Notas en la Madrugada

Es quizás, uno de los problemas humanos, la lógica de sus ideas y de sus hechos correspondientes. Yo me he sentido admirado por la belleza con que grandes celebridades de la literatura conseguían resumir una vida completa en dos palabras, sin alterar ni la más minúscula parte del objeto que había sido expresado. Y ciertamente es así: la expresión es difícil, la exactitud nos confunde con nuestras prolongadas divagaciones, no menos cuando creemos estar dentro de lo preciso, y aun así, ese juguete, esa cuestión sin dilucidar por completo, nos atrae como miserables a las migajas desprendidas de un gran banquete.

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En la pobreza, que no en la necesidad, se fortaleció mi espíritu.

La esperanza de vivir, tras el regreso al hogar paterno, es mi propia esperanza en pulir y fabricar mis pequeñas ilusiones de vida.

Desvencijados los viejos sueños como una balsa que se rompe en pedazos antes de atravesar el muelle, regresado el naufrago a la vida y recuperado su hálito, el espíritu se rejuvenece en el vivir diario.

De los hombres nada me ha colmado, salvo sus mentiras y las mías, imprevisibles ambas para mi tosca inteligencia. Ahora se abre un nuevo mundo, tan desconocido e inexplorado como el que me habitara en todos mis años pasados de existencia, pero me conforta la paz y el valor de saberme firme en medio de la adversidad y de mis muchas soledades.

No obstante, la fe en Dios y en mí mismo permanece inquebrantable como el último lugar donde los demás nombres no penetran con sus ardides.

Hace ya casi un mes que permanezco en este cobijo provisional donde he podido entregarme a pasiones antes insatisfechas –largas lecturas de libros adolescentes, reflexiones sin el llanto de semanas pasadas, y cartas a día de hoy inacabadas –.

Hoy recordé cómo, en mis años niños, nunca destaqué ante mis demás compañeros de escuela, salvo en la inquietud por abrirme paso en los niveles académicos, prontamente fallida en la adolescencia.

Y cómo entonces, llevado por la inútil idea de ser amado por mi época, soñaba en heroicidades y martirios más propios de libros que de hombres de este siglo.

Han transcurrido muchos años de entonces aquí, la vida me ha entregado la oportunidad de conocerme y deleitarme en mis victorias personales, las mejores que puedan plantearse a hombre alguno: vencerse y conquistarse a sí mismo en un intento continuo por admirarme en cada una de mis facciones sin sujeción al capricho de mi sociedad y mi época.

He aprendido sobradamente la faz más triste y desagradable del hombre, su afán de dominación y su ímpetu por condenar a sus semejantes a la oscuridad de la ignorancia.

Y doy gracias a Dios por traerme semejantes lecciones sin haber de soportar pruebas terribles para mi vida salvo el dolor y el llanto que he derramado largamente y en múltiples ocasiones durante los últimos años.

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Nada permite pensar que dos bastoncillos de algodón, unos guantes de piel, un conjunto de libros desordenados y las piezas de madera de un ajedrez sin usar desde hace varios años, guarden relación entre sí y, sin embargo, la labor del tiempo y mis propias manos fueron acumulando esos objetos, depositados sobre una estantería de tres pisos, en una sucesión no periódica de actos, sin que nadie, salvo el tiempo y, nuevamente mis manos, se atrevieran a cambiarlas de sitio.

Desde aquí, recostado en la cama, resuelta tan ridículo invertir el tiempo que debería constituir el sueño en escribir sobre estos asuntos como esa disposición aleatoria de objetos de diferentes formas y colores, sin razón aparente para existir en el justo lugar que ocupan.

Si acaso cumplen la función de informarme de la inutilidad del desorden, de la franqueza con que esos mismos objetos me hablan y parecen decirme que el tiempo les hubiera arrinconado a ser expuestos en vergüenza privada frente a mis propios ojos.

Me pregunto si todo será así, incluso en nuestras existencias, si la libre ocupación espacial de los objetos -abandonados por mi mano incapaz de gobernar y recordarles a todos ellos-, guardara también alguna estrecha simpatía con la libre disposición de nuestras vidas, a veces como ellos sujetas al azar de una mano que ordena y desordena a su antojo.

