Madre

Hoy, a diez años de su partida, escribo esta carta como aquéllas que escribía a los reyes magos siendo un niño. Alguien siempre las leías en esta orilla del río de la vida y, en la otra, seguramente la magia sonreía. Pues, con la misma ilusión de despertar una sonrisa allá en el cielo, y aunque no sea navidad, aquí van unas letras para la gran mujer que me dio la vida.

Querida madre:

Cada estación del año ofrece, según su sazón, sus diferentes regalos según el ser humano transcurre por ellas. Y en cada una el hombre aprende de los instantes irrepetibles que, en aparente equilibrio cíclico, viajan con periodicidad constante a través del tiempo.

Al igual que ellos, las estaciones, las vidas humanas nos ofrecemos, unas a otras, según llevamos dentro.

El triste, al extender su tenderete en el bazar de la vida, ofrecerá tristezas.

El desalmado y el conquistador, seguramente barbarie, batalla y campos de sangre.

El carpintero, el trabajo con sus manos sobre la madera.

El carnicero, su labor con el cuchillo y el hacha al separar vísceras y tendones.

Así, según tenemos, vamos en la vida dando.

Cada uno según sus manos, su intención y su inteligencia. Según también su oficio y sus destrezas.

Por eso, un día como hoy, di en preguntarme cuál sería el mejor regalo que las manos de tu hijo pudieran fabricar para conmemorar tu paso por la vida, para agradecerte por tanta entrega sincera que derramaste sobre mí. Con gratitud y añoranza, pergeñé estas letras y estos proverbios y esta sentencia breve en prueba y demostración de amor, afecto y amistad de un hijo hacia su madre.

Y, así como en las ceremonias de entrega de regalos - cuando celebrábamos tu cumpleaños -, que todo resultaba sencillo, sin redoble de tambores ni tanchans de platillos, así en esa misma sencillez, estas palabras quedarán colmadas con tu sonrisa. 

Tu hijo que te sigue amando, Domingo.
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