Los hombres libres
En noches de invierno, como hoy día de la candelaria, se pueden contar historias largas al lado del fuego. Este servidor se ofrece a arrimar unos leños:
Estamos en el año 760. Son los años que los reinos cristianos, en la Península Ibérica, están por hacerse. Y son los años que el primer Abderramán llega a Al Ándalus, después de peligrosas aventuras que le han traído desde Damasco, donde los abbásidas han acabado con toda su familia.
En Asturias, un rudo rey, Fruela, apodado El Hombre de Hierro, que deja tras de sí tierra quemada y tierra de nadie, en Al Ándalus un emir independiente.
En algún lugar denominado La Frontera del Duero, ininterrumpidamente desde varios siglos atrás viven los Hombres Libres. Desde antes de la caída de Roma, viven aquí. Y después han sabido hacer frente a las oleadas de visigodos y de suevos. Y ahora también a las primeras campañas militares del rey de Asturias y de los moros del sur. Pero esto no durará mucho tiempo y ellos lo saben. Por esto pasan a la ofensiva y consideran que no existe mejor defensa que un buen ataque.
Los hombres libres cuentan con la protección de cadenas montañosas que limitan su territorio y hacen imposible la entrada de grandes ejércitos que luchen a campo abierto.
Y además cuentan con 112 kilómetros de muralla natural, separada por el curso de las entonces caudalosas aguas del río Duero.
Los hombres libres no tienen miedo. Saben que la vida protege a la libertad y perder la vida no es algo que les produzca dolor insoportable, pero perder la libertad para ellos es peor que perder la vida. Sin libertad, nadie es nada, un esclavo que viene y que va según le ordenan sus amos.
Llevan siglos siendo libres y llevan siglos construyendo sociedad. Por esto, a la caída de Roma ya eran un conjunto de pueblos y aldeas bien organizados, con una alta tecnología y unos sistemas de defensa que les hacían prácticamente infranqueables. Los tres siglos de dominación goda, les ayudó, en el aislamiento que les era necesario, a seguir creciendo.
Llegaron los musulmanes y ahora, medio siglo después de su llegada, el paisaje de la Península Ibérica marca un punto de inflexión. Si sigues como eres, tarde o temprano serás absorbido y devorado por los del norte o por los del sur. Por tanto, pasa al ataque y házte fuerte o sucumbirás.
Los hombres libres habitan en una treintena de pueblos, a ambos lados del río Duero. Su territorio comprende unos 5000 kilómetros cuadrados pero su poder llega mucho más lejos.
En Oporto, pequeñas oleadas de hombres libres aprenden la navegación de cabotaje. Saben que su pueblo necesita una salida al mar y que los primeros que aprenden son quienes después comparten su conocimiento con los aprendices que vienen después.
En la Sierra de Gata, cientos de colmenas facilitan que los hombres libres tengan avanzados puestos de vigilancia. En los campos de Vitigudino, corren con majestad las manadas de caballos. Son nietos y bisnietos de aquellas yeguas que los romanos decían que eran concebidas por el viento, por cuyo motivo los potrillos hispanos eran los más rápidos de todas las tierras.
En Barruecopardo, tienen una mina de wolframio con la que forjan las más hermosas espadas, capaces de cortar de un tajo con su poder.
En las riberas del Duero, olivos, almendros, naranjos, cerezos, el microclima de Las Arribes u orillas del río, descenso de 800 metros a 300 metros de altitud. La chumbera y los reptiles en verano, donde los temperaturas pueden llegar a los 40 grados en valles impenetrables donde un ejército moriría de sed, aunque tenga a pocos kilómetros las dulces aguas de un río.
Un río caudaloso que corría libre, sin media docena de presas hidroeléctricas que intentan dominar su caudal. Caudaloso y libre, sirviendo de frontera natural entre precipicios de más de 300 metros.
Los hombres libres no tienen rey, pero tienen jefes y asambleas, cuyas órdenes nadie discute. La defensa es de todos, el alimento es de todos. Nadie pasa hambre ni sufre por pobreza, ni queda abandonado como un objeto inútil, pero se le pide según puede compartir con su pueblo, con su comunidad. Nadie está apartado porque todos son útiles, hasta su último segundo. Por esto, las huelgas y las protestas no existen en el territorio de los hombres libres.
Creen estar preparados. Deben buscar primero aliados. ¿Dónde?. El rey astur-leonés, Fruela, no parece un buen apoyo. Pero sí Abderramán. Enviarán embajadores.
Entretanto, el ejército irregular de los hombres libres va desplegándose. Llevan más de tres siglos sabiendo qué es la guerra de guerrillas. Ahora aprenderán a combatir en un asedio y a asaltar las murallas de los castillos antes que alguien dé la voz de alarma.
