Una radiografía de evolución

La vida humana no era fácil en tiempos prehistóricos, tampoco lo era en tiempos de romanos y cartagineses, menos quizás en la Edad Media.

Y ahora, que tenemos tanto de todo, que somos blancos en un mundo de blancos, que vivimos en democracias avanzadas, que sabemos leer y escribir y contar, ahora no son tiempos mucho mejores.

Los tiempos que nos ha tocado vivir no son mejores a los tiempos anteriores, en el sentido que en todos ellos ha existido un exceso de violencia, de desigualdad, de abusos e injusticias. Al punto que parece que esa falta de pacifismo, estuviera escrita en la propia naturaleza humana, los mil y un caminos que puede tomar la inteligencia.

Acaso el mundo actual se diferencia de los otros mundos vividos anteriormente, en que en el mundo de hoy parecen reunirse todos los mundos.

Suena a experimento biológico, de letras muy mayúsculas, podemos casi decir que inaceptables en el porqué de la existencia de tanta violencia, dolor y sufrimiento.

Quedaron muy atrás los tiempos donde muchas comunidades humanas se llamaban libres. Hace apenas unos siglos, era la presión de 70 millones. Hoy, esta cantidad se ha multiplicado por 100.

El bienestar y los excedentes materiales fabrican superpoblación, no solamente en términos globales de repartirnos por toda la esfera terrestre, sino de forma más directa, repartiéndonos el espacio en megalópolis.

Nunca la Humanidad fue tan numerosa. Nunca fue capaz de dar este poderoso salto, en menos de cinco siglos. En la teoría, suena a libertad y a progreso que las gentes puedan procrear.

En este paisaje humano, tan de aquellas maneras, es fácil que el niño que soñaba con ser marinero acabe de chico de los recados en un gran centro comercial y que todos los sueños acaben con un buen peinado a cepillo que nos pone a todos en nuestro lugar.

Sin grandes guerras, sin meteoritos ni amenazas de juicio final, nuestro mundo humano está asentado sobre el dominio de la conveniencia, en todo el transcurso de nuestra biografía histórica.

Si somos de una tribu, si pertenecemos a un pueblo, si formamos parte de un clan, es posible que lleguemos a viejos, con ese necesario respeto y reconocimiento que toda persona merece. Pero ya no quedan tribus, ni linajes, ni clanes ni tampoco pueblos. Somos la aldea global, más de 7000 millones de criaturas humanas, buscándonos la vida por unas cuantas docenas de nacionalidades.

De repente, van pasando cosas que nos dejan perplejos, alguien se declara en bancarrota y bailan hasta los monos. Y alguien se pregunta cómo es posible que los magnates de los felices años 80 y 90, son los mismos o parecidos a los que son llevados a juicio por sucesos que ocurrieron 20 años atrás.

Una corrupción generalizada que solamente se pone al descubierto por una quiebra en Nueva York. No se salva ni el gato de la casa, todos están salpicados. Qué casualidad que ha tenido que ser una crisis económica quien nos recuerda nuestros manejos y nuestro enriquecimiento. Un enriquecimiento legal pero ilícito.

Esta desestructuración no ha sido solamente en las altas instancias. Se ha vivido por todos, desde los reyes a quienes piden limosna, todos han tenido una ración de crisis.

La lección ha sido mayúscula. Todo es posible con dinero y éste todo lo justifica y legitima. Y, a pesar de estas gravísimas circunstancias, corren las páginas humanas y somos capaces de encontrarnos con esta vuelta a la normalidad.

Ya no podemos ampararnos en el primitivismo o en la ignorancia. Tenemos conciencia de lo que estamos haciendo, pero si queremos comer no nos importa perder la conciencia.

En fin, a fuerza de crisis económicas, depresiones y algún que otro susto, vamos aprendiendo a sobrevivir en un mundo difícil, complejo, al que es necesario echarle arrestos para saber también llevar esos malos momentos.