, cruel, despiadado, cebándose con los más indefensos, frágiles, débiles. Es una lucha feroz, de los fuertes contra los débiles.
Sin embargo, la naturaleza misma tiene sus propios mecanismos donde ninguna especie llega a tener el control exclusivo sobre todas las demás. Esto cambió radicalmente con la llegada de la especie humana, no bien en el principio, hace 1,9 millones de años, sino en el transcurso de estos últimos miles de años.
Desde esta visión, frente a la pregunta de qué está pasando aquí, viene la respuesta de que llevamos unos ritmos de progreso mucho más rápidos que lo que nos ha sido habitual en largos periodos de tiempo que nos preceden. Es decir, en unos pocos siglos, estamos haciendo un viaje que anteriormente nos había llevado diez, cien, mil veces más tiempo. Los cambios son ahora más rápidos.
Viene una nueva pregunta. Si estamos cambiando, si nos estamos moviendo a tan alta velocidad, bueno es saber en qué dirección lo estamos haciendo.
Miramos la dirección, vemos qué ruta se ha seguido hasta ahora, tenemos nuevas claves para entender la ruta que seguirá, en el futuro que tiene que venir.
Al respecto, diría Punset, que no él, sino los científicos que por él son entrevistados, que estamos a la vanguardia de un mundo desconocido, inhóspito, a veces hostil, como podía serlo, el de nuestros congéneres, hace 2 millones de años.
Hoy tenemos un amplio conocimiento científico del mundo que cohabita y convive con nosotros. Por él podemos entender también nuestra propia naturaleza y un poco también podemos comprender nuestra dirección de comportamiento y de forma de vivir.
Algo que ocurrió, hace millones de años, es algo que ha estado ocurriendo, día a día, dentro de la biografía de una esfera que gira, alrededor del Sol, en la que millones de personas viven, además de un número enorme de otras especies y criaturas vivas.
Mirando alrededor vemos que todas las criaturas se hacen preguntas adecuadas a su propio contexto de vida. O sea, no se hacen preguntas que sí se las hace (porque se las puede hacer) la criatura humana.
Se dice, dirán, todos los libros que podamos leer, que la Inteligencia ha nacido con la especie humana, un fenómeno que nos caracteriza y que sigue siendo un gran desconocido. La inteligencia.
Esta inteligencia tuvo unos precedentes genéticos, animales. Esta inteligencia acentuó nuestro instinto animal. Pero, al mismo tiempo, a lo largo ya de un amplísimo periodo de experiencia, es la misma inteligencia que nos ha enseñado que el ser humano tiene una gran capacidad de amar, de usar positivamente su inteligencia, a favor propio y a favor de otras criaturas, de su misma o de distinta especie.
El cocodrilo, siempre ha sido un cocodrilo. O la gacela siempre ha sido una gacela. Pero con la especie humana, estamos viendo y viviendo fenómenos que eran desconocidos hasta el surgimiento y expansión de esta nueva criatura, tan igual a todas las demás y tan diferente al mismo tiempo.
Somos iguales y somos distintos. Nos caracteriza nuestra habilidad de poder usar nuestra inteligencia y nuestras manos, asociadamente. O nuestra postura erecta. O tantos otros rasgos de nuestra biología.
Esto nos permite darnos el título de Homo Sapiens Sapiens.
Miramos a aquellos predecesores nuestros como homínidos avanzados, primitivos, salvajes, carentes de toda humanidad. Sin embargo, en muchas colectividades de la antigüedad humana, existía mucha más humanidad que la que hoy podemos encontrarnos, debajo de nuestros bonitos vestidos, disfraces, maquillajes y liftings.
La naturaleza es salvaje, nadie lo ponemos en duda.
Es salvaje mucho de lo que transcurre en el espacio natural de nuestro gran hogar. Sí, de acuerdo. Pero esto no legitima que nosotros seamos mucho más salvajes que hasta las criaturas más salvajes.
