Diálogo entre un caballero y su escudero

ESCUDERO: ¿Cómo le fue mi señor?

CABALLERO: Mi escudero y amigo, mi buen Dominic, me fue aceptable. Y ahora, hace unos minutos, tuve una visita deliciosas, crema y nata, unas canciones de amor y de ronda.

ESCUDERO: Hizo usted el ensayo acostumbrado, de todos los días.

CABALLERO: Eso es. Con la diferencia que, en la plaza, no existía un solo murmullo, y me importaba poco que la nueva cuerda, la cuarta, decidiera rebelarse contra el buen sonido; y los vecinos, que están de día de campo, también ausentes. Es decir, la gocé, la música digo, mi buen escudero.

ESCUDERO: A usted le gusta cantar, mi señor.

CABALLERO: Es más que eso, y ya lo sabe, amigo mío. Es pasión, es fortaleza, son treinta años de trabajo continuado. No haces lo que haces por puro hacerlo. Es un camino personal. El de atreverte a hacer música, y a enriquecerse uno mismo con las propias audiciones.

ESCUDERO: Se siente usted formado.

CABALLERO: Nunca te sientes formado del todo. La música, y en concreto la música que parte de una voz personal, tiene tan infinitos matices que puedes dedicarte varias vidas a explorar esos caminos del alma, que una voz es capaz de expresar.

ESCUDERO: Tiene usted una voz prodigiosa.

CABALLERO: Dicen que es bonita. Yo solamente digo que nace de adentro, que la siento mía, en su poder y en su ternura, y que cuando vivo y experimento que se atreve con espacios del alma, de sentimientos, y es capaz de hacer arte, sí, me quito el sombrero, y miro lo que hago con respeto.

ESCUDERO: ¿Y cómo le fue, mi señor?

CABALLERO: Pues ahí andamos, mi escudero y amigo.

ESCUDERO: ¿Qué fue primero, mi señor, la oscuridad o la luz?

CABALLERO: La oscuridad.



ESCUDERO: Mi señor y amigo, esta mañana, al levantarme, me he preguntado por la realidad mágica de las cosas y, en ese sentido, he pensado cuánto de mágicas tienen nuestras vidas, y cómo y porqué. Y, en esos pensamientos, transcurriendo el día, y disfrutando con vos de unos huevos fritos con pan duro, en esos transcursos y acontecimientos, he vuelto a preguntarme si la magia, de verdad existe.

CABALLERO: Existe, mi buen Dominic. Existe. Existe en el plano infra cósmico que representan las células de nuestro cuerpo, y existe en el plano infinito de los grandes pensamientos e inteligencias, que solamente Dios es capaz de intuir.

ESCUDERO: Y así, pienso, mi señor, en el porqué de los momentos de infortunio.

CABALLERO: Porque tienen que estar, mi buen Dominic, porque son una parte de la escuela de formación de nuestras almas que viajan en el infinito de los tiempos, transportando vida, recreando la vida que recibimos desde la misma Fuente a la que hemos de regresar.

ESCUDERO: ¿Y de nosotros depende el cuánto tiempo de escuela, mi señor?

CABALLERO: De nosotros depende si estamos dos días, dos meses o dos años en la misma lección o en la misma asignatura, o comiendo pan duro. Según conocemos los signos e identidades del cuerpo y de nosotros mismos, y vamos perfilando nuestros deseos auténticos, así los caminos se nos abren o cierran, mi buen amigo.

ESCUDERO: Pues si es así, mi señor, no dejemos que el infortunio se acomode en nuestra casa. Combatámosle con todas nuestras fuerzas.

CABALLERO: Decís con razón, buen amigo. Pero yo os digo que los tiempos de tribulación ya han llegado a su fin.

ESCUDERO: Mi señor, es que veo que nuestro contrato ya dio por finalizado, miro nuestra bolsa de capital y me pongo a temblar, y los huesos se me desparraman y, al intentar conciliar el sueño por las noches, sueño que trabajo en muchas cosas y con mucho dinero, y en el periodo del día, vos lo sabéis, mi estómago quiere hacerse rancio y desagradecido vomitando los alimentos que le procuramos.

CABALLERO: Verdad es lo que decís, Dominic, y es normal y sustancial que los huesos os hayan temblado, las piernas flaqueado, y el estómago ennegrecido, de los malos humores y bilis que, seguramente, en vuestra preocupación lleváis con naturalidad al sueño y a las horas del día. Pero pensad, en cambio, qué tranquilidad de alma la que ahora sentís, qué fortaleza de ánimo, y qué pudor de sencillez acoge vuestro cuerpo.

ESCUDERO: Sí, es verdad, mi señor. No debiera darme tanto al llanto o a la queja, cuando, si miro en vos mismo, veo que perdisteis quince kilos, que luego recobrasteis, en la batalla existencial. Ponéis tanto empeño y coraje en conseguir vuestras metas que, al pensar en eso, me siento desagradecido por considerarme desafortunado, cuando la realidad es que estar a vuestro servicio, contando con vuestra amistad, confianza y afecto, es el mejor regalo que pudo darme Dios.

CABALLERO: Pero os dije, buen amigo, que los tiempos de tribulación han tocado a su fin. Asaltaremos un banco. Mañana planeamos el golpe, y pasado entramos a espada descubierta. No temáis por que el futuro pinte gris, oscuro o claro.
.