Las piedras
Por las eternas piedras de la geología, la piqueta del científico, las botas de alta montaña y peón caminero, los kilómetros de nuevos descubrimientos.
Por estas piedras, cantaré salmos, alabanzas y plegarias, sin importarme si Dios me escucha.
Por esas mismas piedras que, con encendido movimiento de magma, parecen estar quietas, inmóviles en su majestad geológica. Arriba, cerca del cielo, rozando las nubes, la piedra se hizo montaña, cumbre, coronada cima, vértebras y cordilleras por un esqueleto de piedra.
Piedras de campo y piedras de ciudad. Nadie escribe en las secas y ardientes piedras del campo desde los tiempos de Trajano.
En la desnuda piedra rural, asoma un pintarrajo de amor, con la pequeña victoria de un carmín anónimo, sin trenzas y sin nombres, escrito en la lisa corteza de la piedra.
Solamente el campo de los pueblos mal iluminados deja que los enamorados escriban su amor en piedra, el nombre inmortalizado de su amante, la pizarra que conservará la tiza de sus recuerdos.
De la libertad de cosas de poco valor, ignoradas en la inmensidad de los campos, a la piedra aristocrática, de postín, la cotizada piedra labrada, ciudadana y protegida por un ayuntamiento, el graffiti del malhechor y el sinvergüenza que atenta contra el patrimonio, la piedra, la misma piedra granítica de los campos del noroeste, la misma piedra arenisca, pura piedra o convertida en montaña.
Por estas piedras, cuarcitas y pedazos de sílex, escribo lo que escribo, piedras de las ruinas de un tiempo recobrado y perdido, guijarros y montañas de una invisible tectónica, fabricante de una vida que no cesa.
Llegaron casi al mismo tiempo, las piedras y la vida.