Puntos de partida en medios de comunicación

Me reconozco un gran amigo e incluso un enamorado de los significados esenciales que dan punto de partida a un medio de comunicación. Pero, en estos precedentes, se encuentra el idealismo o el romanticismo que yo creo que fue formándose, en la lejana niñez, en los primeros pasos que vamos dando para conocer todo el ancho y vasto mundo que existe a nuestro alrededor.

Echando mano a la memoria, a la biografía personal, me busco dónde comencé yo a sentir una atracción especial hacia lo que es un medio de comunicación.

Me iría a los siete años, a un pueblo mallorquín, llamado Esporlas. 

Cuatro vivencias que me aproximan a un primer significado de un medio de comunicación. 

Son la sensación de que el mundo es muy grande, en clases particulares, con una chica que me enseña todas las capitales del mundo, para que las memorice. 

Una nueva vivencia, que me ocasionó pesar y luego una gran alegría. El papel que tenía que leer, el día de la primera comunión, a iglesia llena, con presencia de toda mi gran familia, abuelos y tíos incluidos. Aquel papel causó disgusto. Lo perdí. Y el cura se echaba las manos a la cabeza. Y me hizo buscarlo en el cubo de la basura, entre miles de otras cosas. Papel arrugado y papel encontrado. No sirvió de nada que yo señalara al cura que no pasa nada, que me lo sé de memoria. Total, una cuartilla escrita por un lado. Y el abrazo de mi abuela, al finalizar la intervención desde el micro junto al altar, aquello no tuvo precio. Estaba orgullosísima de su nieto. Leer y comunicar van de la mano, que se dice son primos hermanos.

En mis puntos de partida de qué es un medio de comunicación. La carta de un niño, el día de su primera comunión, una proclama de los niños que dice algo así como Señor Jesús, en el nombre de todos los niños…

Las capitales del mundo, el micrófono y el papel de la primera comunión, la cajita de proyección de diapositivas, que se vendían en sobres de 5 pesetas, con escenas clásicas y famosas del cine, que se muestran a los amigos y que el visor pasa de mano en mano y de ojo en ojo y no es como ver la película pero algo se le parece. 

Todo aquello formaba parte del bagaje del que observa y mira qué sucede a su alrededor. El bagaje también de la primera cámara de fotos, que llegó también por aquellas fechas de los siete años.

Pero sin duda, lo que más me aproxima al núcleo de un medio de comunicación es el contacto con la mecanografía, con las máquinas de escribir, con ese invento que tanto ha hecho por escribir buenas páginas, en los lugares más remotos. 

Mi primer encuentro con una habitación llena de máquinas de escribir y unas monjas que dan clase, a la salida del colegio. 

En mi vida había visto una máquina de escribir. Y al acabar los 60 minutos de rigor, me voy a mi casa con un trozo de cartón que tiene las letras en círculo y pintadas. No veré una máquina de escribir hasta que supuestamente me la merezca, a los pocos meses de comenzar.

Muchas clases me dejan solo. Ahí tú te las apañes con tus ejercicios y si tienes un problema, te lo solucionas tú mismo, la profesora aparece o no aparece al final de la clase. Que tengas suerte y que no te toque una máquina de las de darle fuerte con el dedo, con pipas que los mecanógrafos de la clase anterior no le hayan metido por las tripas de la máquina.

Esta simpleza de las máquinas de escribir, un invento que parece que da categoría a las palabras, en especial cuando la tinta es reciente y las líneas carecen de tachones, de correcciones y de errores. Igual lo ha escrito un pobre o un mendigo de la vida, pero parece que lo hubiera escrito el rey. 

Esa igualdad de todas las letras, de una imprenta en pequeño, al alcance de casi todos los bolsillos. Con todos mis respetos por las nuevas tecnologías y los ordenadores y sus teclados, la ciencia contenida en esas viejas máquinas de escribir y su versatilidad es, para mí, algo impagable. 

Una máquina de escribir no te deja tirado, en mitad de la selva, ni tienes que enchufarla a ningún enchufe inexistente. Gracias a esas máquinas de escribir creo que se han escrito grandes páginas. 

Un gran invento por el que siento viva admiración y del cual voy, con los avances tecnológicos, a las grandes rotativas e imprentas, con todo su altísimo coste y sus elevadas prestaciones, pero que, en síntesis, tienen un punto de partida en los esfuerzos de impresión, de imprentas manuales que funcionan con unas teclas, una cinta y unos dedos que pulsan contra un rodillo y un papel.

Por tanto, en la mecanografía y en aquel punto biográfico de mis siete años, encuentro un algo romántico hacia los medios de comunicación.

Una ventana al mundo, una ventana abierta al mundo, podemos decir que es uno de mis significados personales hacia lo que es o debe ser un medio de comunicación. 

La mecanografía y las máquinas de escribir han sido, para mí, también una ventana al mundo. La misma rapidez y habilidad de las máquinas en las que fui aprendiendo, se continuó con una Olivetti DL que me compró mi padre. 

