Una lengua viva
Yo tengo un punto de vista personal, que no intento imponer a las demás personas que conmigo hablan o comparten un mismo idioma.
Yo no me meto con nadie, cuando alguien dice churri, chuli, chachipiruli, megahipersuperestupendo, cool, dandy, blog, blogger, blogging, running, jogging, cogñác, arrivederchi, sayonara baby, etcétera etcétera y etcétera.
Yo no me meto con nadie, frente a las invasiones lingüísticas. Me gusta la libertad de todos los “alguien” que habitamos en este Estado llamado España y con este idioma, que nuestra Constitución Democrática, llama el idioma español. Es mi herramienta lingüística y funciono con ella.
En el transcurso de estos últimos 40 años, desde aquellos días que un señor con bigote al que se le veía muy afectado, salió por la televisión en blanco y negro, teniéndonos en vilo a todos los españoles de entonces, diciéndonos una frase que ha pasado a la historia. A la historia de la televisión y a la historia de España.
Dicho señor se llamaba o se llama Arias Navarro, y muy serio, nos dijo a todos: ¡Españoles (pausa), Franco ha muerto!.
Joder, qué notición. Ni los del PSOE se lo creían. Una broma más del Régimen de Franco. Pero no, era totalmente verdad, Franco había estirado la pata. Y su yerno le había hecho unas fotos en el hospital donde el caudillo aparecía conectado a máquinas y conductos.
El caudillo había muerto. El Generalísimo de todos los Ejércitos. Y España, según los abanderados de aquel régimen nacionalsindicalista y católico era Una, Grande y Libre. Nada menos, como para olvidar algo tan simple. Una, Grande y Libre.
En tiempos de Franco, el idioma gozaba de muy buena salud. No era lo mismo de la población, que una buena parte había tenido que salir por patas, otra buena parte estaba permanentemente bajo sospecha de no ser adicta al régimen y de tener mala conducta y luego estaban los buenos, los adictos al régimen, los que hacían España a pesar de esos “malos españoles” que eran todos los demás.
Por tanto, quiero decir que el idioma de un pueblo, de una nación, puede tener unas horas muy dulces, bien en los tiempos de Franco, bien en los tiempos del Siglo de Oro, entretanto la población las pasa jodidas o peor aún las pasa putas.
Frente a quienes quieren demostrar que la buena salud de un idioma es la buena salud de las gentes que usan dicho idioma, yo digo que son cosas diferenciadas y distintas. Y digo asimismo que es bueno descargar de ideología a los idiomas, porque un idioma no se ha hecho para la gente de izquierdas, de centro o de derechas, sino que está hecho –y está haciéndose diariamente- para todas las gentes. Yo no me pongo unas botas pensando si son de derechas o de izquierdas, pensando si son catalanas, valencianas o extremeñas.
Sin embargo, he querido traer a estas letras el tema del idioma porque, también desde mi punto de vista, en estos últimos cuarenta años hemos visto a un idioma elástico como el chicle, donde sus propios amantes y defensores han hecho tales barbaridades con el idioma que muchas veces ya me ha perdido la capacidad viva de hacerme pensar, de hacerme sentir.
Un idioma está muerto cuando sus palabras ya no dicen nada. Y entonces quizás las gentes viven maravillosamente bien y gozan de estupendos espacios de vida, pero si han empobrecido su idioma, serán muy ricos en otras cosas pero pobres en su lingüística, pobres en su expresión, pobres en su comunicación. Quizás son políglotas y han aprendido a expresarse mejor en chino, en ruso o en inglés que el uso que han dado a su lengua materna.