Y sólo una palabra se me viene a los labios para justificar este absurdo del caos de lo cotidiano: PROVISIONALIDAD.
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A medida que los días se repiten, uno tras otro incansablemente, creo que la fatiga me adormece los sentidos; ya no soy aquel servidor del placer de otros años, ni tan siquiera un simple humano preocupado tan sólo por vivir, examino los objetos desde una inteligencia putrefacta, aislado de todas las demás cosas, y por ende, de los humanos, viviendo una ficción aún más horrible que todas las pasadas.

Sí, si toda la retórica que empleo sirve para algo, no es más que para decir bien alto que me encuentro solo, juzgado sin misericordia de un penal humano para dar con mis duros pedazos sobre la cubierta de un gigantesco volumen de filosofía.

Para algo sirve la desgracia, ya que parte de un hombre que a grandes pasos se hace viejo, de un silencio impuesto entre tantas calamidades, sin que tenga valor para preguntarme si estoy en lo cierto. He visto bastante, y todo para acabar en esto; un cobarde apergaminado, un doloroso pensamiento que no busca salida, por más que la verdad esté en defenderme de la esclavitud, un desapego total de la carne, un intermedio que a duras penas sobrellevo entre penurias materiales sin que mis cortas luces alcancen a comprender la torpeza de cuanto emprendo.

Debo confesarlo; mis pocas experiencias no sirven para nada, mis ejercicios mentales no han dado la justa respuesta, y mi ánimo, tan a menudo imperturbable, permanece en la más grande de sus miserias (oscuridades). Así pues, la evidencia no puede ser más grande, tan bajo he caído que, como un dominico me encierro en mi celda a esperar que transcurran los acontecimientos; sufro, sí, es verdad, pero no tanto por lo que me rodea sino por mí que me veo arrastrado de pies a cabeza como un comediante puesto a subasta.

“El calor humano se hace indispensable en los rincones donde la soledad es más aplastante, es preciso solventar un enigma para poner en su sitio los corazones, una fogata encendida permanentemente que no haga espantos a cuanto la Naturaleza nos ha destinado. Si por encima de todo, la libertad, el vagabundeo inteligente se hace cuanto más macabro, no hay razón suficiente para rechazar el desinterés de todo lo humano que hay en nosotros…” Apunte de Balzac.

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No he visto la luz, no he sentido la alegría palpándome las vértebras, y sin embargo, confío en la felicidad como el fin supremo de toda mi existencia, en el hombre liberado de sus propios límites, la razón escapada de toda cárcel humana.

Vida, luz, aún no me has visto,
          yo, sí, en mis sombras parecí tenerte cerca, 
como una amada que camina sin ser vista.
O un obús que, desconocedor de las leyes, toma asiento 
          en cualquier fumadero de opio.
Sí, la verticalidad me responde,
aunque la respuesta siempre llega demasiado tarde.
Vida, luz, ya te siento cerca
pues dejé mi videncia para otros hombres
que soñaban más contigo que con sí mismos.
                    Poco es, 
                    tocamos fondo en la Nada, 
                    pero su fragilidad no es suficiente 
                    para derramarla.

Como el cuchillo que solitario marca su camino sobre la espalda de cualquier salvaje; o el niño que nace reventado de las profundidades de su madre, así quizás te siento tan de cerca, como una lezna que me remueve las paredes del estómago en un aullido interminable.

Ser preciso es una constante en mi vida: apreciar la exactitud en la observación de todos los detalles, llegar casi hasta el límite de lo humano en cuanto a mediciones, y por qué no, formular diferentes estructuras para designar un todo original, hacer cabalmente diferentes ordenamientos, realizar acrobacias con los materiales conseguidos para mi gran trabajo… y así, sucesivamente, perdido en una tarea grandiosa para la que mi posible mortalidad queda demasiado pequeña.

