Escribo en la medianoche

Escribir en la medianoche tiene esas sustanciales delicias de palabras, literaturas que viajan al ritmo de un teclado, a velocidad de quinientas cincuenta pulsaciones, de la mano de un hombre que, intentando desentrañar las melodías de la vida, se encontró con otros paisajes y otras formas.

Quise forjar un escritor a mis dieciséis años. Y hoy escribo correos electrónicos, informes, formularios, plantillas, y algún discurso y arenga. Al cabo, debe ser que, por propia elección, ésta es la vida que quise tener.

He luchado por ella –por mi propia vida-, posiblemente como un salvaje; buscando incansable la verdad, sin importarme en lo más mínimo si podría compartirla o no. En cualquier caso, encontrar la verdad era harto suficiente para justificar incluso la soledad, suponiendo que ése fuera el precio solicitado. Consideré que lo más inteligente, como dogma de fe a seguir inquebrantablemente, era encontrar la verdad y seguir sus huellas. Y hacerlo del modo más concienzudo posible, y con la mayor de las disciplinas: la de poner en el empeño tu propia ilusión y tu propia fuerza, el propio porvenir y futuro de existencia, la esperanza.

Consideré, igualmente, que en encontrando la verdad también hallaría lo que realmente deseaba mi corazón para sentirse vivo, tanta era mi desazón por encontrarme en mitad de mis campos baldíos y hombres y mujeres a medio gas, a medio morir agonizantes.

No hallé las respuestas fuera pero sí las encontré dentro.

Y, encontrándolas, no tuve nunca miedo de adónde dirigir mi brújula porque, en todo instante, sabía mi perfecta posición en un adónde y en un cuándo.

Escribir en la medianoche tiene estas ventajas. Puedes ser un escritor cuando, efectivamente, tienes una historia por contar.

El mundo mira, quizás, a aquellos que nos dedicamos al oficio de crear como seres de vidrio que habitamos otros mundos. Realmente no les falta razón.

Cada uno de nosotros, artistas, con independencia de nuestros credos, vivimos con el ansia de entregar al mundo nuestro espectáculo y recibir su aplauso.

El mismo aplauso por el que lloran los payasos del circo, el trapecista que juega su vida en el vacío, el campeón de fórmula 1 y el físico que descubre un importante proyecto para el avance de la humanidad.

El mismo aplauso que nos hace sentirnos eternos dentro de nuestra modesta, sencilla, simple, básica mortalidad de viajeros en el tiempo, con un tiempo limitado.
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