Me interesa curarme

Jamás me interesé por el cáncer y tampoco por el FHM. Es algo que existe, que se extiende cada día más, pero que no piensas que vaya contigo y no le dejas entrar en tu horizonte personal de percepción. Eres deportista, eres activo, jamás vas al médico, no tienes por tanto razones para pensar en el cáncer y en el FHM.

Un médico alemán, Hamer, asociaba el sufrimiento terrible que una persona puede notar en sus sentimientos y emociones con el desencadenante del cáncer. No lo sé. Sinceramente no sé el origen, si es externo o medioambiental de sustancias cancerígenas, si influye el factor emocional, si es la alimentación, si es una predisposición genética o si es una suma variable de todo un poco. No lo sé.

Pero sé lo que he podido ver. Mi pequeña experiencia desde inicios de verano 2014 hasta la actualidad, suficiente, ya estoy ahíto, lleno de experiencia.

En el 2014 me di un golpe involuntario contra la pared de un pasillo, ay, qué sensación tan extraña. Un mes o mes y medio más tarde, bultito que crece y llega al tamaño del huevo de una paloma, ni duro ni blando, se estabiliza, pregunta inevitable ¿qué es esto que me ha salido? El médico me dice que puede ser un bulto de grasa, que vaya al especialista y que seguramente se arregla con una jeringuilla; se extrae el líquido de dentro.

El traumatólogo ve el bulto de tamaño huevo paloma, “esto lo vamos a extirpar de inmediato”, vale, en unos días quirófano preparado, y en el mismo día, entras, pasas un rato con anestesia local. Sales en el mismo día del hospital, esa noche estás en casa.

La convalecencia, un poquito de dolor pero bien, normal. Los días siguientes, bien de bien. Todo apunta que el problema ha terminado. Llegan las pruebas citológicas del material extraído, ¿qué? ¿fibrohistiocitoma maligno?

Vas al traumatólogo, encarga resonancia magnética con contraste y TAC con contraste. Ambos arrojan resultado favorable, no quedan trazas de FHM en el brazo y no existe metástasis en zonas habituales donde metastatiza.

El traumatólogo termina su trabajo, “pásese usted al oncólogo”.

El oncólogo dice que el FHM es muy agresivo, por dicha razón prescribe seis sesiones de quimio y de radio.

No acepto la prescripción y mi convalecencia continúa con éxito, me quitan los puntos, la herida ha cerrado muy bien, continúa con una perfecta cicatrización en los meses siguientes. De marzo a diciembre 2015, puedo dejar aparcados los manuales de oncología y los manuales de medicina natural en los cuales me he gastado un dineral para conocer y comprender qué puñetas es esto del FHM.

A principios del 2016, de nuevo aparece el tumor, de nuevo visito al traumatólogo, como el año anterior. Prepara intervención quirúrgica, pero en último extremo se echa atrás, me dice que le tengo muy preocupado porque, “claro, eso ya no es un bulto normal, es un FHM, claro, fíjese usted, con recidiva, voy a mirar de enviarle a usted a un centro de referencia”.

En resumen, tengo una batalla pacífica con el FHM. Existen poquísimos ensayos clínicos, es una enfermedad rara y, aunque mis amigos oncólogos escriben muchos libros, tienen pocos conejillos de indias en los cuales experimentar. Es extraño.

La brecha es tan grande, en materia de cáncer, entre el médico y el enfermo, que parece insalvable. Incluso con buena voluntad, quieren decir algo pero no pueden ofrecer seguridad. Doctor, ¿me curaré si sigo tantas y tantas sesiones de esto y de aquello? “No sabemos, puede que sean las propias sesiones las que usted no pueda resistir”.

La cirugía ha demostrado su vulnerabilidad en que el propio proceso quirúrgico colabora a la recidiva.

Mi visión personal es que esto del cáncer y su curación oficial es una total locura. Es terrible ver a esos usuarios de quimioterapia o esos otros usuarios de radioterapia que no salen por la puerta de entrada sino por la morgue. Muchos no consiguen superar las sesiones tan agresivas. Me parece una muerte horrible, robando la vida poco a poco.

He podido ver que el protocolo es sota, caballo y rey. Es decir, cirugía con resección amplia y en último extremo amputación, más radioterapia, más quimioterapia, las dos últimas en un antes o en un después. Invariablemente siempre así.

Los traumatólogos no quieren pillarse los dedos, frente a una neoplasia rápidamente derivan a oncología para que determine o, en caso de actuar en equipo, la primacía o prelatura la llevan los oncólogos por el prevenir que la degeneración o agresividad del cáncer no vaya a más.

En mi caso, he invertido cuatro meses en escuchar y seguir el dictado médico. Ha sido inútil, no han hecho nada. A mí, una resonancia magnética o una biopsia no me devuelven la salud.

No me parece un tema agradable para dedicarle tiempo y, de hacerlo, no me gusta darle fantasías sino ir directamente a lo práctico y pasar la página cuanto antes.

En realidad, para mí, el problema no es si los protocolos utilizados por la oncología son buenos o malos. A mí, todo eso no me interesa. En mi caso, lo que me interesa es curarme, ésta es mi prioridad. Para mí, las preguntas básicas son si hoy estoy mejor que ayer. Y sí, hoy estoy lo mejor que puedo estar.