Como de costumbre, antes de acostarme reflexioné acerca de lo gigantesca de la maquinaria celeste, un conjunto de aparatos entrelazados entre sí, dispuestos maravillosamente, sin que entre ellos reine el caos que confunda sus diferentes trayectorias, ni razón tal que no permita a estos cursos planetarios fijar su propio proceder para mantener el equilibrio.

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NO HUBO UN TIEMPO ANTERIOR: EL MUNDO EMPEZÓ A SER CON EL TIEMPO, Y DESDE ENTONCES TODO ES SUCESIVO.
..... IDEA DE CANTIDADES CUYAS PARTES NO SEAN MENOS EXTENSAS QUE EL TODO.
Concepto espacial del tiempo.
Zenón: una flecha en su vuelo está inmóvil en cada instante. Luego, el movimiento, es imposible, ya que una suma de inmovilidades no puede constituir un movimiento.
Lo único que existe es lo que sentimos nosotros. 
Sólo existen nuestras percepciones. La idea de que no hay un tiempo, cobijada por la física actual. 
La idea de varios tiempos. ¿Por qué suponer la idea de un solo tiempo, un tiempo absoluto, como lo suponía Newton?

El tiempo es la imagen de la eternidad.
Si yo hablo del presente, estoy hablando de una entidad abstracta.
No podríamos imaginar un presente puro, sería nulo.
Somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso. 
No soy el que fui en otro momento, soy otro: Identidad cambiante.

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A mediados del mes ya consideraba que un deseo lo bastante fuerte como para no ser calmado, debía intervenir activamente en una vida; tal fue mi curiosidad por el mundo del hombre, desentrañar sus conflictos, analizar su comportamiento, descubrir qué leyes rigen los destinos de la Humanidad; así y todo, trabajaba como quien no hace nada importante, pues en definitiva el placer yo lo encontraba en las horas de estudio, junto a las acrobacias mentales a que me obligaba mi inteligencia, y no en el descubrimiento de teoremas que consiguieran dar una explicación a la mortalidad de las gentes.

Mi vida dentro de este claustro ha sido todo lo sobria que podía ser viniendo de un estudiante disipado, perezoso, y con continuas recaídas de ánimo. Aun así, sopesando las alegrías e infelicidades de mi viaje, muy probablemente sería incapaz de cambiarlas por otras circunstancias bien diferentes.

1. He encontrado un método, una razón consciente a cuanto me rodea, un amor en cada símbolo muerto, un mundo en cada número inventado, una cartilla para aprender a leer en cada teorema que se observa. Éstos, y no los mitos, han sido convertidos en mis dioses, mis leyes, mis instrumentos para aprender de un mundo en perpetuo movimiento.

2. La felicidad, encontrarla, servirse de ella, siendo al propio tiempo ella nuestro factor de desarrollo, es quizás la mayor frustración de ser humano, la búsqueda interminable de una condición humana que no tiene por qué encontrarse en los sitios más alejados de nuestro psiquismo, sino que por el contrario puede estar junto a o sobre nosotros en cualquier momento, sin que siquiera nos lo propongamos.

3. Hago uso de estas cuartillas para descansar del trabajo que estos últimos días, para darme un poco de paz interior, un algo que se parezca al sentido que pretendemos encontrar en esta vida, alocadamente y sin pausas, siempre participando a los demás de nuestros pequeños descubrimientos. Quizá lo más memorable de este trabajo quede grabado en mí como una profunda cicatriz; debo dejar vivir a cada cual según sus deseos y necesidades ¡y cómo no! no renunciar a nada que me  plazca, sabiendo elegir en un momento dado sin que el desconocimiento que aún tengo de los objetos y de quienes los manejan pueda suponerme, bajo ningún concepto, un trauma irremediable.

Estoy dispuesto a no dejarme convencer por la pereza, no arruinar mi existencia perdiendo el tiempo inútilmente en conducirme a lugares donde el terreno es tan quebradizo como éste. No así, porque únicamente conseguiría desesperarme. Sin embargo, mi carrera no se reduce a lugares concretos, es una lucha continua por alcanzar el conocimiento sobre todo y todos, aún a costa de la muerte que en cualquier momento puede ser presentida por el horizonte; no debo cejar, y no lo haré. Soy dueño de mis pensamientos y de mis acciones, y por tanto, nada puede interrumpirme en esta búsqueda que, más que tal, es un andar continuo junto a esta forma nacida de la abstracción.