En ella se escribían las cartas para los abuelos y para toda la familia. Y en aquella máquina se escribieron también cartas para distintas familias, cuando a los 10 años nos fuimos a vivir a un pueblo de Ciudad Real, en el que quedaban gentes que no sabían redactar ni escribir una carta. 

Mi padre, que tenía tantísima familia en el pueblo, cada dos por tres me tenía algún encargo de escribir alguna carta sin cometer faltas. 

Unos años más tarde, en aquel mismo pueblo, en aquella misma máquina, nació el invento de la imprenta casera, la que no tiene fotocopias ni falta que hacen. 

Un grupo de chavales, yo tenía 18 años, habíamos creado la Unión Local de Comisiones Obreras. 

Y la sede era en la casa de mis padres, en una pequeña habitación, con nevera y sofá rojo, que presidía una foto grande del Ché Guevara, donde decía que más valía morir de pie que vivir arrodillado. Y por supuesto, la máquina de escribir de la Secretaría era la Olivetti de Domingo García. 

En aquella máquina, con hojas de calco, se escribían las octavillas y las hojas de información. Y el problema no era escribirlas sino llevarlas a su punto de destino. Y hoy seguramente no me atrevería a hacer lo mismo, pero yo entonces era un muchacho de llevarlos bien puestos. 

Sin entrar en ninguna guerra de partidos, unos chavales que han montado un sindicato en el pueblo. 

Y cuando tienen que dar una información, se escribe a máquina con un pomposo inicio de Comisiones Obreras de Terrinches INFORMA. Y a continuación lo que se hubiera de decir. Igual creo que llevaba hasta puesto un sello, que eso le da así como mucho tronío al final del papel.

Y luego, martillo y clavos, los pobres árboles de la plaza del pueblo, recibían cuatro clavos por tronco y un papel de aquellos resistía uno o más días, en un total de cinco, seis, ocho, los que tocara, a plena luz del día. 

Y no era tocarle las narices a nadie, pero solamente ver aquello había personas de mi pueblo que se les revolvía el estómago. Los rojos estaban al acecho y yo, el hijo de Gregorio y de la Llanos, era uno de ellos. Pero la cosa es que nunca estuve en ningún partido ni batí caldos para nadie. Los años que duró aquel sindicato íbamos muy por libre, como debía ser para unos chavales que creo que dentro de lo que cabe mostramos responsabilidad en el conjunto de aquella experiencia.

La máquina de escribir y la mecanografía jugaron un papel especial, en todas aquellas cosas documentales, escritas sobre el papel, que teniendo el refrendo de la letra de imprenta parecía que superaban el olvido inmediato del tiempo. 

En algún sentido, creo que esto sucede cuando un hecho es corroborado en un periódico. Es como si el hecho no sucediera de verdad hasta que no ha sido informado en el periódico que solamente cuenta las cosas verdaderas.

Y en otro sentido me resulta curioso porque es como si el héroe no existiera hasta que no se cantan gestas en honor a sus hazañas. 

Donde lo importante ya no es el suceso en sí sino el qué es lo que contamos del suceso, que es una forma de contarlo y, además, de interpretarlo, de hacer una primera lectura.

Es un lenguaje de palabras, de qué se dice y qué no se dice, tan amplio y variopinto que un mismo suceso puede dar lugar a distintas noticias y por supuesto muy diferentes interpretaciones.

La cara y la cruz de un suceso noticiable. Lo cual me conduce también a considerar la relevancia de no perder los fundamentos de qué es lo que es un verdadero medio de comunicación, que acerca una información a unos lectores, con objeto lógicamente de que estén mejor informados.

Desde esta óptica, el periódico o medio se constituye en una herramienta social. No es solamente quien nos dice que se ha quemado tal rastrojo o campo del pueblo y saca unas fotos que muestran la veracidad de lo contado sino que, además, es quien ya nos está diciendo que el Ejército y otras fuerzas de población trabajan en la extinción y, además, todos aquellos voluntarios que quieran apuntarse, tal sitio y tal hora pueden hacerlo. 

Cuando un medio se armoniza con esta función y esta utilidad social, allí donde se ubica, siempre existen fundamentos de lectura y también de economía que le sustentarán. 

A priori parece muy fácil. El periódico del pueblo. Por supuesto que no es tan fácil. Yo saldría de la ecuación de fácil-difícil y lo dejaría más en una pregunta abierta de si acaso se han desnaturalizado los fundamentos de un medio de comunicación, qué es y para qué sirve y por supuesto quiénes son sus lectores y qué utilidad y atractivo encuentran en dicho medio.

El suceso. Es como decir que una herramienta social, a modo de las campanas del pueblo, con cuyo toque ya sabemos a qué están llamando. Un medio de comunicación, por ejemplo un periódico, es un factor de reunión, donde vemos reflejados los sucesos principales y en algún sentido nos hacemos una primera interpretación. Es como tener una mente auxiliar que piensa un poco por nosotros, haciéndonos reflexionar un poco en la noticia o suceso del que se nos informa.