Escapes del mundanal ruido

¿Dónde han sido mis refugios?

Un ático, un buen refugio, un estar a lo lejos de todo, y tan cerca del cielo como tocar la luna desde la terraza. Era en Salamanca.

Una peña, una gran peña, de unos 200 metros de altura, surgida, como una mole de piedra, de la nada. Todo campo alrededor, pero ahí, una peña surgida en el campo, una mole de piedra, de granito. En el pueblo de La Peña, provincia de Salamanca.

Una peña con escaleras del tiempo, quizás miles de años, tiempos que los vacceos (celtas) habitaban aquellas tierras y esa peña era, para ellos, como un motivo mágico, de culto, un ¡oh qué peña! ¡subámonos en ella para hacer hogueras y bailar!

Si me pillo ahora un mapa, y hago así como un círculo, un radio de 100 kilómetros, tengo como cien, doscientos refugios, en lugares preciosos de Salamanca y Zamora, adonde iba a perderme, a estar en lugares que me ponían las pilas, me cargaban, me hacían sentirme vivo. Las Arribes del Duero. El Río Duero, haciendo de frontera entre Portugal y España. El río Tormes, haciendo de frontera entre dos provincias, Salamanca y Zamora.

El hecho de organizar rutas por allí o escribir de rutas o pasarme por allí los fines de semana, era la excusa práctica. Pero en el fondo quería estar adonde habían estado aquellas gentes de hacía la tira de años, en sus santuarios rupestres, de piedra, tocando los mismos guijarros que ellos habían tocado, sintiendo esa misma historia viva, viva entonces y viva miles de años después.

Sentir la bravura de un río encañonado, los paisajes agrestes, inaccesibles, ver sobrevolar el buitre leonado, pegarse unos paseos (y alguna aventura) en piragua, atravesando presas (más bien un poco peligrosas como me demostró una movida que tuvimos y que casi nos cuesta el cuerpo y la vida).

Refugios, uf, cuántos refugios que he tenido, adonde iba a refugiarme de eso, del mundanal ruido.