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Desde mi infancia, siempre dedicado al estudio de objetos inanimados, siempre cultivando un jardín que constantemente estaba marchitado, dando sentido a un corazón baldío y desértico, no veo el porqué de continuar regando amorosamente todas las plantas muertas en él, como un sepulturero que se reíste a creer que todos sus hijos, amigos y compañeros están muertos. Aun así, por qué no abrir un nuevo camino dentro del cementerio que conduzca a los más suaves senderos del alma, una gama de colores vivísimos que consiga en un momento despegarse de las realidades que permanentemente nos atosigan, decir no y sí en los momentos más apropiados, cerrar los ojos a cualquier mirada curiosa a la cual nada le importan nuestros asuntos. No, me encuentro como un párvulos dedicado a su obra, como un juego que consigue abrir las ventanas al mundo en un afán grandioso y desmesurado, como una Torre de Babel fabricada sobre los huesos de los hombres; nada ha terminado, mi ilusión permanece en pie a cada nuevo instante que sucede.
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La costumbre de escribir se ha convertido ya en una fuerza de autoconocimiento lo bastante poderosa como para abandonarla sin más.

Han sucedido momentos importantes, históricos en la vida de un hombre. Por eso deseo guardar el máximo de sensaciones de estos instantes, paladearlos, sentir todo su jugo y aroma, abrirme con ímpetu a ellos y estudiarlos, en sus más pequeños entresijos, con corazón y cabeza.

Después, no sé cuándo, podré acceder a este microcosmos de notas, tachaduras y borrones; quién sabe si resulta de ello una pieza clave en mi rompecabezas humano.

Los hechos en sí, aun siendo importantes, tienen un carácter de accesorios, de personajes secundarios cuya trama no afecta al guion principal de la vida.

Existen únicamente tres hechos que puedan ser considerados de importancia suprema en la vida humana.

- Descubrir la incorporeidad de Sí Mismo.

- Cultivar ese Conocimiento en el trato con lo espiritual y la materia, aprendiendo a divinizar las cloacas y los sumideros terrestres sin perecer en el camino.

- Encontrar compañeros incorpóreos que quieran, también, regresar a lo que un día fuimos, después de tan larga odisea por mundos y universos.

Estos tres puntos bien merecen una explicación.

Como cosa común a todos ellos, diré que ninguno de estos tres aspectos puede sobrevalorarse por encima de otro.

Como sea que tratamos con conceptos difusos y ambiguos, de difícil aceptación, usaremos, allí donde se pueda, el aforismo. Asimismo, debo decir que, estas líneas, afortunadamente, no son escritas exclusivamente para mi propio uso personal.

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He visto nacer una cultura, he visto a los hombres dormidos por las calles, soñando en la mejor forma de implicar a su destino en las acciones más graves –si es que hay gravedad en sus acciones– que han movido a políticos y grandes obreros a desarrollar sus planes contando con la fuerza de la tortura y las armas, porque ambas, sujetas por el cordón umbilical, deambulan por mi barrio como si fuera una simple, modestilla pareja de homosexuales, tratadas de cualquier manera, pero con privilegios de origen o de raza, pues su vida no es la de un cualquiera, su vida está enguantada con circuitos acomplejados de secretarios, acertijos, secretarías, adivinanzas, sin trampa. Yo no he de hacer demagogia, no he de hacerla porque mi padre, ya desde bien chiquito, me mostró el camino para ser mal hombre, pero ahora que me siento y pienso así que debo a mi gente el honor de haber nacido, junto a buenas gentes, pobres pero buenas, aunque para muchos los pobres seamos deshechos de su talla y su medida. He aprendido a respetar y todavía medio a ciegas intento que me respeten, por no usar de la descortesía que de manera tan galante veo rodeada de mi mesa de trabajo. A tales circunstancias, mi abuelo, mi querido abuelo, héroe de guerra, hubiera tachado e ambigua palabrería; palabras son, y entre tanto palabrero con que suelo alternar, tomo la decisión de abandonar la materia, cesar el juego, y ponerme de una vez por todas en la recta senda, exacta senda de la numerología, el esoterismo, la literatura, sí pues, tomemos el pincel, dejemos con proceder limado la charla, y conduzcámonos al metro, en él permanecen escondidas las respuestas a mis vicisitudes. Es un juego, ya lo sé; me lo habían advertido, y en tales trances desoigo la voz compañera, por hoy ya es hora de ponerme a trabajar. Los grandes rasgos serán de Unamuno, el estilo de Cerro, y la voz de Ramón. Aquí, entre tanto esperpento me siento como en mi casa.  

