Después de cada batalla

Muchas de las cosas que he vivido, me gustaría haberlas leído, por los libros, saber con esto que una vez existió la Inquisición, o que otra vez se hacían sacrificios humanos a los dioses como si aquello fuera un signo de humanidad.

He visto que la naturaleza de cada Hombre o Mujer, depende de sí mismo y de su natural forma de ser, no dependiendo del siglo, la época, la cultura, el color de la piel o el idioma. Ni si es rico o pobre, culto o inculto, con profesión manual o profesión intelectual, soltero o casado.

Es la naturaleza de cada persona la que rige su corazón y su cabeza. Somos por nosotros mismos. O más exacto, somos por lo que dicen nuestros hechos que somos. Por la verdad de nuestros hechos de vida.

He visto a personas de muchas clases y formas muy distintas de pensar. Malos y buenos, tontos e inteligentes, admirables y otros en quienes no hay nada que admirar y muy poco en lo que detenerse a respetar.

Igual que le sucede a todas las personas que se ha vivido una guerra, o que se han vivido un tiempo extenso de destrucción y de muerte, yo uno al sentido de la vida el de la destrucción, sé que ambos están aquí, envueltos en el día a día de la vida humana. Entremezclados.

Cosas que he vivido, me hubiera gustado leerlas, sin vivirlas, pero bien está. Imagino que hay que tener una visión completa de la vida, que no una visión sesgada, parcial, darnos cuenta que no todo es tan bucólico y pastoril.

Yo nunca he creído en los cuentos de hadas, pero la verdad, las bajezas humanas que yo he visto, si no las vivo no me las creo. Me las cuentan y digo: no, hombre calla, eso no sucede más que en las películas o los libros. Pero cuando estás dentro, se te suben los huevos así que parece que se te anudan alrededor del cuello, y la angustia es tal que no te deja respirar y es entonces que te preguntas: Dios mío, ¿cómo es posible que el mundo hediondo de la maldad conviva con el mundo natural y limpio de la verdad? Y no lo comprendes, pero está ahí, en el día a día, entremezclado.

Tienes que conocer a cada persona para saber lo que cada persona da de sí misma, pero hay personas que es mejor no conocerlas; no vale la pena.

Yo pienso que a nadie le gusta vivir sucesos desagradables, que nos ponen a prueba, de cuya prueba no sabes si saldrás vivo o saldrás muerto o saldrás con las tripas trenzadas en las orejas, a modo de turbante. ¿Te vienen? Vale, pues entonces, a santiguarse, a prepararse para la batalla, que sea rápida, leve, con pocas bajas y las heridas de menor consideración y, sobre todo que, cuando termine definitivamente y para siempre, haya terminado.

Y en algún momento ves que la guerra termina, van apagándose las brasas de los poblados incendiados, las gargantas ya dejan de llorar, la vida regresa a una normalidad como si nunca hubiera existido el caos. Los campos vuelven a crecer, los pájaros vuelven a cantar, la vida vuelve a sonreír y el sol se levanta cada mañana, y la luna sigue, en su puesto de fiel vigía, noche tras noche.