Navidad

Siempre me han gustado las navidades, desde niño.

Siempre he recibido estas fiestas con muchísima ilusión, encantado por cada uno de los ricos instantes que forman parte de estos encuentros de navidad, nochevieja y año nuevo y reyes magos. Y como dice el refrán: ¡hasta san Antón, pascuas son! Siento una gran afinidad con la navidad y todo lo que la navidad representa.

Mi primer domicilio estable comenzó a los siete años.

Fueron tres años de estar en un mismo lugar, sintiendo esto como un hogar, un hogar definitivo.

El pueblo que fue mi primer domicilio estable era una maravilla entonces. Y por las informaciones que ahora puedo recoger, es hoy una de las bellezas de la isla de Mallorca, lugar de residencia de ricos y famosos como Michel Schumacher.

A unos 15 kilómetros de Palma de Mallorca, en el pueblo de Esporlas, conservo mis primeros grandes recuerdos de la navidad vivida en el hogar. Antes de esto, sí había tenido grandes momentos, pero un poco con el vamos de aquí para allá, como una familia de titiriteros. No sabemos dónde pasaremos la navidad porque no paramos de viajar.

En Esporlas, mis padres y yo hicimos el primer hogar. Y se vivía bien, muy bien. Por ser hijo único y no tener hermanos que me cuidaran o a quien yo cuidar, mi madre me llevaba siempre con ella, a sus lugares de trabajo. Me decía que estuviera en un determinado lugar y me portara bien y yo me pasaba las horas, la mar de entretenido, conociendo maravillosas cosas nuevas que fueron ensanchando mi alma infantil y dando alas a mis sueños. Fueron numerosos ratos y extraordinarios, muchos de ellos, de vivo encuentro con la vida.

Ahora que lo pienso, creo que he tenido la gran suerte de ser de una familia de emigrantes. Gracias a esto, he podido conocer muchas circunstancias distintas. Cuando tengo apenas 10 años, he vivido la vida de 20 niños diferentes y tengo, en mí, un hermoso bagaje humano y cultural.

He vivido en patios de vecinos, en reducidos espacios, con otros niños. He vivido el clima de las grandes familias, ruidosas, que formamos grandes fiestas los domingos. He vivido masías o payesías de campo, con todo su vivo color natural. He vivido en casas de ricos, de pobres, de intelectuales, de industriales del turrón, de inglesas, de coroneles retirados del ejército. Esas casas han sido un poco mis segundas casas porque, en ellas, las tres o cuatro o cinco horas que mi madre había de limpiar, yo era el señor de la casa y todo era para mí.

En mi mente de niño, todo era nuevo, los jardines de los ricos, los belenes de los ricos, las bibliotecas de los ricos. Pero yo no los veía a ellos como ricos y a mi madre y a mí como pobres, sino que veía ese otro mundo con curiosidad, con amistad. Aceptaba incluso las pruebas de cordialidad que todas aquellas personas sentían hacia mí. Sé también que mi madre me llevaba un poco como su pequeño talismán.

Y es verdad, yo daba suerte a mi madre. Era un niño afortunado, feliz, daba suerte a mi madre. Y, para ella, trabajar resultaba mucho más agradable. Compartíamos un poco las ganancias, porque allí donde mi madre iba, en todas partes hablaban muy bien de ella y también de su pequeño y educado hijo. Y por supuesto, yo me ponía muy ancho de poder ayudar de esta forma a mi familia.

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Yo tenía seis años y mi padre trabajaba (como obrero) en Prebetong, una empresa mallorquina de hormigón. La empresa prebetong tenía por costumbre entregar a todos los hijos de los operarios, unos regalos por navidad.

Para la ocasión, tres empleados se disfrazaban de reyes magos y, sobre una tarima, entregaban regalos a los niños.

Aquel día de entrega de regalos yo iba de punta en blanco y con una cara de ángel que no podía con ella. Escuché mi nombre, subí al estrado y fui fotografiado, al tiempo que el rey Baltasar me entregaba un enorme paquete que después serían dos camiones y un gran zoológico de animales.