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No es lo que nos venga de fuera lo que nos hace sentirnos felices, sino lo que habita entro de nosotros, las ganas que tenemos para amarnos y amar el mundo con auténtica ansiedad apaciguada. Yo así vivo, un poco como si estuviera en guerra conmigo, levantándome con auténtica fiebre de vivir, moviéndome como si en mi interior hubiera un ejército de relojes que me piden que salga de inmediato a la calle a saludar y a emborracharme de sol; y, por tanto, como si buscara esa eterna paz que probablemente nunca llegaré a encontrar, vivo cada día como si fuera el último, porque, en el fondo, nunca estoy seguro si al momento siguiente caeré muerto como un guiñapo.

Es ésta una forma de vivir que no me impide dormir plácidamente, ni tomarme mi tiempo para acariciar a las mujeres de este paradisíaco país. Sin embargo, a la primera oportunidad que tengo, abandono la Isla y me encamino al país más cercano, sediento de aventura. Porque, aunque no quiera reconocérmelo, es eso lo que verdaderamente me importa, la aventura de estar vivo, apasionante, un poco dramática, y siempre excitante, aun para el ser más insensible.

Vivo, y sólo después de vivir, pienso, pero nunca antes, porque cuánta gente vive sólo en su imaginación dando vueltas y más vueltas a sus propios laberintos, sin saber que no es más que una encerrona que ellos mismos se han creado. Me desintereso de todos esos mundos laberínticos que los hombres se forman para negar la vida, y afirmo mi vida siempre que puedo. Vivo mis verdades, experimento, pruebo sin cesar y, al final, cuando me llegue la muerte, diré que muero agotado pero contento; porque, al fin y al cabo, morir cansado y de puro viejo es hermoso, porque regreso a la tierra madre de donde me parieron, pero morir de acritud y amargura es trabajo demasiado ingrato para los hombres.
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Se presume, podemos nosotros desde luego presumir; coronar nuestra carrera de vanidades ajenas, abrumar nuestra desolada mesa de trabajo con nuestra huida. No buscamos cobardes, ni gente de orden, queremos hombres libres y libertados. Queremos – ¿qué decís?– la marcha nupcial con nuestra más sincera arenga.

1. Un sí, un sí mucho más claro que hasta ahora, buscamos un sí rotundo e formal compromiso; gentes de todo lugar, nacidos como y donde sea, decir sin miedo, afirmarse como hombres y no como pueblo.

2. Es despiste, el mimbreado error de adscribirse a todo lo irracional o desconocido, nos conduce, ya nos ha conducido a estrellarnos de forma brutal y desordenada contra el amparo surgido de la templanza de nuestros compatriotas.

3. A aquéllos que os llaman locos, denigrados, libertinos o lujuriosos, preguntadles si esa supuesta verdad les ha sido descubierta, o si, despreciándose de su natural ignorancia, han cometido la locura de averiguarlo sin el concurso de otros.

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A últimos de este año,  recorrido por el frío de mi tiempo, pienso que se me han secado los brazos, al ritmo de mis discos y sus minutos, como siempre. 
Paso tras paso, la muerte me espera detrás de la sétima esquina.
Me encuentro incómodo, por primera vez humano, por penúltimo desvío de vagamundo.
Después de mí que vengan los otros. Mi función ha terminado.
En la calle, embozado y misterioso, halago el mareo de mi nuevo trinar. 
Aquí expiran mis últimas letras.
Escúchame, Sancho: Dios quiso hacernos a todos de la misma talla y tamaño; Dios compró los huevos que rodaban desiertos por esos mundos.
Dios te hizo charlatán y loco, alegre.
Escúchame sin exceso. Atiende al loco, y no esperes de mí más de lo que tú mismo esperarías.

