Mi asombro ante la vida

Me quedo por unos minutos, saludablemente pensando en esta cosa tan maravillosa que somos las criaturas humanas, con toda la rica y biodiversa materia viva de experiencias, vivencias, situaciones y circunstancias que nos provocamos.

Vale, sí, hay muchas cosas a mejorar en esa experiencia, pero existen tantos y tan infinitos caminos que no hemos de dar nada por supuesto, por definitivo. En muchas ocasiones donde la vida parece poner en callejones sin salida, de repente cae un muro, una pared, adonde menos esperamos, abriendo una nueva vía de camino.

Las personas somos terriblemente complejas y contradictorias, cuando lo somos. Yo creo que es un poco la inclinación natural o naturaleza de cada cual, junto a la educación y experiencias que cada persona nos vamos viviendo.

En muchos sentidos, el cómo somos se ve, parcialmente, cuando ya somos niños, pero alcanza plenitud en nuestras edades adultas. Lo que pasa ciertamente que no nos mostramos con la misma claridad que podría hacerlo un niño de seis años.

Me asombra la vida. Es un asombro frente a lo maravilloso, espectacular, pero es también un asombro de cuidado, hombrecito, porque es como entrar en territorio de una sabana selvática, en mitad de la noche. Te puede comer cualquier fiera y, mientras caminas con tu humanidad maravillada, en mitad de la noche, alguien, unos ojos de fiera, te están viendo como filetes de carne.

Al mirar mi propia experiencia de vida, al mirar la experiencia de millones y millones de criaturas humanas, se me escapa un gesto de asombro, de asombro frente a lo desmesurado, lo que es desmesuradamente bueno de las circunstancias y del hábitat humano, al mismo tiempo de lo que es desmesuradamente malo de esas mismas circunstancias y de ese mismo hábitat. Es todo un desafío vital.

Es verdad que cada persona nos vivimos nuestra propia vida, nuestras propias circunstancias, únicas, irrepetibles.

Y es verdad que, en esas circunstancias personales, existe un fuerte grado de determinismo, tanto de determinismo externo, fruto de las circunstancias, como del determinismo que sobreviene de nuestras propias limitaciones internas.

Qué grado de libertad y qué grado de determinismo, en cada uno de nuestros actos de vida y en cada una de nuestras circunstancias, es un tema enormemente subjetivo, único para cada persona.

Si el tema es el de tener una vida plena, digamos que una vida lo más armónica posible entre la oportunidad o potencial de vida y lo que finalmente vivimos en la realidad, verdad es que además de la aleatoriedad o las casualidades y causalidades, influye también cómo nosotros mismos afrontamos la situación.

Y es realmente sorprendente lo que muchas veces nos está reservado en la vida, porque creemos igual que vivimos toda una secuencia lineal de vida que inicia con el nacimiento y termina con la muerte y, en realidad, en muchas vidas esto no es así. Existen sucesos digamos que tan trascendentes que significa uno o más cambios globales en nuestros sistemas de comportamiento e incluso en nuestra mentalidad o en cómo nos vemos y convivimos con el mundo.

Y es también sorprendente que no tienen propiamente porqué ser aprendizajes parejos con sucesos felices sino, en ocasiones, con sucesos infelices o atroces, tras los cuales, tras sus correspondientes crisis y catarsis, algo nuevo toma significado en nuestra forma de ser, en nuestro comportamiento.

Frente a esto, cuando avanzamos en ese aprendizaje personal, me quedo pensando que lo malo no es del todo malo, cuando podemos y sabemos reciclarlo en favor de otros progresos. Y es así que pruebas de vida, se convierten en nuevos espacios de vivencia personal, en nuevos horizontes y en nuevos paisajes que no existirían de no haber existido esas pruebas que pusieron a prueba nuestras propias convicciones o identidades o principios o valores.