Me sentí un joven príncipe y comprendo la alegría de los niños al recibir sus regalos.

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Viví en Mallorca, de los tres a los diez años. Las navidades que recuerdo con mayor cariño son las que viví, en la gran casa contigua a un horno de pan, en Esporlas. Sobre una gran mesa, mi madre y yo, montábamos extensos belenes, en los que las figuritas iban cambiando de lugar según pasaban los días de las fiestas.

Fue también en Esporlas donde pude apreciar, por primera vez, toda la belleza de un hermosísimo belén que me cautivó. Fue en la casa del notario, en la que mi madre trabajaba. Sus jardines estaban decorados con duendes o enanitos vestidos de navidad y, en el interior de la casa, toda una habitación era ocupada por un belén con figuras de unos 20 centímetros de alto. Me impactó aquel belén.

Su belleza fue inolvidable. Era todo perfecto y podías quedarte a contemplar los detalles y todo te indicaba alguna enseñanza o te despertaba alguna emoción.

La casa de aquel señor fue, para mí, como un aficionarme a todas las cosas de la vida que no son necesarias pero que entregan una gran belleza a la delicia de vivir, como es el tener hermosos jardines o como es el tener la habilidad de construir hermosos belenes, en tiempos de navidad.
  
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¿Qué es La Navidad para mí?

Cada persona tiene una percepción diferente y es por esto que pienso que mi realidad no tiene que ser coincidente con la de otras personas. Yo soy, por cultura, una persona que he nacido y me he educado en la religión cristiana. Para mí, las dos identidades de estas fiestas, la familia y la religión, van asociadas, van unidas. Por tanto, es un tiempo donde celebro los valores familiares y los valores cristianos que tienen que ver con la llegada al mundo de un nuevo niño, que sería Jesús de Nazareth.

No soy una persona religiosa y mucho menos soy una persona defensora de tópicos y típicos, pero considero entrañable una fiesta que se dedica a los valores que moviliza la navidad, en su sentido más esencial y genuino, quitándole todo el factor de consumismo y de fiestorro que viene unido en la actualidad con estas fiestas. Creo que tiene mucho más valor el servir de lugar de encuentro y reunión entre personas que el valor de ponerse hasta las cejas, de comer y de beber y de gritar y de cantar.

La navidad es, para mí, todo lo que creo que representa la navidad para los niños. He crecido en lugares bulliciosos, donde he podido ver la alegría de estas fiestas. Las Ramblas de Palma de Mallorca eran un festín o un banquete para los sentidos, ver la iluminación navideña y ver las miles y miles y miles de figuritas que podían comprarse.

Más allá del espacio consumista, un belén es un elemento que arraiga, que construye hogar o familia. El belén que la abuela fue comprando y que sus nietos o bisnietos continúan incrementando y restaurando.

En el mismo sentido, puedo decir que muchas figuritas de belén son verdaderas obras de arte en miniatura.

Y realmente respeto toda la industria asociada a la navidad, toda aquella que, como en el caso de los belenes, además de ofrecer puestos de trabajo, son también una fábrica de fantasía e ilusión para niños y adultos.

Yo no he tenido hermanos, pero sí he vivido, en pequeña escala, la alegría e ilusión de estas fiestas, en estos pequeños detalles decorativos de un hogar, como lo es el montar un belén o poner unos cuantos adornos y cintas de colores en las paredes. Creo que las cosas son según la ilusión que pones a las mismas.

Mi madre era una mujer entusiasta, con iniciativa, que me enseñó todos estos valores. Y principalmente el valor de amar la navidad y, también con ella, todas las celebraciones y fiestas. En este sentido, mi madre cuidaba de los pequeños y grandes detalles. Y he aquí lo mejor, ponía alegría en cuanto hacía, transmitiendo también esta alegría a quienes estábamos a su alrededor.

Es por esto que las navidades se me hacían muy agradables, cuando las pasaba en pequeña familia, entre mis padres.

O sea, creo que soy amigo de la navidad, por tantos recuerdos vivientes.