Afirmaciones y creencias

Escribo sobre el ser humano y me doy cuenta que escribo sobre los temas en los cuales enfoco mi atención. La vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la paz y la violencia, la verdad y la mentira, la convivencia pacífica y los infiernos de convivencia. La vida en toda su riqueza y abundancia y la vida también desde sus menoscabos y amenazas.

Y escribir sobre estas cosas, también me hacen pensar en cómo es mi mundo personal, el mundo que existe dentro de mi cerebro, mi propio mundo de afirmaciones y creencias.

En este mundo personal, de afirmaciones y de creencias arraigadas dentro de mí, puedo ver una naturaleza o esencia que sirvió de materia base, de materia viva, sobre la que trabajar con aprendizaje, esfuerzo, vivencia, biografía y trayectoria. Y puedo ver este medio siglo de vida con la sombra y con la claridad diurna, todo a un mismo tiempo.

Es decir, puedo ver la sombra de la especie humana, esa sombra o ese claroscuro que refleja el exceso de sufrimiento, el exceso de oportunidades perdidas, el exceso de dolor y desesperanza, el exceso de todas esas cosas desagradables y malas que truncaron vidas, hasta los tiempos actuales, que seguirán seguramente truncando o derribando nuevas vidas, pero todo ese exceso no es un asunto que hoy consiga envenenar mi cerebro o provocarme burbujas en el volcán de la mente.

No me hace creer ni pensar en un mundo y en una Humanidad abocada al fracaso. Sí, está bien, es lamentable y penoso que tanta y tanta vida se vaya perdiendo por el camino, pero a pesar de esta importante salvedad, la vida es arrolladora, la fuerza de la vida es arrolladora, imparable. Nada ni nadie puede con ella. Quizás no vemos esto en el transcurso de una o de varias generaciones, pero la vida natural así nos lo está mostrando a diario.

¿Podemos imaginarnos que el Sol fuera propiedad de Iberdrola o de Gas Natural o de Repsol? ¿Podemos imaginar que, todos los días, una luz por el horizonte, nos dice que hoy, por falta de suministro eléctrico, el sol atardecerá antes?

La estupidez que sobreviene de un mal uso de la inteligencia es un fenómeno casi exclusivo de la especie humana. Y aún siendo prácticamente exclusivo de una sola especie, a pesar de su tremenda extensión y de su terrible impacto, asombra a sus propios protagonistas porque, de cualquiera de las formas que estudien hacerse dueños y amos de todo, no consiguen sus estúpidos propósitos. La vida es más inteligente, mucho más inteligente que todos ellos.

El observar y el vivir esa fuerza imparable de la vida, es quizás uno de los mejores aprendizajes que ha dejado consigo la experiencia de vivir hasta la actualidad, en esta biografía viva e inacabada. No puedo ni quiero presumir de años y de edad vivida, primero porque no considero tenerme toda la vida ya vivida y segundo porque invariablemente quiero y espero llegar a viejo.

En todo caso, aunque nunca se está verdaderamente preparado para la muerte, éste es también un hecho natural de la vida. Y digo con la muerte algo parecido a lo que digo con la vida, que la dramatizamos demasiado. La muerte ya es dramática por sí misma, pero nosotros, la especie humana, somos muy dados a infravalorar la vida y a menospreciar la vida, en especial cuando se trata de otras personas, al mismo tiempo que damos especial importancia a la muerte, que la tiene y yo no lo pongo en duda, pero nunca debe tener la importancia de quedarse por encima de la vida, porque en definitiva la vida y la continuación de la vida es también un éxito de esas personas que un día se fueron y que, con su vida, también construyeron e hicieron vida.

Nacer y morir van unidos en algún instante del tiempo. El nacer va también asociado al morir. Y es trágico ciertamente, pero hay formas más dulces de llevar esa cuestión.

Pongámonos en la piel de Miguel de Cervantes. Yo creo que de la rabia, el pobre hombre se moría, si regresara a la actualidad. De modo que en vida no consiguió el honor y el reconocimiento que esperaba y ahora le tenemos por un genio ilustre de las letras. De modo que entonces vienen unos caballeros ingleses, a su lecho de muerte, sienten que los españoles tratemos así a un gran hombre, en la miseria en sus últimos años o en sus últimos días. Y andando el tiempo, no dejamos de hablar de sus libros y de sus personajes. Y de que usara tan bien un idioma tan universal como es el nuestro. Y del pobre hombre no se sabe ni dónde fue enterrado. Y ahora varios lugares quieren disputarse el nacimiento de uno de sus personajes.

Creo que, cuando se ama de verdad a la vida, tampoco se le tiene un verdadero miedo a la muerte. Se le tiene respeto, pero la vida también nos acostumbra a aceptar los hechos inevitables. De la misma forma que somos conscientes que sumando años a nuestra vida, lógicamente vamos envejeciendo, también aceptamos la naturalidad de que la vida también posee un punto y final en su biografía vital.

La vida es infinitamente más poderosa que todo aquello que supuestamente hace desaparecer a la vida. Es como ver el invierno que deja sin vida a los campos, la nada de aquello que ha desaparecido. Pero qué vemos, en la primavera la vida vuelve a surgir en una eclosión ecológica de nueva vida, brotando de donde creíamos que solamente existía materia muerta.

En la vida de las personas, también nos sucede algo parecido. En algún momento, nos dimos por vencidos, por superados, sin fuerzas para continuar. Pero sucedió, no sabemos bien, la unión y reunión de esto y de aquello, y no solamente vencimos aquella situación sino que viajamos a nuevos conocimientos y saberes que nos hicieron la vida mucho más plena, más feliz, más real y también más auténtica.