En términos musicales

Entiendo la música como algo más amplio incluso que la propia música, casi como una filosofía, vivir con la música, vivir con tu propia música, aquella que te va saliendo del cuerpo, de ti mismo.

Si alguna vez, la música consiguió entrar en mi vida, creo que fue, a los 7 años, con una máquina de escribir. Y creo que fue, a partir de los 5 años, con libros y libros, principalmente libros de aventuras, libros juveniles, libros donde la vida es algo donde pasan cosas, suceden hechos fascinantes, mucho más que para poder escribir una novela. Me dejaba atrapar por lo que me contaban aquellos libros, las aventuras de marineros que embarcaban a lejanas tierras, la vida de intrépidos espadachines amigos de sus amigos, el valor de un portador de una carta que no sucumbe ante eso que se llama enemigos y que, con siete u ocho años, no sabes bien a qué o a quiénes se refiere.

Sin embargo, la música podemos decir que entra a mi vida en dos momentos posteriores. Uno, con once años. Me lleva mi padre a una armería que también vende guitarras. Van a comprarme una guitarra, porque ya tengo maestro, que es un señor que toca muy bien la guitarra, en un pequeño pueblo manchego de Ciudad Real.

Un señor de unos 70 años va a enseñarme lo que él sabe y le ha dicho a mi padre que sabrá si yo aprendo, por la forma que yo tenga de coger una guitarra. Y yo no he visto una guitarra en mi vida. Lo más parecido, una armónica, con la leyenda fados de Lisboa, que años antes me había regalado mi abuela, en Mallorca.

Bueno, parece que superé la prueba. Supe cómo se coge una guitarra. Y aquel señor, Antonio de La Sagrario, en su patio interior, rodeado de macetas, vegetación, lumbre, me enseñó unos primeros rudimentos de música tradicional, la de un hombre que ha vivido la guerra civil y enseña a un niño que acaba de llegar a un pueblo, cómo se escribe la música con números, en hexagramas, sobre un cuaderno. La media granaína, los campanilleros, la rondeña.

A los pocos meses, aquel aprendizaje se acabó. Creo que no fue por mal aprendizaje ni por mal maestro. Pero lo importante es que allí nació un diálogo con un trozo de madera y seis cuerdas de nylon y un puente y un qué se puede decir o contar o expresar con una guitarra.

Otro momento también de inicio de música, podemos decir que fue hacia los doce años, once o doce años. Hacía gimnasia, pero descubrí una forma más divertida de hacer gimnasia, a través de la música. Repetir secuencias de movimientos, movimientos con sentido. Y de aquellos primeros ratos en mi habitación, frente a un espejo, aprendí un montonazo de cosas; bueno, las vas aprendiendo años más tarde si sigues practicando esos ejercicios.

El caso es que la música entró a formar parte de un niño de once o doce años, un niño que entonces estaba gordito y que necesitaba unos meneos musculares para ponerse a tono. Además de perder peso, el chaval se aficionó al baile, pero era un chaval adolescente y como le sucedía en la escritura, también en la escenografía era un chaval autodidacta.

Y, así en resumen, la música fue entrando a mi vida, por una máquina de escribir, por unos libros, una guitarra, unos ratos de baile frente a un espejo, y después por salir a correr al campo, correr, correr, no sabes cuántos kilómetros, hasta que te canses, correr hasta que digas vale ya, voy a darme la vuelta porque tengo que seguir corriendo el camino de regreso.

Y comenzar a correr desde los trece o catorce años, creo que ha sido otra cosa que me ha enseñado también algo de música. Porque en algún sentido el respirar y la música guardan algo de relación. Y cuando corres por una cuesta arriba y miras a lo alto y dices ¡vaya tela! pues tienes dos caminos, si quieres ahogarte ve más rápido, o ve más lento, nadie te mete prisa, recupérate en plena marcha.

Ahora parece que todo el mundo queremos batir récords y esto también se ve en el género musical, donde ya no nos conformamos con la música medio tranquila de antes sino que ahora queremos más y más espectáculo, virtuosos que se dejan la piel en el escenario.

Incluso al trabajar la voz, queremos las cosas más grandes. Lo cual significa tener una salud de hierro.

La música es, por tanto, como buscarle sinónimos de salud, de bailo o practico tal cosa porque me da salud, me da vigor, me da equilibrio, me da ganas de vivir. Es un lenguaje universal y existen infinitas formas de concebir, entender, e interpretar la música.

Me siento inexperto de la música, me asombra a diario los matices de la música. Por ejemplo, ha sido hace apenas unos meses que, por primera vez, leo partituras de voz. Me parece maravilloso escribir música, en partituras. O me parece increíble llevar una orquesta dentro y sentirse capaz de llevarlo a palabras musicales.

En términos musicales, yo no tengo mundos tan profundos. La música que yo puedo hacer es una música espontánea, del momento.

Me gusta la autoexpresión corporal, veo una música en los movimientos. Las artes orientales que combinan baile y artes marciales, son una forma de hacer música, con el cuerpo, el viento, los elementos de nuestro alrededor. Es una forma de sentir la música.

Me gusta el poder de la narrativa, de la poesía. Veo una música en las palabras e incluso veo una música en la arquitectura de un libro.

Y por último, me gusta la imagen, la fotografía, la imagen en movimiento. Veo también música en los espacios visuales porque las imágenes igual que los cuadros u obras pictóricas, también tienen música.

Y si además de todas estas cosas típicamente humanas, añado que veo música en todo el espacio natural de la vida y de la muerte y de la evolución, es casi como decir que todo es música o todo lleva una música dentro.
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