Tampoco se trata de que llegara la especie humana, con su inteligencia evolutiva, y se convirtiera en el salvador de otras especies. No hay nada que salvar. Muchas veces es mejor no interferir el curso natural y normal de las cosas.
Sin embargo, sin que la inteligencia fuera a hacernos santos y angelicales, por lo menos utilizarla para algo más provechoso, pacífico y agradable que para tener el triste honor de ser la especie y la criatura más letal, más mortífera de todo el planeta. Estamos a la cabeza de usar la inteligencia con fines criminales y explotadores.
Otra forma de utilizar la inteligencia sería al contrario. Podemos ser un poco más auténticos, inteligentes, ponernos igual que todas las demás criaturas y quitarnos falsos orgullos, endiosamientos y vanidades que no van a ninguna parte y que tampoco son ninguna necesidad.
O sea, podemos quitarnos adornos, cosas prescindibles, artificios, accesorios.
Conocer la verdad es tener disposición, actitud, vocación o instinto de conocer la verdad.
¿Qué dirección tiene el mundo de hoy?.
La misma dirección que tenía, hace 2 millones de años. Y, al mismo tiempo, nuevas posibilidades, surgidas de esta dirección.
¿Cómo se come esto? Se come diciendo que el instinto atávico, de explotación existente en los más primitivos salvajes que hubo en nuestra humanidad, sigue presente, como sigue presente nuestro código genético, invariable, en el transcurso de millones de años, sin apenas ninguna repercusión. Esto se comprende perfectamente por nuestra naturaleza vital, nuestro origen, nuestra raíz biológica.
El ser humano aparece, hace millones de años. Ha hecho una evolución. En este camino, se ha fabricado toda una suerte de ardides, trampas, convenciones, tan infantiles y tan estúpidas que son puro juego de pólvora, cohetes, artificio, para despistar y engañar.
El juego depredador que viven todas las criaturas de este planeta, acuáticas, terrestres, aéreas, es un juego depredador, atroz y necesario al mismo tiempo, donde no existe una complacencia, de ninguna de esas criaturas en hacer lo que hacen. Lo hacen para sobrevivir.
En la escuela enseñamos a los niños que estamos construyendo una sociedad de mujeres y de hombres que no quiere vivir como lo hace el cocodrilo, cuando espera comerse a la cebra, en las aguas del Níger o del Nilo.
O les decimos que no queremos ser como la mantis religiosa que devora a sus amantes, al tiempo de estar copulando con ellos.
O les decimos que venimos de un mundo salvaje, hostil, primitivo, lleno de peligros, pero que nosotros, los que somos adultos, y fuimos niños, estamos capacitados para enseñarles que podemos y queremos vivir en un mundo mejor que aquel mundo de hace 2 millones de años.
¿Es esto verdad? No. No lo es. Triste realidad. Una sociedad que tiene libros corrompidos es una sociedad corrompida.
Nuestra sociedad ya nació corrompida, que fue la corrupción del egoísmo bobo, de la violencia, de la destrucción.
Hace apenas 200 años, estamos viviendo un espejismo de paz. Es un espejismo. Real, muy real, pero no deja de ser un espejismo.
Nosotros, en España, vemos la evidente realidad de un espejismo que prácticamente es tan visible, evidenciable, que lo damos por real. El holograma es tan perfecto que parece que tiene materia, sustancia.
La Humanidad ha sido, siempre, sin variación, muy violenta. En los últimos 500 años, parece que hemos dado un gran salto de civilización y en cierto modo, esto es verdad. Estamos asistiendo a nuevos fenómenos, desconocidos hasta ahora, de convivencia humana y coexistencia social.
Somos un crisol de guerras y de batallas, desde el principio de nuestra historia, pero, con el adelanto industrial y tecnológico, hemos ido progresando nuestras armas de destrucción y nuestras formas de matar.
El siglo pasado, el siglo veinte, se despertó con una gran guerra que fue el trampolín para una siguiente guerra, que, decididamente, se acordó mundialmente que fuera la última gran guerra que la humanidad viviríamos. Por la sencilla y triste razón de que, otra más, como ésta o peor que ésta, despidámonos, todos y todas, de este mundo. Sencillo. No es tema de buscarle si es justo o injusto que alguien pueda decidir cuánto vives, con solamente desplegar la acción de un arsenal atómico, de misiles nucleares.