Así da origen la novela que escribo a un nuevo rey y a un nuevo reino. Gentes que conquistan una libertad para nuevos siglos, desde sentirse lusitanos y portugueses, en un tiempo donde Portugal y España aún no existen, pero sí el día a día de las gentes.
En ese día a día, los hombres libres quieren que sus hombres y mujeres lleguen a viejos y puedan vivir tranquilas vidas.
Lo han conseguido con mil estratagemas y sistemas de guerrillas. Lo conseguirán por la fuerza del entrenamiento militar, el valor en el combate y la fuerza de regresar a la vida pacífica más crecidos, mejores personas y con infinita mayor experiencia.
¿Cuál será la historia de los hombres libres?
La historia es la de hombres que confían unos en otros. La historia de mujeres que no quedan al margen de la historia.
O es la historia de niños que, desde pequeños, aprenden valores de ser y pertenecer al principado de los hombres libres. Afuera de aquí, hambre y esclavitud, hoy de unos y mañana de otros.
La comunidad de los hombres libres no para de crecer. Supervivientes buscan refugio, que encontrarán. Al cabo de diez, veinte, treinta años, esas nuevas familias irán también encontrando sus raíces en estos pueblos de la frontera del Duero.
El padre de Fruela dejó arrasado el norte de Portugal y las provincias de Salamanca y Zamora. Quedan las pobres gentes que pudieron escapar, que no fueron pasados a cuchillo porque eran bereberes, que no fueron raptados para ser llevados a Asturias y León a poblar nuevas y desconocidas tierras.
Aquí llegan los hombres libres, instalan sus campos de ganados, sus sistemas de vigilancia, terriblemente eficaces. Nadie pasa por aquí, con intenciones siniestras de pillaje y matanza. Los hombres libres saben cómo defenderse.
Los personajes son los vivos sujetos de la historia. Son mujeres que peregrinan a Galicia, condesas supuestas y cristianan que llevan pequeño séquito y sirven de espía para su principado. Son bandas y patrullas de soldados que avanzan por monasterios que mañana serán amigos y no dejarán pasar a las tropas de Fruela. Son arqueros y cazadores que se alimentan de la rica vida salvaje que habitan las montañas y los ríos del norte.
Dentro de unos años, a pesar de las ambiciones de fieros reyes o de codiciosos jefes moros, los hombres libres han constituido un nuevo reino…
Estamos en el año 760. Son los años que los reinos cristianos, en la Península Ibérica, están por hacerse. Y son los años que el primer Abderramán llega a Al Ándalus, después de peligrosas aventuras que le han traído desde Damasco, donde los abbásidas han acabado con toda su familia.
En Asturias, un rudo rey, Fruela, apodado El Hombre de Hierro, que deja tras de sí tierra quemada y tierra de nadie, en Al Ándalus un emir independiente.
En algún lugar denominado La Frontera del Duero, ininterrumpidamente desde varios siglos atrás viven los Hombres Libres. Desde antes de la caída de Roma, viven aquí. Y después han sabido hacer frente a las oleadas de visigodos y de suevos. Y ahora también a las primeras campañas militares del rey de Asturias y de los moros del sur. Pero esto no durará mucho tiempo y ellos lo saben. Por esto pasan a la ofensiva y consideran que no existe mejor defensa que un buen ataque.
Los hombres libres cuentan con la protección de cadenas montañosas que limitan su territorio y hacen imposible la entrada de grandes ejércitos que luchen a campo abierto.
Y además cuentan con 112 kilómetros de muralla natural, separada por el curso de las entonces caudalosas aguas del río Duero.
Los hombres libres no tienen miedo. Saben que la vida protege a la libertad y perder la vida no es algo que les produzca dolor insoportable, pero perder la libertad para ellos es peor que perder la vida. Sin libertad, nadie es nada, un esclavo que viene y que va según le ordenan sus amos.
Llevan siglos siendo libres y llevan siglos construyendo sociedad. Por esto, a la caída de Roma ya eran un conjunto de pueblos y aldeas bien organizados, con una alta tecnología y unos sistemas de defensa que les hacían prácticamente infranqueables. Los tres siglos de dominación goda, les ayudó, en el aislamiento que les era necesario, a seguir creciendo.
Llegaron los musulmanes y ahora, medio siglo después de su llegada, el paisaje de la Península Ibérica marca un punto de inflexión. Si sigues como eres, tarde o temprano serás absorbido y devorado por los del norte o por los del sur. Por tanto, pasa al ataque y házte fuerte o sucumbirás.
Los hombres libres habitan en una treintena de pueblos, a ambos lados del río Duero. Su territorio comprende unos 5000 kilómetros cuadrados pero su poder llega mucho más lejos.
