El cajón del olvido
Tengo literatura y música, en el cajón abierto y siempre accesible del olvido, de las cosas pendientes, inacabadas, que piden ponerse al día y que nunca encuentran su momento de hacerlo.
De esas cosas que siempre encuentran una buena excusa para hacerse mañana.
De esas mismas cosas que aprietan como una china en el zapato, recordando la necesidad profunda de llevarlo a la práctica, de sacarlo del cajón del olvido y de los proyectos pendientes.
Las músicas y las literaturas que no quieren olvidarse, a pesar de habitar en el cajón del olvido y de las cosas inacabadas.
El mundo de la música y el de la literatura son, para mí, dos mundos diferentes aunque están interconectados, pero su lenguaje es muy distinto.
La música es, para mí, algo directo, algo que se vivencia en cada nuevo ensayo. La melodía que puedes haber tocado diez mil veces, en cada nueva interpretación toma un nuevo sentido.
Por ejemplo, en la música pulsando unas cuerdas de nylon, en una guitarra. Es el lenguaje propio y exclusivo del instrumento, en todos sus matices.
Cuando ese directo se convierte en una pequeña orquesta, en la que participa la percusión, nuevos sonidos, la voz, se transforma en un nuevo lenguaje que no existe en la naturaleza, que es un producto genuinamente humano, el dónde y cuándo y cómo entra cada pieza del conjunto vocal e instrumental de una canción.
Podemos decir que solamente se está ensayando e interpretando música, pero podemos también hablar de investigar en la música.
En apariencia suena ridículo, pero no es así, porque adentrándonos en por ejemplo conocer un instrumento, cuanto más adentro viajamos, nuevos matices y horizontes vamos encontrando en algo tan simple como un trozo de madera, una caja de resonancia y seis cuerdas de nylon.
Mi tema musical, llevado a la transformación de un producto, creo que se convierte en algo que busca la sencillez, la naturalidad.
Ninguna de mis canciones busca ser un hito en nada, ni tampoco en arrasar en nada. Excluyendo incluso al músico, creo que el encanto queda en que son letras de siempre, letras que un día sonaron en algún momento pero siempre sin una música. El argumento es muy simple.
Aspirantes, algunos hermosos poemas de Gabriela Mistral, Concha Espino, Rubén Darío, incluso del lejano Góngora, pueden prestarse para el momento. Todos ellos creo que tienen la hondura de decir algo sin necesidad incluso de la música.
Por ejemplo, yo le tengo un cariño tremendo a la canción del pirata, de José de Espronceda. O igual le tengo un gran cariño al poema de Concha Espino que dice la señora cosas tan flamantes como estos primeros versos:
Entre la noche que está dormida
y el mar dormido que sueña y lucha
tengo enhebrada mi ardiente vida,
alma que alerta, ronda y escucha.
Me parecen palabras rotundas, de una sencillez vital absoluta. La música y ritmo que yo ponga, no hace estos versos más completos, pero a mí sí me completa el hacerlo.
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