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Las noches de mi juventud, todas son una, treparon al cielo; una fría noche se abalanzó la fortuna, todas las noches frías me parecieron la misma.

Lleno de lugares lejanos en mi sentir, busqué otro pensar y otras gentes. Se abrieron las puertas, avancé seguro y, ahora, en muchos de estos corredores veo la marchita hez de mis aventuras.

He dado un paso en falso, fueron muchos, más han de ser, si nada me detiene.

Si la muerte por tres veces aserró mis clavos, nadie ha descubierto en mí la locura. Todavía, jugando entre el agua y el fuego, jugando con las llamas de mi ser, me levanto insomne como esta noche, veo por todo rostro mi cadáver, alzo este puñal, y camino vacilante a sus labios, sesgados, partidos e humor, deja amor que rompa mis malos versos.

¡Qué ridículo!

Hemos nacido juntos, nos han cegado juntos, y ahora tú quieres morirte. Si así lo buscas, sea tu ´décima voluntad, gánate tu muerte, el decoro con que ella te venga, el ocio a que te has visto humillado, tú sabes bien tu sangre, no, mejor beber de tu sangre, abrir bien tus heridas y pronunciar algas y claras tus últimas palabras.

Si nos vemos, en un pedazo de nuestra ración, junto al vidrio con que nos cortaron los dedos, en la letrina de nuestra infancia, tómate un descanso, querido, y recuerda que hasta yo, sombra de tu voz, apellido de tu carne soy hombre y por añadido, falso.

En mi cuello grabada está mi cadena, poco importa, la mía puede comprarla cualquiera por ser demasiado barata.

Esto, queridos, nada tiene de poesía, poca cosa sería si me vendiera por esto.
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He estado separado varios meses de esta tarea. Casi estaba dispuesto a abandonarlo todo, dejarlo ahí sin hacerle caso, cuando creo que puede ser una promesa.

Siempre que me leo, me doy que pensar, parecen delirios, verdades de jardín, o dolores de parto, pero jamás ha dejado de estremecerme la confusa, absurda letanía de mis versos.

Es una sensación por la que uno bien puede morirse, después de recitada… abstraído, con desesperanza, y falto de coraje para explicarse tanta algazara o tanto entierro, uno siente la vida raptada, con ansias de ser vivida, como uno quiera ser amado o amarla.

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De adolescente podía simplificar las cosas con una claridad de espíritu que yo consideraba sorprendente; y ahora, sin embargo, más tardo en llevar a la práctica mis sueños, dudo con más facilidad de todo, siento esa angustia adquirida de mis relaciones que me impide en muchos momentos expresar los análisis con que juzgo a todos, y por ende a mi mismo.

Busco en mis meditaciones acostumbrar mis acciones a las ideas que, según creo, no han escapado de mi conciencia individual. Debe ser cómico, un individuo que no se conforma con una idea, una idea es demasiado poco para él. A la postre, tendrá tantas que no recordará casi ninguna; ése es el problema con que me enfrento, creer de forma casi constante que he perdido la noción de lo que algún día fueron mis criterios.

De cualquier forma, no es nostalgia lo que siento, sé que han evolucionado tanto que apenas los reconoceré, pero eso, el reconocimiento de los de hoy, aplicarles una síntesis; eso es, recabar la seriedad con uno mismo, el sincerarse de una vez por todas con nuestra propia persona, dejando aparte los engaños que, a veces, nos esforzamos en hacer reales.

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En estos días pienso acerca de Dios, pienso si esos hombres místicos, hijos de la fe en él, están en lo cierto. Mas no es estar en lo cierto lo que verdaderamente me preocupa, sino hacer y obrar según mis inclinaciones. He actuado cobardemente por boca de todos, he sido, creo, terriblemente empalagoso, y no contento, busqué la verdad en el mejor modo donde hallarla, en la Independencia de mi ser, respecto a las ataduras. En la libertad firme y serena donde otros pretenden poner falsedades y vericuetos.