En Oporto, pequeñas oleadas de hombres libres aprenden la navegación de cabotaje. Saben que su pueblo necesita una salida al mar y que los primeros que aprenden son quienes después comparten su conocimiento con los aprendices que vienen después.
En la Sierra de Gata, cientos de colmenas facilitan que los hombres libres tengan avanzados puestos de vigilancia. En los campos de Vitigudino, corren con majestad las manadas de caballos. Son nietos y bisnietos de aquellas yeguas que los romanos decían que eran concebidas por el viento, por cuyo motivo los potrillos hispanos eran los más rápidos de todas las tierras.
En Barruecopardo, tienen una mina de wolframio con la que forjan las más hermosas espadas, capaces de cortar de un tajo con su poder.
En las riberas del Duero, olivos, almendros, naranjos, cerezos, el microclima de Las Arribes u orillas del río, descenso de 800 metros a 300 metros de altitud. La chumbera y los reptiles en verano, donde los temperaturas pueden llegar a los 40 grados en valles impenetrables donde un ejército moriría de sed, aunque tenga a pocos kilómetros las dulces aguas de un río.
Un río caudaloso que corría libre, sin media docena de presas hidroeléctricas que intentan dominar su caudal. Caudaloso y libre, sirviendo de frontera natural entre precipicios de más de 300 metros.
Los hombres libres no tienen rey, pero tienen jefes y asambleas, cuyas órdenes nadie discute. La defensa es de todos, el alimento es de todos. Nadie pasa hambre ni sufre por pobreza, ni queda abandonado como un objeto inútil, pero se le pide según puede compartir con su pueblo, con su comunidad. Nadie está apartado porque todos son útiles, hasta su último segundo. Por esto, las huelgas y las protestas no existen en el territorio de los hombres libres.
Creen estar preparados. Deben buscar primero aliados. ¿Dónde?. El rey astur-leonés, Fruela, no parece un buen apoyo. Pero sí Abderramán. Enviarán embajadores.
Entretanto, el ejército irregular de los hombres libres va desplegándose. Llevan más de tres siglos sabiendo qué es la guerra de guerrillas. Ahora aprenderán a combatir en un asedio y a asaltar las murallas de los castillos antes que alguien dé la voz de alarma.
Así da origen la novela que escribo a un nuevo rey y a un nuevo reino. Gentes que conquistan una libertad para nuevos siglos, desde sentirse lusitanos y portugueses, en un tiempo donde Portugal y España aún no existen, pero sí el día a día de las gentes.
En ese día a día, los hombres libres quieren que sus hombres y mujeres lleguen a viejos y puedan vivir tranquilas vidas.
Lo han conseguido con mil estratagemas y sistemas de guerrillas. Lo conseguirán por la fuerza del entrenamiento militar, el valor en el combate y la fuerza de regresar a la vida pacífica más crecidos, mejores personas y con infinita mayor experiencia.
¿Cuál será la historia de los hombres libres?
La historia es la de hombres que confían unos en otros. La historia de mujeres que no quedan al margen de la historia.
O es la historia de niños que, desde pequeños, aprenden valores de ser y pertenecer al principado de los hombres libres. Afuera de aquí, hambre y esclavitud, hoy de unos y mañana de otros.
La comunidad de los hombres libres no para de crecer. Supervivientes buscan refugio, que encontrarán. Al cabo de diez, veinte, treinta años, esas nuevas familias irán también encontrando sus raíces en estos pueblos de la frontera del Duero.
El padre de Fruela dejó arrasado el norte de Portugal y las provincias de Salamanca y Zamora. Quedan las pobres gentes que pudieron escapar, que no fueron pasados a cuchillo porque eran bereberes, que no fueron raptados para ser llevados a Asturias y León a poblar nuevas y desconocidas tierras.
Aquí llegan los hombres libres, instalan sus campos de ganados, sus sistemas de vigilancia, terriblemente eficaces. Nadie pasa por aquí, con intenciones siniestras de pillaje y matanza. Los hombres libres saben cómo defenderse.
Los personajes son los vivos sujetos de la historia. Son mujeres que peregrinan a Galicia, condesas supuestas y cristianan que llevan pequeño séquito y sirven de espía para su principado. Son bandas y patrullas de soldados que avanzan por monasterios que mañana serán amigos y no dejarán pasar a las tropas de Fruela. Son arqueros y cazadores que se alimentan de la rica vida salvaje que habitan las montañas y los ríos del norte.
Dentro de unos años, a pesar de las ambiciones de fieros reyes o de codiciosos jefes moros, los hombres libres han constituido un nuevo reino…