Crisis social
Hace años llegó la crisis del 2008, que supuestamente era la culpable de todo lo malo, así como es verdad que después esa crisis de desempleo y economía se ha trasladado a una crisis social, donde el paisaje global está demasiado crispado, demasiado enfrentado.
Yo creo, sin embargo, que la crisis que tenemos los españoles ya se encontraba antes. Es la crisis de quienes no tienen asumida su propia identidad. De quienes no tienen claro quiénes son y qué papel juegan y qué y cuánto se necesitan unos a otros.
Los españoles ya teníamos fama de ser un poco fanáticos, demasiado fanáticos; un poco altaneros, demasiado altaneros. Demasiado hidalgos, queriendo probar nuestra pureza de sangre. O sea, fanáticos, altaneros, hidalgos y algo analfabetos y con falta de identidad, de autoidentidad.
El ejemplo que España estuvo dando desde que Colón arribó a las costas del Caribe hasta 1975, la verdad que no ha sido un ejemplo para tirar cohetes. Hemos sido un ejemplo de fanáticos y de prepotentes, ridículos a veces como la estampa del hidalgo pobre que aparenta ser algo o alguien, una lumbrera. Una España de fachada y de postín, como la España barroca que alumbró las novelas picarescas.
Era la misma España que después, en la decadencia, se tiraba haciendo guerras por el mundo, en el siglo XIX, que todas las perdía, que creó a un grupo de intelectuales que estaban todos desesperados y tristísimos por lo que había llegado a ser España, generación del 98, generación del 27.
La España que yo me encontré al nacer, bueno, pues era la de una dictadura nacional-católica, a la que absolutamente nadie se oponía. Fue después, a la muerte de Franco, que salieron como setas los antifranquistas. Parecía que todo el mundo había estado en contra de Franco, cuando en realidad todo el mundo prácticamente había aclamado a Franco. Y sencillamente los que no lo habían aclamado habían sido silenciados o se habían tenido que exiliar.
La dictadura de Franco es un periodo oscuro de la historia de España. Pero caramba, que luego se fragua un proceso constitucional, parlamentario, democrático. Y curiosamente, los demócratas, los supuestos demócratas se atreven a experimentar con España mucho más de lo que podría haberse atrevido un dictador, un proyecto democrático, convertido en un conjunto de experimentos que posiblemente Franco no se hubiera atrevido con ellos, pero que sí fueron experimentos que pusieron en práctica los gobernantes siguientes. Como utilizar a una población de cobayas, un llevar al país a la ruina, con las más bonitas palabras que podamos imaginarnos.
Un país de locos, los de izquierdas haciendo usos que eran habituales de la derecha. Y la derecha, habiendo de arreglar los desaguisados e irresponsabilidades de la izquierda.
Y tanto unos como otros, con unos sistemas generalizados de corrupción pública, dando en la realidad una Democracia descafeinada, pobre, triste, sin vitalidad, sin energía.
Es verdad que las turbulencias de la vida en España, en los últimos 50 años, no arrojan graves incidentes, del tipo de haber superado una guerra mundial o una nueva guerra civil. Ni tampoco del tipo de haber debido soportar epidemias africanas o una pobreza extrema.
Es, en los momentos de debilidad, adonde se ve la fortaleza de una sociedad. La sociedad española ha demostrado ser muy débil, como otras sociedades del sur de Europa. Muy débiles.
Sin haber tenido que superar graves o gravísimas turbulencias, no hemos dejado de tener turbulencias en los últimos 20 años. Nos íbamos haciendo más ricos, pero íbamos perdiendo también moralidad y valores, a pasos agigantados. Nos despojábamos de algunas cosas buenas que teníamos con anterioridad, como el respeto mutuo, la educación, el respeto por las buenas costumbres, convirtiéndonos en una sociedad supuestamente libre pero que iba perdiendo la unión social, progresivamente.
La bonanza económica permitió que todo eso pudiera permanecer callado, silenciado, hasta que, en 2008, comenzó a reventar. Ha sido después del 2008 que hemos ido enterándonos de toda la super película que hemos estado viviendo en este país. Una parte de ella, porque otra parte ya ha prescrito y será una labor de los historiadores conocer cuánto y cómo se estafó a los españoles.
En teoría, en España estamos saliendo de la crisis. Pero queda aún mucho, muchísimo por superar. A medida que va solucionándose la crisis económica, el término crisis se ha trasladado a la sociedad. Las diferentes formas de ver una misma sociedad.
La desigualdad, absoluta. Es increíble. Igual el tipo que defrauda a Hacienda, que lleva haciendo ilegalidades veinte años, es el que más grita, pidiendo subvenciones y ayudas.
O igual te encuentras a quien grita para que la sanidad pública le pague unos tratamientos que cuestan miles y miles de euros. Y dices vale, oiga, pero por favor, dejemos de jugar con el dinero de todos, que es una concepción donde es ayer mismo que se deja de robar y sin apenas guardar una semana de reposo, ya se está pensando en nuevas maquinaciones, nuevos abusos.
Y no podemos decir que la generación anterior es peor que la actual. Ni siquiera es así. Y tampoco la generación siguiente es digamos que mucho mejor.
Creo que aún tardaremos una década en regularizar algo toda esta situación, que yo creo que irá a mejor. Por increíble que pueda parecer, la suerte es nuestra aliada, viene a nuestro encuentro en los momentos cruciales, como un comodín de póker que nos saca de los atolladeros.
Creo que falta mucho para enseñarnos, a todos los occidentales, qué es, qué significa ser occidentales, también qué deberes nos significa. Porque está muy bien esto de tener derechos, pero atendamos también a los deberes que van implícitos con los derechos. Hay unas reglas de juego, que determinan unas leyes. Quien no lo tenga claro, creo que no debería tener cabida en nuestra sociedad. Y no es ser excluyentes, sino simplemente ayudar a que seamos una sociedad más pacífica y que todos los recursos que ahora hemos de dedicar a nuestra seguridad podamos dedicarlos a la paz, la cultura, el conocimiento, el progreso y el desarrollo del planeta.