Si así es a estos días de mi vida, dedicado a poner los cimientos a lo que creo debe ser ésta, construyendo aquello que, no importa sea simple o complicado, sea la expresión más sincera de mi cuerpo.

Proclamo, ay, debo sentir que soy un inútil para las empresas de esos hombres capacitados para sentir temor, pues yo, y mucho ha de pesarme, no he de dejar lugar para el miedo, a resultas que otras cosas son más precisas para los hombres. No sé si este hermoso planeta es de quien lo habita, mas mis hermanos sudaron y murieron en él, amaron y guerrearon en él, fornicaron y lloraron en él, y es con ellos, y no con dios, dudando aún que exista, con quienes decido compartir mi vida; sudar y sufrir con ellos, amar y besar con ellos, pensar y meditar con ellos, ésa es la única recompensa que quiero y que merezco.

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Si he de ser sincero, sólo advierto dos tendencias en la historia de las civilizaciones: la de los amigos de la libertad para todos; y la de aquéllos que la defienden para sí y para sus familias. Los primeros vemos arrancada nuestra vida bruscamente; los segundos crean tejido adiposo al calor de sus gendarmes, mientras se divierten con nuestras ingenuas terquedades.
Si he de ser sincero, prefiero las ingenuidades.

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Un día como hoy, un mes, una tarde de escribir la primera línea, reinicio aquello que un día abandoné. No ha variado gran cosa el pequeño Universo que, tiempo antes, conjuré. La pócima mágica para seguir viviendo sigue, igual que en aquel instante, cogiendo forma dentro de mi cuerpo, un bebedizo, quizá salinoso, amargo, con olor a huevos podridos, pero también fuerte, poderoso, esencia de las esencias.

Los libros antiguos, las palabras de los profetas, las hazañas de los guerreros, el misterio de los santos, todo se reúne en una pequeña biblioteca, siempre al resguardo de la codicia de los hombres.

Y la vida sigue, la amistad sigue.

Cada noche, antes de dormir, viajo al interior de mi propósito e, igual que a un perrillo faldero, lanudo y de grandes ojos, le entrego un pequeño trozo de carne. Y él, feliz por correr libre en un mundo tan redondo y desvaído, se me desmaya y me hace regresar adonde los días, sin necesidad de sol, pueden tener 24 o 240 horas.

La primera lección, creo que ya superada, para poder pronunciar la vida sin dolor ni vergüenza, fue tener paciencia. No se es más rápido por ir más aprisa, sino más insensato; coger el ritmo de cada objeto, de cada elemento, y ser a su misma altura, como su sombra. Así continúo, a la par que todas las pequeñas maravillas que amo, a su misma altura, a su mismo ritmo.

La segunda lección fue la de no juzgar. No juzgar a nadie salvo a aquéllos que, por canallas, poseen dentro de sí todos los delitos y todos los perdones. A ésos no juzgarlos, pero tampoco esconderles las verdades, nuestras verdades.

Estos años de pasión me enseñaron a no sonreír con labios torcidos, las muchas triquiñuelas y mezquindades que muchos practican para ganar un poco más de… cualquier cosa.

En todo caso, lejos de mí, no me importa ni su destino ni su futuro. Van con su negra cara como comisarios, como censores de la felicidad ajena, tiznando, manipulando, intrigando, igual que leprosos de pensamiento, apestados que sobrellevan con dignidad una fealdad que no tiene par. Que su dios les tenga donde se merezcan que yo, por no tenerles, no les quiero como amigos ni como enemigos.

Y, por último, ésta es la gran lección: mantenerse despierto, alerta, ágil. Y aún con eso, del mismo modo que los animales del campo, ser capaz de disfrutar y admirar la enorme duración de una brevedad que, por tan corta, parece irse en una aspiración.

La vida, tan cercana, sigue haciéndome compañía.
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En el silencio del tiempo pude acomodarme hace ya años y, en él, con él, aún sobrevivo en la orfandad de esta vida mil veces adormecida.

