Libros por todos lados
El futuro está por escribir, escrito en las estrellas, dicen los escritores que escriben cosas de la antigüedad, como el que acabo de leer de Waltari, el finlandés. Se me despierta una sonrisa pensando en el pobre Sinuhé, por las buenas horas de lectura que me ha regalado, que por cierto, me he quedado con ganas de más. Se me ha quedado pobre el libro y eso que tiene más de 500 páginas.
Y ya con la sonrisa puesta me acuerdo de Mineas, una bailarina cretense, que vivió durante algún tiempo con Sinuhé, el egipcio. Esta parte me rompe el corazón. No le doy un suspenso al Mika Waltari porque, como autor de su libro, es muy libre de hacer lo que le dé en gana. Pero ¡mira que matar a la muchacha, a la Minea! ¡Vamos! ¿Ande vas so cansino finlandés, Mika Waltari? Así se quedó después el Sinuhé, hecho una mierda, hablando mal y pronto, porque el pobre se pasa todo el libro nada más que contando desgracia detrás desgracia. Debería ser Don Sinuhé el Desgracias.
Qué mal me ha sentado de verdad que se muera Mineas, oye, que la muchacha era un primor, y lo enamorados que estaban los dos, el Sinuhé y la Mineas, y va el tontorrón del escritor y se carga a la bailarian. Puñeteros escritores que no piensan en ser compasivos con los lectores, nada más que en brillar ellos haciéndolo todo oscuro.
También le he echado un vistazo a un libro sobre el filósofo cordobés Séneca. Yo pensaba que este hombre era posterior y hoy he visto que fue coetáneo de Jesús de Nazareth. No lo sabía. El autor, que ha hecho también la traducción (es un libro castellano-latín), se pone con una introducción amplísima en la que finge estar hablando con Séneca, y ahí me he enterado un poco de del la vida de este filósofo.
Huríes, es una palabra que me gusta. La vi, por primera vez, en un libro. El León de Damasco, de Emilio Salgari. Uno de esos libros que nunca se olvidan. Los sarracenos, cuando iban a morir, no tenían miedo. Les esperaban las danzarinas del paraíso. Eran las huríes. En sus brazos, ellos subían al cielo. Es una religión muy infantil, pero bueno, parece que los tíos no les importaba morir, pensando en esas hermosas danzantes que llevan sus almas al paraíso.
Bien es verdad que aunque estoy rodeado de libros, la mayoría de ellos son también unos cansinos. El Galdós ya me parece un poco pesado, porque está bien que me escribas un libro sobre una cosa, pero siete sobre lo mismo, ya te vale.
Al que tengo ganas de volver a echarle mano es a Dostoyevski.
Allen Ginsberg me parece un autor de esos que parece que te está dando una navaja de afeitar para que te cortes las venas, un tarantino de la narrativa. Si quiere suicidarse, que no escriba usted libros.
Peter Berling y los hijos del grial, ay, joder, que se me resiste, que lo veo un poco fatuo.
Baltasar Gracián, ni conocerlo, y vi el otro día que tiene una prosa elegante, fina, exquisita.
Luego hay otros que paso directamente de leerlos. “Aprendiendo a caer”, un señor que tiene una enfermedad degenerativa y se convierte a la new age, pero no sé qué quiere decir en el libro, porque no le veo ni pies ni cabeza, salvo que quiere mucho a su mujer y a sus hijos y a los amigos y amigas de una iglesia de esas norteamericanas.
Madre mía, qué vergüenza, levanto la vista de la pantalla y veo libros por todos lados. Todos esparcidos y en movimiento, como si hicieran una carrera para colocarse en primera fila de lectura.