Mudando la piel

Muchas gracias, compañeros y amigos de ANDADE, por esta nueva oportunidad de compartir mi experiencia personal con los lectores, que continúa los dos textos editados en los números 77 y 78 de esta revista.

Qué quiero compartir con todos vosotros en estas líneas. No tiene sentido que os hable de las dudas, los cansancios, las penas o las preguntas transitorias que desaparecen sin traspasar la piel. Para los pesimismos y los pesimistas, ya hemos agotado nuestra capacidad de lectura.

Sí al optimismo, pero seamos realistas. O te mueves o no avanzas, de ti depende. Lo dice un ejemplo más, mi propia vivencia. A través de ella, os quiero expresar que la vida no termina al perder una extremidad. Es por esto que existe vida y que existen caminos abiertos, después del trauma de sobrevivir a un cáncer agresivo y ser amputado de un brazo. 

Vale la pena luchar y no venirse abajo, sin sentirse un mueble que nada más espera a morirse. Vale la pena caerse y levantarse las veces que hagan falta, así contado por propia experiencia, de servidor y contribuyente a la esperanza, vívida y próxima, para todas las personas que sufren o sufrirán la pérdida de un brazo.

Es por esto que puedo compartir con los lectores que la vida nace de nuevo, toma intensidad y se amplía en la experiencia diaria. Somos mucho más que el retrete de una desgracia, por muy higiénico que pueda ser el papel que limpia nuestra mente.

Ganar estos nuevos espacios es dejar atrás la debilidad o la tristeza de padecer aquello que hemos perdido, reconociéndonos en la alegría de quien va naciendo, sorprendiéndonos con la autosuperación de todo lo que vamos consiguiendo en nuestro trayecto vital, posiblemente con metas y objetivos impensables inmediatamente después de haber sufrido la amputación.

Perder un brazo nos plantea nuevos desafíos, gran parte de los cuales podremos vencer. Sin embargo, no podemos engañarnos con esperar el apoyo externo, que seguramente llegará, pero de forma complementaria a nuestro propio esfuerzo.

Las soluciones y respuestas están principalmente en nosotros mismos. Es verdad que esta nueva situación nos hace más vulnerables y más expuestos a la ayuda de otras personas, pero el instinto de reaprender a vivir esta nueva vida depende principalmente de nuestra actitud, de nuestras fuerzas y de cómo enfocamos este nuevo diálogo con nuestra propia persona.

En este nuevo diálogo con mi cuerpo e incluso con mi sentido y capacidades como ser humano, solamente puedo mostrarme con la humilde practicidad de no sentirme una referencia para otras personas amputadas, sencillamente porque principalmente busco ser un ejemplo para mí mismo, una actividad que prácticamente me lleva las 24 horas del día, continuando la tarea vital sin desmayo y sin arrogancias. 

He tomado el camino que menos modélico resulta a efectos sociales, llevando hasta donde marcan mis límites el hágaselo usted mismo y solamente pida ayuda cuando sienta verdadera necesidad y no queden otras opciones vitales. No quiero prótesis ni tengo problemas con mi ética o con mi estética, de tal forma que no busco mi compasión ni tampoco la de nadie. Como antes, con mis dos brazos sigo siendo igual y diferente a todo ser humano. Lo que he perdido por lo que he ganado.

Nueve meses de vivencia

Ha transcurrido un parto de meses desde que salí por la puerta grande del hospital. Y sinceramente, me temblaban las piernas de miedo de volver a encontrarme en este mundo tan grande. 

Reaprendí a caminar y a devolverme normalidad al ritmo sanguíneo. La retención de líquidos y andar como el Pato Donald ya pertenece al pasado. Después me reencontré con el amor y la convivencia, que me pusieron las pilas y me dieron la motivación que necesitaba. Y en el paso siguiente, me dirigí a un pueblo manchego para poner al día mis raíces y una casa vacía y abandonada.

El resumen vivencial de estos nueve meses me ofrece una realidad ilusionante y un presente esperanzador que no echa nada en falta y en el cual me siento un hombre completo, plenamente capaz para dar y recibir. 

En este mismo resumen, muchos kilómetros por el campo y muchas horas y días haciendo flexiones en tareas inicialmente imposibles, subiéndome a sillas y escaleras para pasar el estropajo, la rasqueta metálica, la brocha de pintura blanca, el pincel de color cuero para las puertas, el cemento lecheado para los suelos del patio. Feliz y plenamente cansado, al llegar la noche, haciendo posible aquello que parecía inalcanzable.

Tengo muy claro que no habría conseguido todos estos avances en solitario. Pero he contado con una gran mujer que ha sabido mirarme como a un hombre completo, que me ama así como soy y que me deja hacer las cosas por mí mismo, salvo que la estricta necesidad pida que me echen una mano.

Está muy bien meterse a pintor de brocha gorda, albañil, electricista, fontanero, pero quién lava tu mano desnuda de pegotes de pintura al terminar el día, quién comparte tu misma mesa, quién canta romances y coplas contigo. 

Sin esta mujer con quien espero llegar a viejo, rotundamente no estaría consiguiendo estos progresos ni tampoco el día a día habría logrado emocionarme. Pero vivo en la sintaxis realista del amor y las dificultades me resultan más pequeñas que la fuerza inquebrantable de mi corazón, hasta el último latido. 

Si es necesario reinventarme y crear una nueva piel y un nuevo rostro, ya estoy metido en faena. Cada día nuevo viene con una nueva cima, una nueva oportunidad desde la que puedo divisar horizontes inéditos que muestran mi vida como algo que está comenzando, en vez de verla como las comas y el punto final de un libro. 

Copiando la lírica de esta voz que me habita y ama el flamenco, termino estas palabras con el palpitar de una caja de resonancia y la magia del compás, invitándonos a ser duros como las piedras, valientes y libres como el fuego y el viento, hijos de esa misma y desnuda piedra rural en la que “asoma un pintarrajo de amor, con la pequeña victoria de un carmín anónimo, sin trenzas y sin nombres, escrito en la lisa corteza de la piedra”,

Sensibles y adaptables como el agua, duros como las piedras, esa misma y viva piedra del campo de los pueblos poco iluminados que “deja que los enamorados escriban su amor en piedra, el nombre inmortalizado de su amante, la pizarra que conservará la tiza de sus recuerdos”. 

Sin duda, es mejor equivocarme que permanecer en silencio y es mejor fracasar que morir sin intentarlo. Quizás no somos héroes pero seguimos amando nuestras heroicas existencias.