Mis compañeros de viaje no escriben ningún cuaderno donde anotar sus impresiones. Simplemente caminan, sin saber adónde. Qué más les da, cualquier punto cardinal es igual a otro. Han perdido incluso el apetito de la búsqueda, el del descubrimiento, el de la aventura.

Mis compañeros de viaje van cargados de objetos inanimados que se cuelgan en la espalda: una mochila, una cantimplora, una vida hipotecada.

Mis compañeros de viaje caminan hacia la muerte con un rictus de indiferencia.

Creo que no me queda una gota de sangre para el amor universal hacia esta multitud que viaja con la cabeza baja, el corazón bajo, las pasiones bajas, siempre fuera de sitio, como eternos emigrantes que huyen de un lugar a otro.

Una larga fila de hombres que huye con su casa a cuestas en mitad del campo; los caminos se ocupan con sus pisadas, contadas a cientos, posiblemente a miles y, cansinamente, rítmicamente, como una tragedia contada en capítulos, en etapas, en jornadas, el camino existe con la música de un ejército que se pierde en el horizonte.

Llega el alba y la multitud se pone en pie y continúa su camino. Llega la noche y la multitud se detiene. Así un día y otro día, sin apenas variaciones, en una película eternamente repetida.

Y les miro y observo cuánta vida desperdiciada, cuántas ilusiones vendidas a la sequedad de un camino que nunca les perteneció, cuánto presente tratado como una víscera, un despojo que se arroja a los perros.

Ni una gota de compasión me queda.

Afortunadamente, he sanado del amor, el amor prefabricado y de caminos largos que un día una multitud construyó para compartir la soledad y el ruido de unas pisadas que, uniformes y rítmicas, levantan el polvo de la tierra.

Afortunadamente, he comprendido el verdadero precio del amor a estar vivo; un viejo maestro que un día conocí añadiría que su precio es X. Yo prefiero decir que su valor es incalculable. ¿Acaso las arenas del desierto, por ser más numerosas, tienen menos valor? ¿Acaso las vidas de aquéllos que la sienten dentro de sí, por ser millones y aparentemente repetidas, poseen un precio menor? Mi valor es éste: la pasión por vivir un amor más fiero y pacífico que tenga otros horizontes que no sean el final de un camino marcado por una multitud que avanza –o retrocede– en silencio.

Ando y me detengo, pero la vida no son sólo dos piernas.

Las voces del gentío no son saludables. Es como oír hablar a un mismo tiempo a docenas de personas en una charla disparatada y loca. Son los ruidos entremezclados con los gemidos, las voces que penetran y salen en un concierto desconcertado de caos.

Por eso escucho a los hombres de uno en uno y, ni así, a veces, sus palabras merecen ser oídas.
De cuando en cuando, alguien escapa de la multitud y pronuncia una frase lúcida. A lo más, puedo escuchar dos o tres párrafos coherentes. Pero, en cuanto doy la vuelta, creyendo que por fin nació a la vida una voz libre, se pierde el sonido en el barullo del camino. Y pienso que será imposible encontrar siquiera una persona lúcida desde la mañana a la noche.

No siento amor ni odio por esta humanidad, la nuestra. Está y nada más, al modo de una estatua o un jarrón de porcelana china al borde de una playa, sobre un soporte de cemento. El animal más poderoso del planeta es precisamente eso: poderoso. Un animal que no sabe qué hacer con su inmenso poder, que se asusta si le hablan de cuánto duerme dentro de él y que se acobarda sin poner en duda que su vulnerabilidad es sólo uno más de los síntomas de su gran fortaleza. Que a nadie se le olvide que, aun el músculo más fuerte, necesita un entrenamiento regular.

Hay que ir entonces en busca del propio tiempo. Es el que me pertenece como yo le pertenezco. A nadie más obedecerá salvo a mí. Pero he que tener la lengua bien apretada en el paladar, no sea que, con la falta de práctica, nada sepa decir yo cuando tenga delante, por fin, la presencia de mi tiempo.