La segunda guerra mundial ha marcado definitivamente un antes y un después en la vida de la especie humana. Hoy estamos viviendo el mundo de posguerra, en relativa paz.
Es la idea, que la Humanidad sobreviva a este siglo XXI. Sin embargo, el siglo viene con muchas interrogantes.
Honradamente, y a pesar de que hay documentales científicos y sesudos libros que hablan de esto, ¿alguien sabe o sabemos hacia dónde, en qué dirección camina este mundo?. Yo creo que no. Ni siquiera los especialistas, expertos, estudiosos y entendidos comprenden qué es lo que está pasando, pero sí está pasando. Es como si la velocidad de los hechos fuera superior a nuestra capacidad de entenderlos.
¿Qué está pasando con este mundo humano?
El mundo a lo grande, el mundo global o mundial que ahora estamos hablando. También el mundo más reducido a nuestro entorno más diario, el mundo o micromundo de nuestro pueblo, barrio, ciudad. Y es, por el último, el mundo real de nuestra propia individualidad, el que más directamente y más vivamente vivimos cualquiera de nosotros, cada uno de nosotros.
Son importantes los tres mundos, los tres. Interaccionan entre sí, directamente, vivamente.
Sobre cómo es, qué dirección tiene, ni los expertos se ponen de acuerdo. Por tanto, yo sólo puedo dar una opinión.
Saber preguntar es un signo de inteligencia. La curiosidad nace de la inteligencia. Pero, hoy, el hombre y la mujer del siglo XXI, son un compendio de filosofía barata, unido a una especie de gran hermano que se desarrolla en múltiples espacios de su vida privada y cotidiana.
El hombre contemporáneo resuelve sus dudas existenciales con el médico de cabecera, el psicólogo, el pharmaton complex, el zovicrem, el amplio rosario de soluciones medicinales que la industria farmacéutica pone en la sobremesa de su televisor, para que comience a preocuparse por su colesterol, sus canas, su pasta dental.
Todo un mundo de jergas, usos, accesorios artificiales, que ocupan un papel estelar, protagonista, en la vida cotidiana de cualquier persona, sujeto por una montaña de hilos de los que apenas conocemos el libro de instrucciones, efectos secundarios y contraindicaciones.
Tres mundos simultáneos, o tres visiones de un mismo mundo. El hombre, por sí mismo, que habita un entorno humano-social y que habita en el gran mundo, este mundo del siglo XXI.
¿Qué dirección apunta, el mundo en general? Discutible. Es un periodo de grandes cambios. En muchos sentidos. Hablar que vamos a mejor o que vamos a peor es, yo creo, que temerario. Simplemente están cambiando muchas cosas y a diario se siguen cambiando nuevas cosas.
En los temas que hoy se debaten, en el mundo, está la gran crisis mundial, en el sector financiero, o la falta de confianza de los mercados, u otros temas que hacen pensar que está fallando la credibilidad de unos en otros, lo que es malo por una parte pero puede ser bueno por otra.
Creo que esperar que un hombre solo, solamente él, nos vaya a sacar del atolladero, es ingenuo, de tontos. Necesitará de muchos esfuerzos y de mucho tiempo para autorregular hacia un nuevo equilibrio, más pacífico.
La Humanidad tenemos importantes retos o desafíos, para este siglo veintiuno, sí, cierto, pero creo que podemos salir de todos ellos, no sé a qué precio, no sé cuánto tiempo nos llevará, ni cuánto tiempo nos durará la alegría hasta que cometamos idénticos o parecidos desastres a los que ya llevamos cometiendo dos millones de años.
O sea, digo, hay cabezas más duras y otras menos duras. El hombre es el animal que tropieza más de una vez en la misma piedra. El ser humano es así. Funciona con sus propias ideas. Desde hace 2 millones de años.